Luis Velázquez | Escenarios
28 de mayo de 2021
UNO. Pambazos de casa en casa
Muchos, demasiados estragos económicos ha causado el COVID. Entre tantos otros, el desempleo. Y lo peor entre lo peor, con el jefe de familia cesante, y con las puertas laborales cerradas, empresas, negocios y comercios en la ruina, haciendo los trabajos nunca antes imaginados.
Por ejemplo, la pareja de una amiga tiene un año desempleado. Y como han llevado toda la vida sin ahorros pues el salario era insuficiente, entonces, la señora decidió hacer pambazos y cuando la tarde entibia sale a venderlos de casa en casa.
DOS. Pena es robar…
Por lo regular, el marido la acompaña. Y soñando con mejorar un poquito el ingreso familiar, entonces, ella vende por un lado y el marido por otro.
Hacia las 5 y media de la tarde, los dos andan en la calle tocando puertas y timbres.
Y por fortuna, van sacando para la comida con sus tres hijos, menores de edad, inscritos en la escuela primaria pública.
Ninguna pena de la esposa vender pambazos. Tampoco del esposo. “Pena, diría el viejito del barrio, es robar”.
TRES. Todos los trabajos son dignos
Ningún trabajo, por lo general, es indigno. Doloroso, traumante, por ejemplo, el trabajo sexual. La subasta del cuerpo al mejor postor. Terrible y espantoso, meterse de sicario. Canijo, trabajar matando gente para llevar el itacate y la torta a casa.
Pero vender pambazos y poco a poco acreditar la vendimia, pambazos sabrosos, significa una forma muy digna de vivir… en medio del desastre epidemiológico y de la errática política económica.
Duro, también, incluso para la integración familiar, que un millón de paisanos de Veracruz estén de migrante y sin papeles en Estados Unidos, la única posibilidad que tuvieron de tener un ingreso seguro y estable y hasta donde es posible.
CUATRO. Abriendo el mercado
El marido también participa en la elaboración de los pambazos. Anda bien metido en la cocina.
Y cada vez, inventando recetas. Incluso, se compró un libro de recetas y lo lee y estudia y explora, junto con la esposa.
En un principio tocaron las puertas de la familia, luego de los vecinos, después de los conocidos y de los compañeros de trabajo que fueron.
Entonces, el mundo quedó demasiado chico y se ampliaron y caminaron en otros barrios y colonias abriendo el mercado.
CINCO. Volverse independientes
Llenos de optimismo miran en la venta de pambazos una nueva forma de vida.
De entrada, para volverse independientes y dejar de depender de los COVID y del infortunio laboral con los patrones y los jefes.
Claro, el marido sopesa el Seguro Social y el Infonavit, pero en todo caso, puede inscribirse en el seguro voluntario y también a la familia.
Se han dado de alta en Hacienda para, digamos, evitar desaguisados y sustos.
SEIS. El pan de los hijos
De acuerdo con el INEGI, uno de cada tres jefes de familia obtiene el sustento diario con el trabajo informal, y entre quienes entran albañiles, fontaneros, pintores, electricistas y carpinteros.
También, los dueños de changarros en la vía pública vendiendo tortas, tamales, tostadas y totopos y sus derivados como son las garnachas, las picadas y las gordas.
La felicidad y dicha de aquella señora que en una gira le fajó al gobernador Fidel Herrera Beltrán y le pidió ayuda para iniciar un negocio.
“Mil pesos” le dijo la señora, para poner un changarro de picadas y gordas.
Lo importante es garantizar el pan y la sal de los hijos…