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La soledad del poder; el fracaso de Javier Duarte

El Piñero

  • Del halago al desprecio

Barandal

Luis Velázquez

Veracruz.- ESCALERAS: Javier Duarte terminó su huelga de hambre. Duró diecisiete días, ajá, sin probar alimento. Que su vida ya peligraba fue el dictamen oficial.

Pero si soñaba con detener lo que llama “la persecución política” y “la cacería de brujas” del góber azul, le falló por completo.

La justicia, justicia a secas, sin “la gracia” de que hablaba Benito Juárez, ha de aplicarse de acuerdo con la ley.

Y más, en un pueblo tan agraviado como Veracruz.

Una vez más quedó mostrado. Duarte vive y padece la soledad del poder que, por ejemplo, tanto describiera Gabriel García Márquez en algunos de sus novelas, entre ellas, las siguientes:

“El otoño del patriarca”, un viejo decrépito y déspota y tirano que fue en el ejercicio del poder y la tarea de gobernar.

“Cien años de soledad”, con la triste historia del coronel Aureliano Buendía.

Y “El general en su laberinto”, los días más sombríos de Simón Bolívar, quien vive “una tristísima orfandad política”.

Por eso, si algunos amigos o barbies le quedan y le visitan en el Reclusorio Norte de la Ciudad de México quizá le harían bien para leer (o releer) la trilogía de García Márquez sobre el poder, y que en el fondo es su retrato.

De la gloria al infierno en un dos por tres.

Del halago y el incienso, con el ejercicio más fascinante del poder, en que se creía y sentía dueño del día y de la noche y de la vida de los demás y del destino común al desdén, el menosprecio y el desprecio.

Y lo peor, a la soledad, entre otras cositas, porque los suyos, los ex funcionarios públicos, unos a otros se acusan de pillos, ladrones y corruptos, como es el caso, entre otros, de Gina Domínguez, Alberto Silva, Mauricio Audirac y Tarek Abdalá.

Más grave, claro, la soledad que viene de que su esposa (y sus hijos) están lejos, en el otro extremo del mundo, ya por estrategia política, pero también, se afirma en el pasillo político, que porque Karime Macías estaría tramitando el divorcio, de hecho y derecho, separados ya.

Y separados, de igual manera como sucede con los dictadores de García Márquez, por tantas infidelidades.

 

PASAMANOS: De acuerdo con los expertos, el Gabo describe en sus novelas los excesos y abusos del poder político y que suelen terminar “en la pérdida del sentido de la realidad”.

Duarte, por ejemplo, perdió por completo “el sentido de la realidad”. Se creyó infalible. Sintió que el poder era eterno y que la buena vibra, el buen karma, como le llamaba, duraría siempre.

Y duraría, además, porque como tuvo varios candidatos a la gubernatura, con alguno habría de ganar, incluido el senador Héctor Yunes Landa.

Perdió la noción de la vida cuando desde el primer mes del mandato sexenal empezó con los negocios, como lo revelara en su momento su amigo y prestanombre, José Juan Janeiro, convertido en testigo protegido de la Procuraduría General de la República, tiempo aquel cuando le ordenó formar las primeras empresas fantasmas para desviar recursos públicos, más federales que estatales.

Luego, en el viaje constitucional, se topó con almas gemelas, con una disposición genética quizá a la corrupción, proclives cien por ciento al enriquecimiento ilícito.

Incluso, hasta se dio una competencia entre varios funcionarios de su gabinete legal y ampliado para enriquecerse lo más pronto posible y mejor.

La fama pública, por ejemplo, registra que Jorge Carvallo Delfín (presidente del CDE del PRI, secretario de Desarrollo Social, secretario particular de Duarte, diputado local y federal) integró una flotilla de camiones de carga, compró un rancho con ganado, adquirió mansiones y hasta se compró un avión, cuando hacia el año 2004 llegó a Xalapa en un modesto Volkswagen, a tal grado que su padre lo describió de la siguiente forma: “Es el hijo más ruin que he tenido”.

 

CASCAJO: Con la novela “El otoño del patriarca”, García Márquez demuestra que “no hay político que haya conocido y perdido el poder que no espere o sueñe volver a tenerlo.

“Es una ingenuidad creer que quieran definitivamente prescindir del poder.

“Y cuando se presenta la oportunidad, al político le da por creer, o los partidarios se lo hacen creer, que la patria lo necesita y que aún es útil para aportar su experiencia.

Y el político acaba por creerlo y vuelve a las andadas” (Marco Antonio Campos, La Jornada semanal).

Pero en el caso de Duarte, si librara la cárcel (lo que estaría en chino), mucho se dudaría volviera a la vida pública, pues ha sido demasiado satanizado.

Incluso, además de pillo y ladrón, hasta asesino le llamó el presidente del CEN del PRI, Enrique Ochoa Reza, de seguro con el visto bueno superior.

Y más si se mira alrededor, como por ejemplo, el caso de los ex gobernadores Mario Villanueva (Quintana Roo), Rubén Figueroa Alcocer (Guerrero), Tomás Yarrington y Eugenio Flores Hernández (Tamaulipas) y Mario Marín (Puebla), entre tantos otros, que nunca, jamás, han podido volver a la vida pública.

La soledad en la vida cotidiana es canija, atroz y cruel.

Pero más terrible ha de ser la soledad de un político cuando de un día para otro pasa de las mieles del poder (el halago, el incienso, el dinero fácil, la riqueza insólita, los placeres mundanos, la idolatría, etcétera) al fondo del infierno.

El hedonismo de Javier Duarte duró casi seis años. Y los días y las noches más sombrías de su vida apenas están iniciando.

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