Escenarios
Luis Velázquez
Veracruz.- UNO. 71 años de Acteón Martínez
Un periodista ha muerto de muerte natural. De 71 años, los años se lo llevaron. Nació a la vida pública como reportero. Luego, fue maestro. Y después, se reinventó y fue poeta. Este año, el año de su fallecimiento, presentó su primero y único libro de poemas. Se llama “Un canto a la vida, versos y trovas de un huasteco”, digamos, como uno de los mejores títulos de Walt Whitman, quien también fue reportero, cronista y poeta.
Acteón Roberto Martínez Berman murió el fin de semana anterior. Se une a otros reporteros que han fallecido de una muerte natural, además, claro, de los 24 trabajadores de la información asesinados en Veracruz en los últimos 7 años, más los tres desaparecidos.
Nació en Ozuluama, en el norte de Veracruz, allá donde reina el son huasteco y en donde, y por lo regular, la vida alcanza la plenitud ya como jaraneros, ya como poetas, ya como huapangueros.
En el fondo, el arte de vivir cada día, pensando sólo en el presente que ayer es pasado y mañana es futuro y el futuro únicamente existe en las neuronas de los gitanos y los brujos.
Su biografía es completa: reportero, jefe de Redacción y subidrector de un periódico, maestro, director de una facultad de Comunicación, coordinador editorial de una publicación indexada, corresponsal de un medio nacional. y poeta.
Hacia principio de año su estado de salud agravó. Y desde entonces se alejó del salón de clases y de la vida pública y que interrumpió sólo para presentar su libro de poemas en la Universidad Cristóbal Colón, donde fue académico y director de la facultad de Comunicación.
Nunca pudo en la FACICO de la Universidad Veracruzana alcanzar el Tiempo Completo por más y más méritos, conocimiento y dominio de la materia de Redacción y vocación magisterial.
Otros contemporáneos, sus amigos, lo precedieron en la muerte, entre ellos, Enrique Huerta Rossáinz, Ignacio Oropeza López, Miguel Guevara Rascón y José Murillo Tejeda.
DOS. Testigo de la historia
Durante unos veinte años fue reportero en Tampico, considerando que la población del norte de Veracruz por lo general migra a Tamaulipas, la Ciudad de México y Estados Unidos.
Fueron aquellos años decisivos para el país.
Por ejemplo fue cuando Carlos Salinas, lleno de rencor y venganza, destronó a Joaquín Hernández Galicia, “La Quina”, como dirigente sindical del gremio petrolero; todo porque los trabajadores de Petróleos Mexicanos habían votado por Cuauhtémoc Cárdenas para presidente de la república.
Incluso, y de acuerdo con la fama histórica, le sembraron armas de uso exclusivo del Ejército y hasta un cadáver.
En aquel operativo participó el secretario de Gobernación, Fernando Gutiérrez Barrios, “El hombre-leyenda”.
Y Acteón Roberto Martínez cronicó los días y los meses y hasta los años de aquel episodio estremecedor del país y para el país, pues, y sólo como referencia, en los seis años del Salinismo fueron asesinados 600 militantes del PRD.
Acteón siempre contó historias. Nunca, y hasta donde se sabe y recuerda, escribió una columna periodística para caer en el terreno de la llamada “comentocracia”. Su vocación era cien por ciento reporteril, el contador de historias, la historia de cada día, la historia inmediata.
Y la contaba con el rigor informativo tan básico en una noticia. El hecho. El qué ocurrió.
TRES. Aprender a escuchar
En el ejercicio reporteril, aprendió lo más importante, que es aprender a escuchar, y escuchar con inteligencia y habilidad.
Por eso quizá se le recuerda en su vida personal como un hombre callado, silencioso, discreto, con bajo perfil, y acaso por eso mismo cuando dejó el periodismo, alternaba la vocación magisterial con la escritura de poemas.
En el salón de clases era natural que hablara, pero luego, se encerraba en sí mismo para escribir poesía y en todo caso, escucharse a sí mismo.
En el otro extremo del mundo, otro reportero, Ryzard Kapuscinski observaba la misma transformación.
Primero, era periodista en una agencia informativa de Polonia, su pueblo.
Después, cronista.
En la cumbre de la crónica, quiso ser filósofo y comenzó a escribir libros sobre filosofía.
Luego, poesía.
El hombre, siempre en la búsqueda de sí mismo, reinventándose para ser.
Yo, decía Jacobo Zabludovsky, seré reportero un minuto antes de morir, porque ni modo me jubile como el boxeador o el futbolista.
CUATRO. La religión de la amistad
La amistad fue para Acteón Roberto una religión, pues, ya se sabe, “el único patrimonio de un hombre y una mujer son los amigos”.
Siempre conservó y cuidó a los mismos.
El círculo sagrado de la identidad.
El proverbio mexicano dice que a la hora de su muerte, un ser humano vale por el número de amigos que tuvo y deja, aun cuando, y en contraparte, un dicho árabe dice que el hombre vale más por el número de enemigos a la hora de su muerte.
Acteón tuvo pocos amigos, pero todos firmes y leales, fieles, hermanos putativos que se miraban y trataban.
En su círculo familiar y amical, y entre algunos de sus alumnos quizá, sus poemas siempre cobrarán nueva vida.