Por Yolanda Portugal y Paulo Sergio HG / El Piñero de la Cuenca
México.- Cada vez que vamos a comprar azúcar, elegimos la más limpia, la más refinada, entre más blanca mejor, la tomamos de los anaqueles y a veces hasta nos quejamos del precio, ninguno de nosotros pensamos que la azúcar que llevamos a casa proviene de manos llenas de carbón, de rostros con rayas negras desvanecidas por el sudor que cae por la cara de los cañeros, quienes no solo sudan por el calor natural, sino por el calor que provoca el fuego con el que se quema la caña.
Quemar cañales: Un trabajo milimétrico
El ingenio es quien da la orden para que un cañal sea quemado, 12 meses es la espera para comenzar el proceso de hacer azúcar, sin embargo, la labor queda en mano de los jornaleros, unos queman, cortan y mueven a otros cortadores; quemar se convierte en una ceremonia, donde el fuego no debe alcanzar más que las cañas destinadas para esas llamas, bombas manuelas de agua, son las cómplices de los trabajadores para mantener a raya las llamas, si el fuego de sale de control provoca un pequeño caos, llega a otros cañales, que aún no están destinados a su quema y se convierten en un accidente para el ingenio, un accidente que vale menos.
Para Félix Ponce, de oficio campesino jornalero y que funge como cabo y quemador de caña nos explica que su trabajo consiste en llevar a los grupos de personas al corte de caña en su camioneta. Todas las mañanas pasa por cada trabajador a sus casas y las lleva a los campos de trabajo. El corta caña de igual manera y se encarga de la quema de los cañales. “Hay que buscar la dirección del viento con el propósito de que no se descontrole. Es una labor peligrosa y con el extremo cuidado de que no pase a otro cañal. Para controlar el fuego de utiliza una bomba de agua y cuando el viento es muy fuerte mejor lo dejamos para no arriesgar nuestras vidas”.
Zoila y su esposo, ambos cañeros, la equidad entre cañales
Sentados sobre el monte, con su morral guardián de su lonche, un machete que el patrón le da de regalo, ellos con ropa de campo, él con una gorra de Javier Duarte, tal vez el peor gobernador de Veracruz, ella con una gorra del PRI, cansados, sus expresiones ocultas por tizne, tras cortar caña durante casi toda la mañana, nos cuentan como son un matrimonio cañero.
Don Roberto González, es de Tlacojalpan, corta caña desde hace 16 años, es su actividad principal durante toda la zafra, que dura aproximadamente seis meses, un trabajo de domingo a domingo, sin embargo, él tiene algo diferente, él trabaja con su esposa, como lo dice –Ella es mi esposa y cortamos juntos-
Zoila lo ve, no dice nada por unos segundos, Roberto, aclara que en pareja es mejor porque cortan de 8 a 9 toneladas, junto a Zoila, el ingreso es de 450 pesos diarios. Zoila, dice –apenas lleva 2 años-, se nota un tono de orgullo y tal vez pena por no tener más años, sin embargo, le gusta trabajar, se nota en su mirada en sus manos. Para Zoila la primera vez que trabajó en esto fue una experiencia difícil, estar todo el tiempo en el sol no fue tarea fácil. Ahora tiene dos trabajos, es ama de casa pero también jornalera. Primero tiene que atender las labores de su hogar para poder dedicarse a este empleo. Si entró a trabajar fue porque su marido se enfermó, él ya estaba contratado y entonces decidió apoyarlo y cubrir su turno. Desde entonces trabaja codo a codo con él.
Roberto dice que hay mucha igualdad y respeto hacía Zoila de parte de los otros hombres; Zoila dice que una falta de respeto que la haya dañado no, a veces escucha que la mujer es de su casa y los hombres del campo, sin embargo, Roberto interrumpe, ahorita hay mucha igualdad, como hombres nos damos a respetar y las mujeres de igual manera, el campo, el trabajo a veces da las mejores lesiones de vida.
Roberto considera que dentro de la cadena de trabajo, éste puesto es el más sucio, el más pesado, ya que siempre se anda en sol, en la lluvia, en el calor, en el frio. “Siempre se está en la intemperie. Si te cubres no trabajas. Aquí no hay otro trabajo más que este. Mi papá se dedicó a este oficio y por eso me dedico yo”. Nunca ha pensado en emigrar. Éste trabajo representa una estabilidad para él. En momentos cuando no se encuentra cortando se dedica a vigilar los cultivos y la siembra de la caña.
Su jornada inicia a las 5 de la mañana, que es cuando el cabo acude con su vehículo a buscarlos. La jornada termina hasta la 1 o 3 de la tarde. Si trabajan de esta manera es por sus hijos que acuden a la preparatoria. Ellos representan su motivación. El matrimonio tiene la esperanza de que en el futuro accedan a mejores fuentes de empleo.
Ahora se encuentran descansando bajo la sombra de unos platanares mientras cuentan sus montones de caña cortados. Están sucios, llenos de tizne. En la mano llevan un morral con tuppers: agua de naranja, frijoles con huevo, salsa y tortillas fueron el lonche que desayunaron durante el día.
Los diferentes puestos de trabajo
Los puestos de trabajos se encuentran bien definidos. Por ejemplo, más allá de los cortadores, están los operadores de la máquina alzadora que se encargan de colocar la caña cortada en las carretas y los tractoristas, quienes llevarán la cosecha hasta los ingenios próximos.
Este trabajo se realiza bajo una operación meticulosa y programada en coordinación con el contador, quien finalmente vigila toda la operación y es quien lleva las cuentas de las cantidades de arañazos recolectados. Él será quien al final certificará las cantidades cortadas y puestas en las carretas y quien emitirá los vales a los trabajadores que después cobrarán. Su trabajo es relajado, “Es bonito si sabes de matemáticas”; con orgullo dice nunca perder las cuentas.
Un puesto particular es el del lonchero, una persona que con su moto acude a todos los domicilios de los trabajadores para recolectar el almuerzo que los entrega a cada uno de los trabajadores.
La desolación del agricultor
A lo lejos se encuentra bajo la sombra de un gran mangal el agricultor dueño de las parcelas. El solo ve la operación a lo lejos. Tiene sembradas 4 hectareas sembradas en ese predio. La cosecha ha sido vendida ya para el ingenio San Cristobal ubicado en Carlos A. Carillo Ver. Explica que ésta vez prefirió sembrar caña a plátano; por cuestiones de precio el plátano ya no es redituable. Pareciera es sólo un vigilante, no interviene. Para el la cosecha ya está vendida; el trabajo ya se hizo, solo está a la espera de que le hagan su pago. Da la impresión de que solo renta sus tierras y vigila el proceso de siembra y cosecha, quienes se encargan de controlar la operación son los inspectores del ingenio. Ellos dictan cuando sembrar, cuando cortar la caña, que precio se va a pagar así como quienes serán los encargados de operar las máquinas y transportar la caña. Si bien, continua siendo agricultor, lo es pero con poco poder de decisión. Está a merced de las imposiciones del ingenio. Con nostalgia explica, no hay de otra, si el plátano tuviera un mejor mercado, me dedicaría a sembrarlo. Aquí no se gana mucho. Hay muchos gastos que hay que cubrir. Gastos se van a las organizaciones campesinas que controlan las máquinas. Es un gran negocio para ellos.
El costo de la azúcar
Un kilo de azúcar vale en promedio 20 pesos, azúcar blanca, en una bolsa trasparente, una blancura que no deja espacio para decir que un cortador de caña, se levanta a las 4:30 de la mañana, trabaja cortando de 5:00 a 15:00 horas y si es solo corta un máximo de 4 toneladas, las cuales les serán pagadas a 50 pesos cada una, al día gana para comprar 10 kilos de azúcar empaquetada, su cansancio, sus manos llenas de carbón, su esfuerzo su coraje, nadie, ninguno lo valoramos.
