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La noche que murió Colosio

Staff El Piñero

  • El principio del fin de la hegemonía del PRI comenzó 
el 23 de marzo de 1994. Los días siguientes al asesinato del candidato priista, el presidente Salinas se dio cuenta de que no tenía todos 
los hilos para elegir al relevo y conducir la sucesión

Juan Carlos Rodríguez, Francisco Pazos y María Idalia Gómez

Mexico.- La alternancia política en México se sembró con la muerte de Luis Donaldo Colosio. Pero fueron 48 horas en las que la conducción del gobierno estuvo a la deriva y el Presidente perdió el control sobre el recurso más importante hasta entonces a su disposición: la decisión sobre su sucesor.

 

En la primera reconstrucción sobre lo que sucedió a partir de la noche del 23 de marzo de 1994, tras tener la certeza, ocho minutos después del atentado, que Colosio no sobreviviría al balazo que recibió en la cabeza, funcionarios del primer círculo del entonces presidente Carlos Salinas, describieron las horas de descontrol e improvisaciones, donde el jefe de la Oficina de la Presidencia, José Córdoba Montoya, asumió informalmente la conducción del país al haber sido el consejero central sobre qué acciones tenían que tomarse para manejar la crisis y retomar de nuevo el control económico y político.

 

ES DE INTERÉS

 

El error (de diciembre) fue en septiembre

 

No sabían qué hacer, coincidieron tres exfuncionarios que fueron testigos de ese episodio en Los Pinos. Se estaba poniendo a prueba la capacidad del país para soportar los embates económicos de una tormenta financiera que ya arrasaba con el mercado nacional y que se agravaría, y puso a prueba la capacidad de operar el tejido político que se había construido en la última década, de acuerdo con la reconstrucción hecha por
ejecentral a partir de testimonios de protagonistas, pasajes inéditos de la operación política que puso en jaque al Presidente y que cambió el rumbo político de México.

Tres momentos definieron el rumbo del país:

 

1.- La muerte de Colosio, a quien Salinas preparó y construyó para ser su sucesor durante todo el sexenio.

 

2.- El viaje secreto del entonces secretario de Hacienda, Pedro Aspe, a Nueva York para ver directamente la operación de los mercados y frenar la fuga de capitales, en paralelo a una llamada telefónica al secretario del Tesoro, Lloyd Bentsen, para pedirle una muestra de apoyo público del gobierno de Estados Unidos, que ayudara a contener la incertidumbre.

 

3.- La imposición de Ernesto Zedillo, coordinador de campaña de Colosio, como candidato sustituto, en buena medida por el cabildeo de Córdoba Montoya, después de tres días en que sistemáticamente se negaba a aceptar la candidatura. Colaboradores del primer círculo de Zedillo relataron que cuando Salinas se la propuso por primera vez el viernes 25 de marzo, lo interrumpió y le dijo: “Hasta ahora, señor Presidente, el sucesor era designado por dedazo y ahora usted pretende hacerme candidato por default, porque no se presentó nadie a la cancha. Así no es posible”.

 

Zedillo aceptó finalmente la candidatura y, sin saberlo, arrancaba la alternancia.

La noche de la incertidumbre

 

Eran las 19:12 horas del 23 de marzo de 1994, Colosio yacía en el piso tras recibir dos disparos en Lomas Taurinas, en Tijuana. Sólo unos instantes después, cuando el candidato del PRI a la presidencia todavía no llegaba al hospital General de Tijuana (lo que ocurriría poco menos de ocho minutos), un agente del Cisen que había sido designado a la campaña del candidato del PRI, llamó a sus oficinas centrales y transmitió el mensaje: “mataron a Colosio”. El director del Centro, Jorge Tello Peón, se comunicó de inmediato a Los Pinos y después con el secretario de Gobernación, Jorge Carpizo.

 

En ese momento, Salinas sostenía una reunión, en el salón Vicente Guerrero, con un grupo de líderes campesinos, cuando un elemento del Estado Mayor Presidencial le entregó una tarjeta en la que se le pedía que atendiera a los tres funcionarios que aguardaba en la antesala de su oficina, José Córdoba Montoya; el jefe del Estado Mayor Presidencial, el general Arturo Cardona, y el director de Comunicación Social, José Carreño Carlón. Le informaron entonces del atentado, aunque ya con la certeza de la muerte de su amigo el candidato. Apenas pasaban las siete y media de la noche. El Presidente quedó consternado, casi en estado de shock, no podía asimilar lo que había ocurrido, describieron testigos de ese momento.

 

Colosio estaba en el quirófano, oficialmente recibía atención de urgencia, pero para entonces sólo el primer círculo del presidente Carlos Salinas de Gortari sabía que tenía muerte cerebral y era irreversible. La crisis había comenzado y también la carrera por un sucesor. Durante esas horas, en Los Pinos, se definía hasta qué momento se podría contener la información y dar la noticia y cómo, para generar la menor incertidumbre posible.

 

“Hasta ahora, señor presidente, el sucesor era designado por dedazo y ahora usted pretende hacerme candidato por default, porque no se presentó nadie a la cancha. Así no es posible”, dijo Zedillo e interrumpió a Salinas.

 

Las primeras llamadas de Salinas fueron de contención. Primero se comunicó con el secretario de Gobernación, Jorge Carpizo y luego con el procurador general de la República, Diego Valadés, a quien le ordenó que, de inmediato, viajara a Tijuana. El Presidente intentó obtener información de primera mano, por lo que buscó a Ernesto Ruffo Appel, quien entonces era gobernador en Baja California, pero no lo localizó.

 

Para este momento, Ernesto Zedillo, coordinador de campaña de Colosio, ya había llegado a Los Pinos, y se quedó acompañando a Salinas, a quien escuchó en varias llamadas, una de ellas al gobernador de Sonora, Manlio Fabio Beltrones, instruyéndolo para que se trasladara a Tijuana. Para el mandatario era necesario contar con gente de su confianza.

 

Oficialmente, el candidato murió a las 21:45 horas, cuando ya fue imposible mantener sus signos vitales con los aparatos del quirófano, porque sufrió un ataque cardiaco. Antes de esa hora, Liébano Sáenz, entonces secretario de Información y Propaganda del PRI, le había llamado a Salinas:

 

—Señor Presidente, el doctor Castorena me acaba de informar que el candidato ha fallecido.

 

—Liébano —me respondió el mandatario con una voz profundamente apesadumbrada— quisiera hablar con Diana Laura, relata en su libro el priista.

 

—Señor, si me permite, apenas se le va a dar la noticia a la señora Colosio. Quisiera que me diera la oportunidad de comunicarlo con ella unos momentos más tarde.

 

A partir de ese momento, sólo era cuestión de minutos para que fuera imposible controlar la información. Para entonces Salinas ya había hablado con Fernando Ortiz Arana, presidente del PRI, para definir las primeras líneas del discurso que deberían adoptar.

 

Pasadas las 10 de la noche se difundió la información y entonces Los Pinos se sumergieron en silencios prolongados que se extendieron por los pasillos, para entonces saturarlos por funcionarios del gobierno.

 

A la una y media de la mañana del jueves 24 de marzo, Salinas estaba grabando un mensaje que, al menos en ese momento, pensaban que transmitirían horas más tarde, pero en realidad nunca apareció en cadena nacional. Así, las decisiones se seguían tomando de forma improvisada, ya que el gobierno mexicano no contaba con planes o mecanismos de manejo o gestión de crisis.

 

Siete horas más tarde, a las ocho de la mañana del 24 de marzo, aterrizó en el Hangar Presidencial del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México el avión que Salinas envió por el cuerpo de Colosio. El féretro estaba acompañado por su esposa, Diana Laura Riojas y por Liébano Sáenz. El Presidente viajó en su automóvil acompañado de la esposa de Colosio rumbo a la sede del PRI. En el trayecto, Diana Laura pidió a Salinas que el fiscal especial que investigara el asesinato no fuera Santiago Oñate, quien había sido propuesto por el Ejecutivo la noche anterior, sino Miguel Montes, ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y amigo cercano de su esposo.

 

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Todavía no se anunciaba la muerte de Colosio y la lucha por la sucesión presidencial había sido declarada en varios flancos, todos amenazaban la estabilidad y decisión del Presidente, una guerra que tocaba la puerta de Los Pinos.

 

El primer embate aparentemente llegó en boca del expresidente Luis Echeverría que llegó sin invitación y sin avisar a la puerta de la residencia oficial. Mientras el caos y la incertidumbre inundaban los salones de la segunda planta, el expresidente fue recibido y enviado al salón Morelos, ubicado en la planta baja del inmueble.

 

Hacia las nueve de la noche, Salinas fue avisado sobre la visita de Echeverría y de su solicitud de audiencia. Las formas debían ser guardadas y el Presidente bajó para atender la visita inesperada. Salinas contó más tarde a su círculo cercano que, en esa breve reunión, Echeverría le había sugerido impulsar el nombramiento de un candidato sustituto cuanto antes y que ese candidato debía ser alguien que “no haya tenido nada que ver”, sin que de esa frase pudiera dilucidar si aludía al atentado o a las circunstancias que lo rodeaban.

 

La versión de Salinas sostenía que el mensaje de Echeverría llevó nombre y apellido: Emilio Gamboa, entonces secretario de Comunicaciones y Transportes, que estaría siendo impulsado por el sector más duro del PRI. Al Presidente no le pareció pertinente la visita de Echeverría y mucho menos su propuesta. Salinas escuchó al exmandatario como un acto de cortesía, pero con frialdad; al término de algunos cuantos minutos lo despidió y retomó sus actividades para intentar controlar la crisis que amenazaba su mandato.

 

Pero tiempo después Echeverría lo negaría pública y legalmente. Y no sólo eso, los testimonios recabados por ejecentral, del primer círculo de Salinas, aseguran que el expresidente sí acudió a Los Pinos, pero no sugirió nombre alguno, mucho menos el de Gamboa, a quien sólo había visto una vez y que constitucionalmente era imposible designar.

 

La noche comenzó a ser cada vez más larga y el desfile de personajes más intenso. En el segundo nivel de la Casa Lázaro Cárdenas, en donde se ubicada el despacho del Presidente, los miembros del gabinete presidencial se arremolinaban con los líderes del PRI, del Congreso y de varios sectores que enfocaban sus charlas en el proceso que llevaría a nombrar al nuevo candidato y la crisis política y económica que desataría la muerte de Colosio.

 

Las vibraciones de la sucesión llegaban también del CEN del PRI, en donde Augusto Gómez Villanueva, hombre cercano a Echeverría, César Augusto Santiago y Amador Rodríguez comenzaron a impulsar la candidatura de Ortiz Arana, el líder nacional del PRI, como el posible candidato sustituto, aun sin que este lo supiera. Su postulación despertó una crisis política impulsada por la guerra de la sucesión que, de acuerdo con versiones de los testigos de este proceso, no terminó con la definición en favor de Ernesto Zedillo, sino que se extendió hasta la ruptura de éste con el propio Salinas y la persecución que siguió al salinismo.

 

En la trama de movimientos hasta el expresidente Miguel de la Madrid operó apoyando a Ortiz Arana. Pero Salinas no consideró alguna de esas propuestas, se había concentrado en Pedro Aspe Armella, secretario de Hacienda, José Francisco Ruiz Massieu, en ese entonces director de Infonavit, y Francisco Rojas Gutiérrez, director de Petróleos Mexicanos.

 

Pero ninguno tenía posibilidades ante el candado que impone el artículo 82 constitucional, salvo Ortiz Arana, pero Salinas nunca tomó en serio su perfil, un poco porque el queretano no encajaba dentro de la clasificación tradicional de tecnocracia y otro poco porque su postulación significaría heredar el cargo a un personaje con más arraigo partidario y mayor astucia política, según relatan las fuentes que estuvieron cerca del proceso sucesor.

 

Los impedimentos constitucionales preocupaban particularmente en ese momento al Presidente, quien un día después del atentado comenzó a buscar tanto a líderes priístas como de la oposición. El Presidente comenzó a sondear la posibilidad de que los grupos parlamentarios apoyaran una reforma constitucional que ampliara el espectro de aspirantes, incluso que planteara la opción de aplazar hasta octubre la elección del 21 de agosto de 1994.

 

La restricción constitucional había entrado en vigor el 21 de febrero de 1994, por lo que Salinas estaba obligado a descartar a todos los integrantes de su gabinete y a los gobernadores que ya no cumplían con los requisitos que exigía la fracción VI del artículo 82 constitucional.

 

La fracción VI de dicho artículo refiere que para ser Presidente de la República se requiere “no ser secretario o subsecretario de Estado, procurador general de la República, ni titular del poder ejecutivo de alguna entidad federativa, a menos de que se separe de su puesto seis meses antes del día de la elección”.

 

La propuesta de reforma para aplazar la fecha de la elección fue cuestionada por el propio secretario de Gobernación, Jorge Carpizo, quien reconoció que, al aplazar la fecha, el periodo transcurrido hasta la toma de posesión sería muy corto, y obligaría a ampliar el periodo de los diputados salientes y en consecuencia la fecha del inicio del nuevo Periodo Ordinario de Sesiones en la Cámara de Diputados, lo que era inviable.

 

El viernes 25 de marzo Salinas se puso en contacto con Carlos Castillo Peraza, en ese entonces dirigente nacional del Partido Acción Nacional (PAN); Luis H. Álvarez, candidato a senador y exdirigente del blanquiazul, y Diego Fernández de Cevallos, candidato presidencial panista, para pedir su apoyo en una reforma al artículo 82 constitucional que hiciera elegibles a José Francisco Ruiz Massieu o a Francisco Rojas Gutiérrez.

 

Para ser nominados debían haberse separado de sus cargos el 21 de febrero anterior, pues la elección sería el 21 de agosto. Finalmente, los panistas se coordinaron para tener una sola voz y decirle al Presidente que no contara con Acción Nacional, en el entendido de que el PRI nunca habría apoyado a sus opositores en una circunstancia similar.

 

De las cuatro cartas que tenía el presidente Salinas para reemplazar a Luis Donaldo Colosio, dos se le habían caído con el desplante panista. Ahora sólo le quedaba Manuel Camacho Solís y Ernesto Zedillo.

 

La operación para salvar a México de una crisis económica incluyó el apoyo estratégico de Estados Unidos, que el 24 de marzo anunció, en voz del presidente 
Bill Clinton y de su secretario del Tesoro, Lloyd Bentsen, una línea extraordinaria de crédito por seis mil millones de dólares, para apuntalar la estabilidad del peso mexicano. Además, ese día la OCDE anunció el ingreso de México como uno de sus miembros. Entonces no se supo que una llamada telefónica de Aspe y Salinas solicitando el apoyo urgente del mandatario estadunidense había permitido contar con la tranquilidad de los recursos que facilitaría contener los daños.

 

El siguiente movimiento fue el cierre de la Bolsa Mexicana de Valores y de la banca, bajo el pretexto de una muestra de luto nacional por la muerte de Colosio. Los dos días posteriores al crimen, el jueves y viernes, no hubo en todo México servicios bancarios, gracias a las negociaciones que Aspe sostuvo con empresarios.

 

El viernes 25 Aspe, realizó un viaje relámpago a Nueva York para reunirse con los principales inversores en Estados Unidos e intentar frenar, o al menos retrasar, la salida de capitales del mercado nacional. Lo consiguió en parte, porque entonces se consideraba que el daño podría haber sido mayor.

 

Ya por la mañana de ese viernes se reportaba la salida de mil millones de dólares de reservas internacionales, lo que abrió la puerta a la crisis cambiaria que afectaría al país en los meses por venir, arrastrado también por el inicio en el proceso de alza de tasas anunciada por la Reserva Federal de Estados Unidos. Todavía el lunes 28 de marzo, el país vio salir mil 154 millones de dólares en reservas internacionales.

 

El nombrar al sucesor se volvía más urgente, para enviar un mensaje de estabilidad al exterior. Aspe urgió al Presidente a acelerar el nombramiento. La idea es que para el lunes se hiciera el anuncio del candidato sucesor, pero entonces no sabían que no sería fácil.

 

Salinas llevaba tres días operando la nominación. El jueves 24 de marzo fue dedicado exclusivamente a los homenajes y honras fúnebres del Colosio Murrieta. Pero el viernes 25 y el sábado 26 fueron frenéticos en contactos, entrevistas y llamadas telefónicas con diversos personajes de la política, tanto del PRI como de la oposición.

 

Los nombres comenzaron a caer a racimos. En un intento de controlar la crisis que le acechaba, Salinas llamó a consultas que iniciaron el 26 de marzo y se prolongaron dos días después, con líderes y exlíderes del priismo, como Miguel de la Madrid, quien puso sobre la mesa presidencial el nombre de Francisco Rojas, como una posibilidad, una opción real, ya que no tenía ninguna restricción constitucional para ungirse como el candidato tricolor.

 

Salinas escuchó las propuestas y posturas de María de los Ángeles Moreno, Beatriz Paredes, Jorge de la Vega, Patricio Chirinos, Otto Granados, Carlos Hank, Fernando Solana, José Francisco Ruiz Massieu y Rubén Figueroa; así como de Héctor Aguilar e integrantes del grupo de Colosio como Santiago Oñate, José Luis Soberanes, Liébano Sáenz y al mismo Francisco Rojas. También desfilaron Humberto Lugo Gil, Silvia Hernández y Eduardo Robledo.

 

Pero la conmoción que la muerte del candidato provocó en Salinas rebasó el temple que le había caracterizado a lo largo de su mandato. Según algunos de sus colaboradores más cercanos, el Presidente se encontraba en un estado de vulnerabilidad que lo hizo un blanco propicio para el consejo de quienes formaban parte de su círculo más cerrado.

 

El hombre más poderoso en ese círculo era José Córdoba Montoya, el jefe de la Oficina de la Presidencia, quien no dudó en aprovechar su posición para dirigir la decisión que aún detentaba el Presidente para direccionar la sucesión.

 

Córdoba ya había mostrado su preferencia por Ernesto Zedillo quien, aunque era el coordinador de la campaña de Colosio, no era querido por el grupo más cercano del candidato, pero que gozaba de todos los favores del hombre más cercado al Presidente. Para Córdoba, Zedillo era un funcionario eficaz, que no estaba impedido constitucionalmente para ser nombrado candidato y, principalmente, porque formaba parte de la campaña de Colosio. Pero además, históricamente, en un acuerdo no escrito dentro del PRI, tradicionalmente el que es nombrado coordinador de campaña es el sucesor del candidato en caso de alguna eventualidad, así que Zedillo era la opción natural, aunque varios salinistas y colosistas no lo querían.

 

Sin embargo, la animadversión que Zedillo enfrentaba en el círculo más cercano de Colosio ponía en riesgo su candidatura, además de que muchos cuadros del partido pensaban que no contaba con el reconocimiento popular para asegurar el triunfo en la elección. Pero el consejo de Córdoba ya se había anidado en la decisión presidencial.

Aún sin sobreponerse al miedo que le causaba la coyuntura, Salinas le comunicó a Zedillo que debía prepararse para asumir la candidatura presidencial, rescatando, sí, el legado de Colosio, pero imprimiéndole también su propio sello. Eran seis o siete los personajes que se frotaban las manos esperando ser ungidos, así que Salinas dio por hecho que Zedillo le respondiera afirmativamente. Pero no fue así.

 

La noche del domingo 27 de marzo de 1994 fue una de las más largas para el presidente Carlos Salinas. No sólo debía lidiar con el alzamiento zapatista en Chiapas, el desorden político que provocó la rebelión de Manuel Camacho Solís por no ser nominado candidato presidencial y el desconcierto nacional tras el asesinato de Luis Donaldo Colosio. Ese día se fue a dormir —si es que pudo hacerlo— con una angustia adicional: se le había agotado las cartas para designar al abanderado del PRI que sustituiría al aspirante acribillado en Lomas Taurinas.

 

Habían transcurrido cuatro días desde el atentado y al Presidente se le acababa el tiempo para designar al reemplazo de Colosio. Los diversos liderazgos del PRI presionaban fuerte; barajaban ya sus propios nombres y se corría el riesgo de que el mandatario perdiera margen de maniobra en el proceso sucesorio.

 

En momentos de crisis no hay días ni horas hábiles, así que esa tarde dominical citó a Ernesto Zedillo. El lugar de la reunión sería la casa Lázaro Cárdenas de Los Pinos y el motivo, platicar del relevo. Eran dos viejos conocidos, pues desde el arranque del sexenio Salinas había tenido a Zedillo en el gabinete, primero como secretario de Programación y Presupuesto, y luego como secretario de Educación Pública, puesto al que renunció cuatro meses antes para sumarse al proyecto colosista.

 

“Hasta ahora, señor Presidente, el sucesor era designado por dedazo, y ahora usted pretende hacerme candidato por default, porque no se presentó nadie a la cancha. Así no es posible”, le inquirió Zedillo y se marchó.

 

Zedillo abandonó la residencia oficial de Los Pinos dejando al presidente Salinas en ascuas. El ofendido le echó en cara al mandatario que antes de ofrecerle la candidatura había intentado modificar la constitución para abrirle la puerta a su cuñado José Francisco Ruiz Massieu y a Francisco Rojas.

 

Zedillo tenía una relación de amistad muy estrecha con Carlos Castillo Peraza, quien lo enteró de los escarceos de Salinas para eliminar el escollo que le significaba el artículo 82 de la Constitución. Zedillo también guardaba buena comunicación con los integrantes del equipo de Colosio, quienes lo pusieron al tanto de la intentona de Salinas para arrancarle a Diana Laura un aval para Camacho.

 

La misma noche de ese domingo, Salinas mandó llamar a Los Pinos a una docena de colaboradores de Luis Donaldo.

 

A todos les pidió que se sumaran al equipo del nuevo candidato. Sin revelar el nombre del nominado, Salinas se concretó a decir que el Partido Revolucionario Institucional estaba por tomar una decisión y que, si no tenían espacio en la campaña, habrá lugar para ellos en el gobierno federal. O en lo que quedaba de él.

 

Los personajes que conocieron de cerca las negociaciones políticas la semana posterior al asesinato de Colosio no saben con exactitud qué ocurrió durante el lunes 28 de marzo, pues hasta ese momento no se sabía a ciencia cierta quién relevaría a Colosio. Lo que sí pueden asegurar es que secretarios de Estado, asesores, legisladores y demás funcionarios estuvieron operando de manera intensa, pero sigilosa, siguiendo las instrucciones del presidente Salinas.

 

El lunes 28 de marzo, a las 11:00 horas, después de haberse reunido con el secretario de la Defensa Nacional, Antonio Riviello, Salinas recibió a Zedillo. Antes de esa reunión, el Presidente los había juntado para que hablaran debido a que el mandatario federal temía cierto rechazo de un sector de las Fuerzas Armadas debido a que durante la estancia de Zedillo al frente de la Secretaría de Educación Pública impulsó una actualización a los libros de texto en la que se hacía cierta referencia de responsabilidad del Ejército Mexicano en los hechos del 2 de octubre de 1968. Sin embargo, la reunión entre el general y el futuro candidato fue cordial y no hubo impedimento del ala castrense mexicana. En un salón contiguo, se encontraba el gobernador de Sonora, Manlio Fabio Beltrones, quien fue testigo de la charla que tuvo el presidente con Zedillo, sobre su encuentro con el general Riviello. Después de esa reunión, Zedillo fue invitado a una charla privada con Salinas, en la que finalmente le informó cómo el PRI formalizaría su candidatura.

 

En ese momento, José Carreño, el jefe de prensa de Salinas, entregó al Presidente un video en el que contenía un fragmento de un noticiario de finales de noviembre de 1993, en el que con “elogiosas palabras” Colosio designaba a su entonces coordinador de campaña: Zedillo. El video fue entregado por el jefe del Ejecutivo a Beltrones.

 

Fue así como debieron pasar tres días para que Zedillo aceptara la candidatura y la operación de Salinas se encarrilara.

 

Todavía el Presidente debía resolver la guerra que había desatado la muerte del candidato. Salinas pensaba que al nombrar a Zedillo debía maniobrar eficazmente con piezas estratégicas que alejaran el riesgo de desbordamiento y de una fractura política mayor en el partido que detentaba el poder. El Presidente echó mano de Ortiz Arana, quien operó en su favor para apaciguar al partido. A este esfuerzo fue sumado el mismo Francisco Rojas que contribuyó por órdenes de Salinas a unificar la candidatura.

 

Fueron al menos seis días que costaron al presidente Salinas recuperar las riendas políticas del país, tras el asesinato de Luis Donaldo Colosio, quien, en opinión de algunos actores de ese episodio, el eco de su muerte no sólo cambió la elección de agosto, sino que abrió la puerta para la transición que llegaría en el año 2000.

 

Por la noche de ese lunes, Salinas se reunió con los gobernadores a los que pidió formaran un bloque para informar al partido la decisión del nombramiento. El video que llegó de forma anónima a Carreño fue fundamental para lograr la unidad en torno a la candidatura de Zedillo, así como la reunión que la mañana del martes 29 tuvo Salinas con el líder obrero de la CTM, Fidel Velázquez, quien en un primer momento apoyaba la candidatura de Pedro Aspe, a pesar de su impedimento constitucional. Finalmente, el Presidente logró el apoyo del caudillo.

 

Ese mismo martes, en el CEN del PRI, ante líderes y gobernadores, Beltrones hizo público el video en el que se expresaba el sentir de Colosio por Ernesto Zedillo, el movimiento, instrumentado secretamente desde Los Pinos, tuvo de inmediato el apoyo del líder obrero, Fidel Velázquez, quien sentenció, “más claro ni el agua”, los cuadros del priismo asintieron y dieron la venia para que Zedillo fuera el candidato sustituto.

 

Llegó el martes 29 de marzo de 1994 y la invitación a la prensa decía que a las 19:00 horas se daría a conocer el nombre del nuevo candidato priista. Versiones extraoficiales decían que Zedillo finalmente había cedido, pero hacia la tarde nadie podía confirmar el dato al ciento por ciento.

 

Lo que estaba confirmado es que el evento sería en el salón Presidentes de la sede nacional del tricolor.

 

El líder del partido intentó disuadir al presidente Salinas para que el magno evento fuera en la explanada del recinto, con toda la parafernalia que el momento ameritaba. Pero las instrucciones del mandatario fueron que el acto se llevara a cabo en un lugar cerrado, pues “no quiero que me maten a otro candidato”.

 

Horas después Zedillo estaba jurando como abanderado del PRI.

 

“Doctor Ernesto Zedillo Ponce de León, ¿protesta cumplir y hacer cumplir la declaración de principios, el Programa de Acción y los Estatutos que rigen la vida del Partido Revolucionario Institucional; su Plataforma Electoral y, en caso de que el voto popular lo favorezca, desempeñar con lealtad, con honradez y patriotismo el cargo de Presidente de la República para el que ha sido postulado?”

 

Zedillo, con traje azul oscuro, corbata negra, responde con energía: “Sí, protesto. Por Colosio, por el PRI, por México”.

 

Nadie lo supo entonces, pero “la bala que mató a Colosio acabó con el proyecto de Salinas y llevó al fin del sistema político que se conocía hasta entonces y llegó hasta la transición del 2000”.

La noche que murió Colosio

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