¿Qué se hace en medio de la luna de miel cuando te golpea la absoluta certeza de que te has casado con la persona equivocada? ¿Cómo desandar tres años de estudios de la profesión que comienzas a odiar? ¿Cómo regresar el calendario para designar a un candidato presidencial que sí funcione? Exactamente la sensación que debe estar experimentando Enrique Peña Nieto estos días: se está desplomando en caída libre José Antonio Meade, el campeón destinado a mantener al PRI en Los Pinos. Apenas un mes después de haber sido designado candidato, la mayor parte de las encuestas y sondeos lo ubican en un tercer lugar, por debajo de Andrés Manuel López Obrador, opositor de izquierda y de Ricardo Anaya el joven sorpresa del frente formado por PAN y PRD.
La percepción del desplome de José Antonio Meade se está convirtiendo en una bola de nieve imparable
Y más preocupante que las encuestas es la percepción reinante en redes sociales y charlas de sobremesa. Su estrategia de campaña carece de un foco; en las primeras semanas optó por atacar a sus rivales, pero siendo el candidato del partido en el poder toda crítica terminó convertida en bumerán. Una y otra vez las pullas lanzadas se convirtieron en memes contraproducentes que lo dejaron mal parado. Pero más que una estrategia, lo que le ha faltado al abanderado priista es la sustancia misma que convierte a alguien en candidato: carisma, agudeza y cierta dosis de malicia. No son tiempos que premien el candor.
Las razones por las que este técnico, ex secretario de Hacienda, podía ser un buen candidato resultaron justamente sus falencias. Presentarse como buena persona y deslindarse de los priistas o de los políticos, parecía una buena estrategia, pero al no ir acompañada de una serie de propuestas sólidas o novedosas para atacar los problemas de México, la imagen que proyecta es la de un personaje blandengue a quien la arena política le ha quedado grande. En su favor habría que decir que los tiempos previstos por las autoridades electorales prohíben en esta etapa presentar programas de gobierno o equivalentes, pero sus rivales se las han arreglado para difundir ideas que de alguna manera despiertan interés o polémica. En el caso de Meade el debate se ha centrado en la cursilería de sus anuncios o los temas de su dieta.
Se dirá que es muy pronto para descartar a un candidato; faltan cinco meses para las elecciones. Después de todo, Meade es el candidato de la poderosa maquinaria oficial. Y basta ver las portadas de los diarios y los noticieros de la televisión para percibir la manera interesada y parcial en que es arropado el abanderado del régimen.
Pero dos factores operan inexorablemente en contra del delfín de Peña Nieto. Primero, que buena parte de la conversación pública ya no pasa por los medios convencionales. Los electores jóvenes y los círculos de influencia en los distintos nichos abreva en redes sociales que están masacrando al candidato oficial al grado de que la intención de voto, según las encuestas, lo ha castigado con rudeza al margen de lo que diga la prensa oficialista.
Y segundo, y más grave: las elecciones presidenciales en México constan en realidad de una primera y de una segunda vuelta, aun cuando se realicen de manera extraoficial. Siempre hay tres candidatos competitivos, pero solo llegan dos opciones viables a la jornada electoral (julio en este caso). Es decir, de aquí a mayo y quizá antes, el segundo y tercer lugar luchan para convencer al electorado de que solo uno de ellos puede vencer al puntero. Está claro que López Obrador de Morena es ese puntero y que Anaya y Meade están enfrascados en una contienda personal para convertirse en el legítimo segundo lugar, exigir el voto útil del tercero y estar en condiciones de derrotar a la “amenaza contra México” que representa el advenimiento de la izquierda.
Pues bien, de ser cierta la tendencia de los sondeos, esa primera vuelta está por consumarse sorprendentemente temprano. La percepción del desplome de Meade se está convirtiendo en una bola de nieve imparable y extiende la percepción de que Anaya es el único candidato viable frente a Morena.
¿Qué opciones tiene Peña Nieto? Alguien afirmará que los tiempos electorales todavía permiten sustituir a Meade por Aurelio Nuño, su “cover” oficial. Pero al margen de que eso significaría para el PRI recomenzar con una derrota reconocida a cuestas, el recambio tampoco inspira confianza. Representaría simplemente otra manera de perder. Siendo así, caben otras dos opciones. Negociar con Anaya un relevo amnistiado del poder (como ya sucedió entre PRI y PAN). Y, desde luego, siempre cabe una vía inesperada: pactar con López Obrador, ahora que está en fase conciliadora y benigna. Difícil, pero no imposible. A estas alturas se conoce mejor al viejo enemigo tabasqueño que al impetuoso y enfebrecido recién llegado.
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