Luis Velázquez/ Escenarios
Veracruz.- UNO. Una mujer más ejecutada
Una mujer más ha sido asesinada en Veracruz. Ahora fue en Acayucan. Se llamaba María del Carmen Martínez Fuentes. Ingeniera química. 54 años. Fue el sábado 22 de septiembre.
Unos desconocidos llegaron al restaurante “La teca”, propiedad de su señora madre. Y sin mediar palabra, así nomás, le dispararon. Muerte inmediata.
Antes, en el siglo pasado, se estaba seguro de que allí donde había traileros estacionados en la carretera frente a un restaurante significaba que existía buena sazón.
Y el conductor se detenía.
Ahora, en las carreteras de Veracruz corre otra leyenda. Tener un restaurante constituye un peligro. Y más, mucho más, en la tarde/noche.
Igual que siempre, el boletín asegura que la autoridad inició la carpeta de investigación. Y que los presumibles homicidas eran unos desconocidos.
Pero, al mismo tiempo, la población sabe, está segura, cierta, de que un feminicidio sepulta al anterior y lo hace olvidar en la cancha penal de la Fiscalía, más, claro, en el carril de la secretaría de Seguridad Pública, incapaz de garantizar la seguridad en la vida según lo establece el llamado Estado de Derecho.
Las páginas policiacas de la prensa escrita desde hace mucho tiempo estrenan un nuevo término. Feminicidio. El asesinato con violencia de una mujer.
DOS. Mujeres satanizadas
Varias justificaciones han dado la autoridad sobre el feminicidio jarocho.
Que violencia intrafamiliar, inculpando al esposo y/o al amante.
Es decir, la mujer satanizada, digamos, y lo peor, ella culpable, ajá.
Que tenía malas amistades con los malandros y que tener una pareja malosa constituye vivir en riesgo eterno y perpetuo.
Y siempre, claro, las de perder.
Que estaba involucrada en el narcotráfico…como, por ejemplo, las dos menores de edad ejecutadas en un fuego cruzado entre carteles y policías en Río Blanco.
Que era empleada en un bar o antro de mala muerte y ni modo, “el que se lleva… se aguanta”.
Que era coqueta y, ni hablar, se expuso.
Pero más allá de los pretextos o motivos, Veracruz, primer lugar nacional en feminicidios, lo peor entre lo peor, la impunidad.
Y más por lo siguiente:
Uno, se presume es el asesino físico, y el otro, el homicida intelectual.
Y si se revisa el número de mujeres asesinadas, en pocos, excepcionales casos, hay detenidos.
Y entre más impunidad más aumentan los crímenes.
Un círculo vicioso que ni la secretaría de Seguridad Pública ni la Fiscalía azul han desatorado.
Y como a la yunicidad le restan dos meses y cachito, todo indica que el legado histórico del bienio azul serán el feminicidio, el infanticidio y el asalto a feligreses en una iglesia y a unos comensales en una taquería y el asesinato de un hombre un domingo en un balneario de Córdoba.
TRES. Herencia de un gobernador
El duartazgo entró a la historia global porque Veracruz fue “el peor rincón del mundo para el reporteril”…, por encima de Siria, en el otro extremo del planeta, con diecinueve reporteros asesinados y tres desaparecidos.
Y también porque el sexenio anterior fue “el peor paso de los migrantes de América Central camino a Estados Unidos” según denuncia del sacerdote de la Teología de la Liberación, amigo de AMLO, el presidente electo, José Alejandro Solalinde Guerra.
Ahora, Veracruz, en las grandes ligas con el asesinato de mujeres.
Lo peor es que a nivel oficial se carece de investigaciones de fondo para documentar con hechos concretos y específicos las razones para tantos crímenes de mujeres.
Diríase, incluso, que existe indolencia de la Fiscalía tanto para investigar los homicidios como para detener a los presuntos.
Los estados de México y Chihuahua, incluso cuando Enrique Peña Nieto gobernaba Edomex, fueron campeones nacionales en feminicidios.
Y por más voces sociales que se levantaron reclamando un alto a la violencia y la impunidad, las ejecuciones rebasaron el principio de Peter.
Pareciera que la historia se reproduce y fermenta en Veracruz.
CUATRO. Montón de niños huérfanos
Por un lado, el feminicidio. Y por el otro, un número incuantificable de niños huérfanos y de esposos viudos y hasta de padres en la orfandad social, pues con frecuencia, las mujeres asesinadas eran madre y padre en su hogar y a cargo de padres ancianos.
He ahí una tragedia humanitaria que ha pasado inadvertida por la misma Fiscalía, las secretarías de Seguridad Pública y Desarrollo Social y de Salud, y el DIF, entre otras dependencias.
Una tragedia pavorosa aquí en Veracruz.
De 1980 a 1986, Agustín Acosta Lagunes gobernó la tierra jarocha y uno de sus legados fatídicos fue “La Sonora Matancera” y que ahora equivale a los carteles de la droga, también huachicoleros.
Acosta tenía una frase, “anillo al dedo” hoy:
“La violencia es inevitable, decía, y ni modo”.
Fue aquel tiempo cuando su amigo y homólogo, Rubén Figueroa Figueroa, gobernaba Guerrero, la otra entidad tan llena de incertidumbre, inseguridad y zozobra, incluso hasta cuando el hijo, Rubén Figueroa Alcocer, debiera renunciar a la silla embrujada del palacio por la emboscada de diecisiete campesinos en “Aguas Blancas”, Ernesto Zedillo, su compadre, presidente.
En Veracruz, tierra feminicida, “la violencia es inevitable, y ni modo”, “¡qué le vamos a hacer (Carlos Fuentes Macías), aquí nos tocó vivir!” (Cristina Pacheco).