Luis Velázquez | Barandal
10 de junio de 2021
ESCALERAS: Los hijos de los migrantes son la parte más débil y afectada. Además de la desintegración familiar, en la mayor parte de los casos, condenados al olvido económico, social, educativo y de salud.
Afectados los migrantes a Estados Unidos. Pero también, dañados sus hijos. Y ni se diga, los hijos de los migrantes en Veracruz, sobre todo, indígenas, que en cada corte de caña, café y cítricos se llevan a los menores a la zafra y los sacan de la escuela porque también significan una mano de obra.
PASAMANOS: Paloma es la esposa de un migrante de Veracruz en el país vecino. Ama de casa, por aquí el marido se estableció en EU, se olvidó de ella y los dos hijos. Incluso, se juntó allá con otra mujer y han procreado par de hijos.
Un hijo de Paloma trabaja de panadero en el pueblo con un tío. Y el otro hijo es ayudante de mecánico en un taller.
Los dos hijos, apenitas terminaron la escuela primaria. Y aun cuando soñaban con estudiar la secundaria y el bachillerato y la universidad, los ingresos reducidos de la madre, trabajadora doméstica, los limitan.
CORREDORES: En las regiones indígenas, desde ante, mucho antes, tiempo histórico, mítico y legendario, tres veces al año los padres sacan a sus hijos de la escuela primaria y secundaria y se los llevan al corte de café, cítricos y caña.
Y desde luego, interrumpen el curso escolar y lo peor entre lo peor, lo pierden. De hecho y derecho, los hijos se vuelven unos fósiles de la educación como les llamaban en el siglo pasado a quienes repetían el mismo curso.
BALCONES: Hubo un tiempo cuando desde el gobierno federal lanzaron la iniciativa (genial ocurrencia) de obligar a los dueños de los ingenios, cafetales y plantíos de cítricos a tener una escuela para que los hijos acompañando a sus padres estudiaran en las tardes/noches.
Fue, claro, una faramalla, “tomadura de pelo”, acto ramplón, barato, demagógico y populista. Incluso, humillante y ofensivo.
Muchos años después, la historia se ha endurecido de tanto reincidir. De acuerdo con un estudio, ocho de cada diez niños, hijos de migrantes, nunca concluyeron la escuela primaria.
PASILLOS: Los indígenas y los campesinos participaron en la guerra de Independencia y en la Revolución. Todos, soñando con una vida digna para sus familias e hijos.
Muchos murieron en el campo de batalla. Trescientos mil, se afirma, al lado de Miguel Hidalgo y José María Morelos. Un millón, en la revolución maderista contra Porfirio Díaz Mori.
El presidente Lázaro Cárdenas del Río soñó con dignificar la vida de los hombres de campo. Pero su sexenio indigenista fue debut y despedida.
Cada presidente de la república “se ha desgarrado las vestiduras” en nombre de los hombres del campo. Cada vez, mayor migración del campo a las ciudades integrando los famosos cinturones de miseria.
Los migrantes del país (y de Veracruz, un millón de paisanos) a Estados Unidos y los migrantes en el interior de Veracruz, significan la parte más desventurada y en el infortunio económico y social, educativo y de salud.
VENTANAS: En el gobierno del Estado hay una dependencia llamada, parece, dirección de Migración. Está adscrita a la secretaría General de Gobierno, cuyo titular migró de su pueblo, Otatitlán, a Baja California, digamos, para seguir viviendo.
Y, por tanto, sabe, conoce, está consciente de las tribulaciones migratorias.
Pero dos años y medio después, la dirección de Migración es, o parece, un cero a la izquierda.
Peor aún si se consideran “los golpes de pecho” de la 4T ofertando el paraíso terrenal.