Todo ocurrió exactamente como él no hubiera querido. Liu Xiaobo, el premio Nobel de la Paz y principal preso político chino, ha sido incinerado este sábado en una ceremonia estrictamente controlada por el Gobierno y en la que el número de policías secretos parecía superar, con mucho, al escaso puñado de familiares autorizados a asistir.
En las imágenes distribuidas por el ayuntamiento de Shenyang, la ciudad donde el disidente murió de un cáncer de hígado este jueves, se ve una habitación sin ventanas decorada con coronas de flores blancas, el color del luto en Asia. Presidiendo la escena, para que no quepa dudas a quienes vean las imágenes, un gran crespón negro en el que se lee “funeral por Liu Xiaobo”. En el centro de la sala, el ataúd con el cuerpo del activista, crítico literario, comentarista y poeta. A un lado, media docena de familiares. En un extremo, su viuda, Liu Xia, con su característica cabeza afeitada, de negro riguroso y los ojos cubiertos por gafas de sol. Fragilísima, parece necesitar que otros la sujeten para mantenerse en pie, mientras da el último adiós a su esposo o sostiene una fotografía de él en blanco y negro.
Frente a ellos, separados por el ataúd, un grupo que, según la versión oficial, eran “amigos del fallecido”, pero a quienes los verdaderos allegados dicen desconocer. Hombres, en su mayoría, rondando los 30 años, con ese aire inconfundible que tienen en China los policías secretos y los matones de procedencia incierta que siempre surgen de la nada en situaciones y lugares considerados sensibles: camisetas ajustadas, greñas mal cortadas, gesto displicente, ojos avizores.
Según las autoridades, la ceremonia, a las 6.30 de la mañana (00.30 hora española) se condujo de acuerdo con las costumbres locales. La familia había dado el visto bueno “tras consultas” a “un funeral simple” y la cremación de los restos. Sonó el Réquiem de Mozart, han precisado.
La viuda y un hermano del disidente aventan sus cenizas en el mar este sábado. Mark Schiefelbein AP
En una comparecencia posterior organizada por las autoridades y en la que no se admitieron preguntas, uno de los hermanos del disidente, Liu Xiaoquang, expresó su agradecimiento al Partido Comunista chino e indicó que las cenizas fueron arrojadas al mar en torno al mediodía. Lo que no dijo, pero tampoco hacía falta, es que ese final era exactamente el que convenía al régimen: sin una tumba, desaparece un posible lugar de peregrinación para los opuestos al régimen.
Tras la muerte del premio Nobel este jueves por un cáncer diagnosticado demasiado tarde en prisión, los defensores de los derechos humanos y varios Gobiernos occidentales han reclamado que se permita a la viuda abandonar China como era el último deseo de su esposo. La poetisa y fotógrafa, de 56 años, se encuentra bajo arresto domiciliario desde 2010, por orden de unas autoridades chinas furiosas porque el Nobel de la Paz concedido a su marido. Nunca se han presentado cargos contra ella.
El largo cautiverio solitario en su apartamento en el noroeste de Pekín, cuentan sus amigos, le ha pasado una seria factura a Liu Xia. En 2014 requirió atención médica por problemas cardiacos. Sufre de una grave depresión, agudizada por la muerte de sus padres a lo largo del último año. Su único solaz, dicen quienes la conocen, era su visita mensual al noreste para visitar a su marido, un rato de gozo en el que ambos planeaban el futuro cuando él saliera de la cárcel.
“Está en una situación muy frágil, tanto física como mental”, ha declarado a este periódico el disidente Hu Jia, amigo de la familia. “La manera de solucionar el problema, su dolor, es conseguir que se vaya al extranjero, que pueda ser libre, lejos de la policía y la gente que le recuerde su pena”.
Pero es incierto que China vaya a aceptar su salida, aunque Liu Xia nunca haya estado especialmente interesada en la política. Desde su condena a once años de cárcel en 2009 y hasta el último momento, Pekín impidió que el disidente pudiera expresar sus ideas al público, y ha hecho lo posible por suprimir toda información sobre él dentro de su territorio, y no parece dispuesto a permitir que la poetisa pueda convertirse en portavoz de su memoria.
Por el momento, los amigos no han logrado contactar con ella desde el jueves, cuando falleció el activista, pese a múltiples intentos.
En cambio, desde los medios estatales, el régimen asegura que la viuda “es libre”. “China promete proteger los derechos legítimos como ciudadana de la esposa de Liu Xiaobo”, declara un titular del periódico estatal Global Times, de inclinación nacionalista, en una breve información en inglés sobre el funeral.
Pero la poetisa “se encuentra presa del dolor tras la muerte de su marido” y “no desea que se la moleste”, ha precisado Zhang Qingyang, el portavoz del Ayuntamiento de Shenyang. “Es mejor que no reciba mucha interferencia de fuera durante este tiempo ahora que Liu Xiaobo ha muerto”.
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