- “Déjate de pendejadas, Hilario”
Escenarios
Luis Velázquez
Veracruz.- La Yuniciad tiene un guerrillero destrampado. Mejor dicho, una especie de ángel exterminador. Tiene nombre, rostro y edad. De hecho, es un Niño Pípila, un Narciso Mendoza intrépido, que no obstante ser académico, desconoce la prudencia y la cordura. Y como del aula brincó a la dirección del Instituto de Pensiones, IPE, entonces, se cree soñado. Su mesianismo afloró antes de que el gallo cantara.
Por ejemplo, unos días fueron suficientes para despedir, así nomás, a los subdirectores de Finanzas y Jurídico.
Y en contraparte, para mostrar el puño, el puño de Gustavo Díaz Ordaz, contrató a 17 barbies para endulzar la vida. Pero más aún, a tono con su pasado en la facultad de Economía y el Instituto de Investigaciones, en que soñaba con su mundo feliz al lado de reinis y ladies.
Claro, claro, claro, sin llegar, digamos, al acoso, “delito de lesa humanidad” en tiempo de feminismo y del feminicidio.
Ninguna mujer, por ahora, lo ha delatado. Quizá, las agarraron por hambre y “aguantan vara” como suele decir el Fiscal cuando siente el rafagueo mediático.
Pero…, pero quienes le enfrentaron son los líderes sindicales miembros del Consejo de Administración del IPE, a quienes en su tiempo de articulista y académico señaló de pillos y ladrones.
Y lo peor: sin tener pruebas.
Y por eso mismo en la primera junta del Consejo de Administración, le levantaron la tarjeta amarilla y exigieron cuentas, en nombre de la rendición de cuentas.
Tú, le dijeron, denunciaste en tus textos un saqueo en el IPE. Queremos pruebas. Nombres. Hechos.
Y cuando uno tras otro de los dirigentes sindicales fueron tomando la palabra, Hilario Barcelata, el director, enmudeció.
Tanto que sólo alcanzó a decir:
“Lo dije de mentiritas”, mirando de soslayo a su jefe inmediato, el secretario General de Rogelio Franco Castán, a su lado, y a quien debe el nombramiento.
“Nada de mentiritas”, le reviraron los líderes, porque tú, le remacharon como un mazazo, nos pusiste en evidencia ante las bases.
Y ni modo que ahora vayamos a pedir su comprensión y apoyo para, digamos, una reforma a la ley del IPE, si tú ya nos denotaste.
Tan dura y ríspida fue la sesión que Franco Castán se retiró antes de llegar a asuntos generales, pero todavía le dijo:
“¡Déjate de pendejadas! ¡Ponte a trabajar! ¡El IPE tiene muchos problemas!
2
El fuego amigo empezó desde un principio. Incluso, antes de.
Por ejemplo, el director del IPE envió un oficio a los líderes sindicales para la juntita.
Y en el oficio avisaba que transmitiría en vivo la primera reunión del Consejo de Administración.
Filosos, sonando los tambores de guerra, a la contraofensiva, los líderes se pusieron felices.
Así, lo enfrentarían “al aire” y sin rodeos.
Pero cuando la juntita comenzó y siguió, ninguna transmisión.
Hilario Barcelata había dado marcha atrás.
Al ratito los trenes chocaron en la vía descarrilada.
Por ejemplo:
El director dijo que había descubierto tres “aviadores”.
Nombres, exigieron los líderes. Sueldos. Cargos.
Y el director callado. Mejor dicho, haciéndose “pato”.
Después, dijo que descubrieron tres pensiones millonarias irregulares.
Y aun cuando un líder, Enrique Levet Gorozpe, dijo que en la historia del IPE han aprobado cien mil pensionados, quizá hubo “chanchullo” en algunos.
Pero con todo, nombres, ubicaciones, pensiones.
Y de nuevo, el director sumido en el silencio. Evasivas. Evasivas. Evasivas.
Luego, el director planteó que los hoteles Xalapa y Chachalacas son un fracaso, y por añadidura, proponía su venta.
Okey, dijeron los dirigentes sindicales, pero demuestra el estudio administrativo para tomar la decisión.
Y el doctor en Economía, Hilario Barcelata, ningún documento tenía a la mano.
También habló de que desde sexenios anteriores, el IPE tiene una empresa fiscal que le lleva sus cuentitas ante el SAT y Hacienda y a la que han pagado treinta millones de pesos.
Nombres, datos, licitación pública, comprobantes de pagos, reclamaron los líderes, y nada, absolutamente nada.
Entonces, vino el asunto álgido. Los artículos de Barcelata acusando de pillos a los líderes que forman parte del Consejo de Administración del Instituto de Pensiones.
3
“Yo no he agarrado un solo peso. Y si es así, demuéstralo” le reviró la maestra Acela Servín.
“No es lo mismo ser borracho que cantinero” le dijo Ricardo Ditz Herlindo.
“Tú, le dijo Enrique Levet Gorozpe, estás obligado a lavar nuestro nombre”.
Barcelata se envalentonó:
“Tú… has de lavar tu nombre”.
“No, tú acusaste. Tú demuestras o te retractas y lavas nuestro nombre” reviró de nuevo Levet Gorozpe.
Y todavía, añadió:
“Eso te pasa por hablar de más”.
Entonces, atrapado y sin salida, Hilario Barcelata se excusó:
“Eso lo publiqué cuando era académico”.
Rogelio Franco Castán se irritó. Asistía a una masacre. Y se excusó con el Consejo de Administración.
“Me tengo que ir” dijo poniéndose pie.
Todavía alcanzó a escuchar la voz de Levet como un trueno, un relámpago en el amanecer lluvioso y tranquilo:
“Tú, Hilario, hablaste de saqueo. Dinos a quiénes acusas… para que devuelva el dinero robado”.
Ninguna de las 17 barbies de Hilario Barcelata lo pudo salvar. Algunas de ellas, en la sala de juntas, estaban hinoptizadas por el bombardeo verbal.
Ni sus caricias servirían de bálsamo redentor en las horas violentas del jefe atribulado…
