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Las cornadas del hambre; vivir de la propina

El Piñero

  • Salarios mezquinos

Escenarios

Luis Velázquez

Veracruz.- UNO. Las cornadas del hambre

“Muchas cornadas da el hambre”. Por ejemplo:

Ellos son un matrimonio joven. Treinta años. Tres hijos.

El padre primero vendió volovanes en una esquina. Luego, trabajó de cargador en el mercado popular. Después, ayudante de un carnicero, destajando la carne en filetes.

Y luego de tantas cortadas en las manos pues desconocía el oficio y ninguna habilidad tenía para sortear el cuchillo afilado, se volvió albañil.

Ahora, es jardinero en una casa.

Ella… deja a sus tres hijos con su señora madre. Y es trabajadora doméstica, a veces, “de sol a sol” como se dice en el rancho con la faena jornalera, y si bien le va, de 7 de la mañana a 4 de la tarde.

Le pagan trescientos pesos al día. Pero ella paga 150 pesos a su mamá por cuidar al trío de hijos.

Viven, claro, en una casita Infonavit rentada. Y para trasladarse al trabajo han de usar cuatro camiones.

6 años llevan así. Tejiendo y destejiendo esperanzas, pero sin nunca de tejer, porque la vida suele ofrecer, cierto, muchas expectativas, pero de igual manera, “muchos son los llamados y pocos los elegidos”.

Y pocos los elegidos en un Veracruz donde 6 de los 8 millones de habitantes están en la miseria, la pobreza y la jodidez.

 

DOS. Vivir de la propina

 

Bienvenidos todos al mercado laboral.

La OCDE dice, por ejemplo, que “casi 49 millones de personas no pueden satisfacer necesidades básicas con sus trabajos” y en donde perciben desde 70 pesos diarios como un indígena en la montaña negra de Zongolica hasta los 300 pesos de una trabajadora doméstica en la zona rural, pero que ha de compartir con la mamá que le cuida a los hijos.

Durante los 6 años de primaria y los 3 de secundaria y los 3 de bachillerato y los 5 de universidad, 17 años en total, un estudiante carga la mochila todos los días para llegar temprano a clase.

Y luego, cuando ya egresó (si bien le va), entonces, confronta la realidad como una pesadilla.

Simple y llanamente, la chamba escasea.

Segundo, si tienen suerte, con “salarios de hambre” como les llamaba Ricardo Flores Magón, “salarios mezquinos” les decía Carlos Marx.

Bastaría mirar alrededor en Veracruz, por ejemplo, y por todos lados hay franquicias de Estados Unidos. Restaurantes, por ejemplo. Atendidos por jóvenes que siempre están con una sonrisa limpia y sincera, natural.

Pero… sucede que todos sin excepción ganan el salario mínimo.

Y todos apuestan a la propina.

Y una propina que han de compartir con el resto de los compañeros de trabajo, desde los mismos meseros hasta el personal de cocina y limpieza.

Y lo peor entre lo peor, sin hacer antigüedad para algún día pensionarse y sin las prestaciones sociales, económicas y médicas contempladas en la Ley Federal del Trabajo.

 

TRES. El changarro para vivir

 

La otra salida es poner un changarro. El INEGI lo dice con claridad: uno de cada tres jefes de familia llevan el itacate a casa de la venta de fritangas (picadas, gordas, tacos, tortas, tamales y refresco de cola) en la vía pública.

Un día, en el sexenio de Fidel Herrera Beltrán, una señora en la Cuenca del Papaloapan le pidió ayuda para poner “un negocito” le dijo.

–¿Y cuánto necesitas? le preguntó.

–Mil pesos.

–¿Y que tendrás con mil pesos?

–Un puesto de picadas.

“El tío” metió la mano a la bolsa derecha del pantalón donde guardaba los billetes de mil pesos y le dio dos mil.

Y desde entonces, la señora se volvió ultra fans del “góber fogoso”.

Claro, si trabaja, hay ingresos. Si llueve con torrencial o enferma, el puesto queda cerrado.

Pero, bueno, tal era la expectativa de la señora cuenqueña y que así, digamos, resolvía sus grandes pendientes económicos y sociales.

 

CUATRO. El norte contra el sur

 

El municipio de Veracruz es la sala grande del estado jarocho. Y lo que aquí ocurre es una muestra.

El norte contra el sur.

El norte concentra al montón de fraccionamientos Infonavit, anexos y conexos, donde de acuerdo con la antropología de la pobreza, las casas tienen una antena de televisión en el techo y en donde habitan el medio millón de personas que según el INEGI sólo hacen dos comidas al día en Veracruz dada la pobreza ancestral.

Y el sur, circundado por fraccionamientos residenciales, donde se asientan las plazas comerciales, y en donde las familias construyeron sus mansiones a la orilla del río Jamapa desembocando en el Golfo de México, y en donde tienen un atracadero de yates casi casi a la puerta de la recámara.

Cada mañana los habitantes del norte salen corriendo para treparse al autobús urbano y trabajar en el sur, desde trabajadoras domésticas hasta fontaneros y albañiles.

Desde luego, la mayor parte de la población se ubica en el norte, donde viven como intituló Luis Buñuel a una de sus películas, “Los olvidados de Dios”.

El norte y el sur expresan la creciente desigualdad social que ha existido desde antes de que (hace 500 años Hernán Cortés) desembarcara en las playas de Chalchihuecan.

El único consuelo es que en el otro mundo, los pobres vivirán sentados en el paraíso al lado del Señor, cuyo hijo Jesús escogió como doce apóstoles a puros pescadores, todos jodidos que andaban descalzos y vestidos con tiliches.

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