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Lorenzo Meyer: Habrá sacrificios, pero Trump puede llevar a México hacia su “segunda Independencia”

Staff El Piñero

 

Por: Mónica Maristain

¿En qué momento nos agarra Washington ahora?, se le pregunta a Lorenzo Meyer. “En el peor”, contesta. Luego acota: “en toda crisis hay una buena oportunidad”.  Y “si hay un líder que recupere el nacionalismo mexicano, los sacrificios se aceptarán”.

“Dentro de algunos años, tal vez le pongamos una estatua a Trump: es el padre de nuestra segunda Independencia­”, agrega.

El historiador y politólogo cree que Donald Trump está en su derecho de poner un muro. Pero lo que no está bien es que México lo pague, afirma. “Es como si un vecino de tu casa, un millonario, no quiere ver tu casa pobre y va a poner una bardota y encima, que tú se la pagues”.

“Lo importante es que se puede hacer de la necesidad una virtud, para lo cual se requiere liderazgo. Hay que convencer a la sociedad de que toda esta etapa de conseguir mediana independencia va a contemplar sacrificios. En ese proceso de recomponer la economía, va a pasar como cuando se firmó el TLC: hubo que matar a un montón de industrias pequeñas, medianas, que no daban para la competencia. Los fuertes como Carlos Slim vivieron. Ahora también va a ocurrir así. Pero si hay un líder que recupere el nacionalismo mexicano, los sacrificios se aceptarán”, afirma.

 

Ciudad de México, 27 de enero (SinEmbargo).- Ha tenido que luchar mucho para poder escribir para el pueblo, salirse de sus aulas cerradas con alumnos tan expertos como él y hacer, sin tener que renunciar a su estatus en el Colegio de México (Colmex), unos libros explicativos de un México que cada vez más va hacia su distopía.

 

Lorenzo Meyer sabe que su México no es el definitivo. “Las ciencias sociales son absolutamente objetivas, no tienen un grado científico. Así que esta mirada es la mía, puede haber otras”, explica.

 

Que sí, que muchos se atreven a hablar de los beneficios de la crisis. Pero en realidad el muro es una posibilidad de cambiar el rumbo, de que México no siga eligiendo la geografía pero sí su historia, su sentir. Hay que volver a Latinoamérica, hay que hacer frente al cambio para que Estados Unidos no nos siga pareciendo conveniente, como le pareció a Carlos Salinas de Gortari en 1988, cuando firmó el Tratado del Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).

 

“Tiene que haber muchos mexicanos sacrificados, porque así fue en 1988. Pero el cambio será bueno”, dice Meyer.

 

Que no es Enrique Peña Nieto ni mucho menos los candidatos del PAN los que pondrán la cara y el gesto frente al muro y su hacedor, señala: “Imagínese, el Presidente, sin ningún contacto con los líderes del mundo, viniendo de la política del Estado de México, yendo con ‘la Gaviota’ a comprar con la escolta presidencial a Miami”, dice, con cierto dejo de ironía.

 

“Dentro de algunos años, tal vez le pongamos una estatua a Trump: es el padre de nuestra segunda Independencia­”, dice Lorenzo Meyer.

DE UTOPÍA A DISTOPÍA

 

–Distopía es un libro pesimista o es una manera de decir: así estamos, y vamos a ver el futuro.

 

–Vamos a ver el futuro. Me gusta eso. Desde la óptica de un realismo casi brutal, no vale la pena hacernos ilusiones. Hay que poner las variables en la superficie, con ojos casi clínicos: el organismo nacional está muy enfermo, no vale la pena decir: “fue un catarrito”, como alguna vez llegara a decir el Gobernador del Banco de México (Banxico) sobre los efectos de la crisis del 2008. Hay que ver exactamente cuál es el caso de algunas de las instituciones principales. Ahora bien, yo no pretendo y nadie puede pretender, en estos asuntos, tener todas las circunstancias objetivas. En particular en esto de la política, la objetividad es imposible. No podemos tener los instrumentos poderosos que tienen la física, la química. No podemos hacer experimentos y nuestros conceptos siempre han estado mal definidos: no se puede tener conceptos tan claros como distancia, velocidad, peso. Aquí todo es más o menos. El diagnóstico que hago del México actual –el libro lo terminé de escribir y de redactar en 2016–, usando el enfoque histórico, de dónde viene ese problema, esta mala institucionalidad. Pero sí fue más factible un enfoque histórico, con una crítica social, porque creo que la ciencia social debe ser crítica y  no consentir al poder, [sino] examinarlo e incluso reclamarle. Se puede ser optimista, a pesar de un diagnóstico más o menos crudo.

–¿Qué es la distopía?

 

–La distopía empezó como utopía. Tomás Moro fue el que lo acuñó. Es ese lugar que no existe. Desde la óptica de la Inglaterra de Enrique VIII, funciona como debería funcionar. Inglaterra y el mundo son la perfección, así es una sociedad sin conflictos, sin problemas, donde la persona humana puede desarrollarse plenamente. El término de la distopía –la editorial se lo pensó un poquito en autorizarme el título–, los valores negativos llegan a su máximo; el mal funciona y funciona bien, y algunas de las tendencias de la realidad mexicana se acercan más a ella que a la utopía. Cuando en el pasado fue al revés. Hubo una utopía mexicana. Adolfo Gilly, en un estudio sobre el México de 1930, que es su tesis doctoral, la tituló: “La utopía cardenista”. Ese momento en que un sistema político real, con todos sus defectos y problemas, había una utopía: quería llegar a un México más justo, en donde los que históricamente habían perdido, sobre todo los indígenas y campesinos, tuvieran el lugar preponderante. Bueno, esto parece ser la distopía priísta. Y no es nada más el PRI: son los poderes fácticos, los que mandan aquí. Llevan a la sociedad mexicana camino no a la utopía, sino a la distopía.

 

–Uno de los ejemplos son los gobernadores, que se escapan y han robado para la corona.

 

–Muy buen ejemplo. Ahí está una distopía local. En Veracruz se llega a situaciones de perversión, que el peor gobernante se hubiera detenido. No era necesario parar las medicinas, ¿qué podía ganar? Sí, unos millones, pero ya tenía muchísimos, ya había robado al erario…

 

–Pero el hecho de que no lo detengan [a Javier Duarte de Ochoa], ¿no quiere decir que ha robado para la corona?

 

–Sí. Se puede sospechar. Los recursos que se necesitaron para llevar a cabo la elección de Enrique Peña Nieto vinieron de los estados, sobre todo de los estados de Veracruz y de México [Edomex]. En algún momento se interceptó, yo creo que por accidente, una maleta con efectivo que llegó de Veracruz al aeropuerto de Toluca y la autoridad ahí la decomisó. Era parte de ir financiando en efectivo, para que no hubiera huella de dónde vinieron esos recursos [hacia] la campaña electoral de Peña Nieto. Sí, se roba para la corona. Sobre todo en la parte inicial de los Gobiernos de Duarte y Peña Nieto.

 

–¿Qué nos dice la historia? ¿Cómo podemos tratar con un hombre como Trump?

 

–Bueno, Trump como personaje es importante porque su personalidad es importante. Para usar el concepto de [Daniel] Cosío Villegas aplicado a [Luis] Echeverría: es relevante su forma de ser, pero finalmente lo importante aquí no es Trump sino quienes lo votaron: esa parte de la sociedad norteamericana, minoritaria, es cierto, pero existente al fin; una mitad de la sociedad estadounidense se entusiasmó con un discurso, se distorsionó en exceso la realidad. Pero en el primer día de su campaña, para poder ser el candidato republicano, se lanzó contra México. Era un enemigo perfecto. Era un enemigo débil, pero muy expuesto, por la cantidad enorme de mexicanos que viven fuera de México. Una gran parte de Estados Unidos se entusiasmó con la frase “Construye la muralla y mátalos a todos”. ¿A quiénes se refería con “mátalos a todos”? Se refería a los mexicanos. ¿A los mexicanos indocumentados o a todos? Despertó entusiasmo. Despertó energía. Aquí están los mexicanos: son desagradables; no sólo están indocumentados, también están violando la Ley estadounidense. Además, roban empleos, estando aquí o estando fuera de aquí. A la hora en que nuestras industrias van a poner sus plantas allá y le dan empleos la Ford a mexicanos en lugar de dárselos a estadounidenses, todo por unos cuantos dólares, porque allí les cobran más baratos, están robando empleos. Y eso entusiasmó muchísimo a la gente que ya ha perdido los empleos o que está por perder sus empleos. Ellos fueron trabajadores privilegiados en relación con el resto del mundo; fueron como una clase en ascenso en el medio de la potencia más grande del planeta y de repente se vieron cada vez más desplazados. Entonces Trump les devolvió el orgullo, usando primero el discurso antimexicano, luego antichino y de pasadita antiislámico y esgrimiendo su crítica a las clases políticas de la sociedad estadounidense: “estos, en Washington, nos han traicionado pero ya no nos traicionarán más”. Todo ese conjunto despierta la imaginación, los temores, los rencores, los prejuicios, en una sociedad como la estadounidense que es racista. Así nacieron, ¿qué le vamos a hacer? Bueno, pueden hacer algo: combatir el racismo, pero hay muchos que no quieren combatir el racismo. Caramba, ver a un Presidente negro en la Casa Blanca, ver a su esposa mucho más negra que él, ver a sus hijas… es considerado una afrenta. Por eso Trump se lanzó contra Obama. “Ese no es estadounidense, ¿dónde está su certificado? Es extranjero. No nació aquí. Yo sospecho que nos robó la Casa Blanca”. Todo es robo para Trump.

 

–Con los últimos presidentes mexicanos, tan pro-yanquis. ¿De qué nos sirvió?

 

–¿Por qué México se convirtió en eso? Hace un tiempo, nuestro país se mostró seguro y orgulloso de su nacionalismo. El nacionalismo que surgió con la Revolución Mexicana. Pero que ya venía de mucho antes: fue en el enfrentamiento fracasado con los estadounidenses en el 46 y 48, del siglo XIX; fue el enfrentamiento más o menos exitoso contra los franceses, también en el siglo XIX. Pero fue sobre todo en los inicios del siglo XX que surgió ese nacionalismo que generó energía política, energía cultural…

–Cierta identidad, ¿también?

 

–Sí, por supuesto. Porque la independencia, como en otras naciones latinoamericanas, no fue por una evolución propia de la sociedad, sino porque los españoles nos dejaron fuera al ser invadidos por los franceses y nos lanzaron a una aventura de la Nación. Había antes identidad con la corona, con la religión, pero México no tenía identidad y la ganó con la Revolución. Se propuso, después de la expropiación del petróleo, una estructura económica basada en el mercado interno, en una industrialización protegida, pero pensando que era posible un país medianamente independiente frente a una gran potencia. Bueno, preguntémosle a Finlandia: como vecino de Rusia, es muy difícil ser vecino débil de una gran potencia. Pero funcionó. Hasta que la mala política, la corrupción, no querer ver los problemas que tenía la economía mexicana a tiempo, seguir diciendo: el que venga después de mí que lo arregle. Cuando estalló esto, en 1982; y ya no hay posibilidades de salvar el sistema. Entonces se busca desesperadamente qué hacer, por eso la elección presidencial de 1988 se tuvo que hacer a la luz del fraude y llegar Carlos Salinas sin la legitimidad. Estados Unidos fue entonces la salvación. Vamos a pedirles a ellos que nos permitan tener un nicho de su economía, que nosotros nos amoldemos. Le vamos a dar una mano de obra barata, le damos nuestro mercado y ellos que nos permitan entrar como subordinados a su mercado.

 

­–El Tratado de Libre Comercio…

 

–Así es. Un muy buen lobby hizo Salinas. Costó sus millones pero fue bueno. Las élites estadounidenses lo aceptaron, pero el pueblo no. Nos les gustó la idea de la América del Norte, porque sí somos parte de la América del Norte, pero culturalmente no. Racialmente no. El Tratado de Libre Comercio fue una salvación económica para la clase política mexicana; fue un Glasnost sin la Perestroika. No duró mucho y además no fue una solución que pidiera la sociedad mexicana, sino sus élites. El precio fue depender absolutamente de ellos. Perder nuestra mediana independencia y someter nuestra personalidad a unos estadounidenses que no lo aceptan, a unos estadounidenses que no aceptan a alguien que no mantenga su cultura y su identidad.

 

–Por otro lado, México sin tomar el liderazgo de Latinoamérica…

 

–No, de ninguna manera. Hay un embajador de Francia y también académico, Alan Rouquié, que escribió un libro que se llama México, un país de la América del Norte, donde entre otras cosas puso: “México rechazó su historia y abrazó su geografía”. Así dejamos de ser latinoamericanos. El CIDE, en sus estudios sobre la opinión pública, nos decía en cambio que los mexicanos seguían considerándose latinoamericanos, en lugar de americanos del norte. Pero las élites sí, a contrapelo de lo que sentía la mayoría. Ahora, lo que pasa es que Trump dice: “Ustedes no son de la América del Norte. Geográficamente sí, pero no lo son y si ustedes optaron por eso, pues lo siento mucho. Porque quien dicta quiénes son americanos del norte y quiénes no, soy yo, somos los estadounidenses”. A Canadá –y se lo manda a decir a Trudeau- le dice: ustedes no se preocupen, no es con ustedes que tenemos problemas. Es con los mexicanos. El problema va con el lado Sur de Estados Unidos, no con el lado Norte. El Norte no les molesta porque es blanco, porque es rico, porque son anglosajones, porque es protestante. Todo lo que México no es.

 

–Peleamos la guerra de ellos, compramos sus productos, desmantelamos nuestra industria, compramos su política económica, ¿y ahora tenemos un muro?

 

­–Las naciones –en muchas situaciones, no en todas– están hechas en base a sus accidentes geográficos. Chile y Argentina, por ejemplo, tienen la cordillera de los Andes. Hay un buen número de naciones que así se formaron por los accidentes geográficos que aislaron a una comunidad de otra; México y los Estados Unidos no tienen un gran accidente geográfico. Entonces Trump lo que hizo fue hacer ese accidente geográfico y de un lado vamos a ser unos y del otro, gente muy diferente. Ahora bien, están muy en su derecho. Lo que es totalmente inaceptable es pagar por ese muro. Es como si un vecino de tu casa, un millonario, no quiere ver tu casa pobre y va a poner una bardota y encima, que tú se la pagues. Espero que los dirigentes mexicanos no se dobleguen ante eso. Va a encontrar la forma, Donald Trump, de todos modos: cargándose parte de la muralla a las visas, a las remesas…

 

–Al no ir a Estados Unidos, ¿es bueno para Peña Nieto?

 

–Bueno, tendrá que ir. Pero, ¿qué cuentas va a entregar? No quisiera estar yo en sus zapatos, porque va sin apoyo social: tiene un 8 por ciento de popularidad en México. No tiene apoyo político…

 

–¿En qué momento nos agarra Washington ahora?

 

–En el peor. Tendríamos que estar viviendo una epidemia, de que nos estuviéramos muriendo todos, para que fuera peor que este.

 

–Yendo a la historia, ¿este es el peor momento que le tocó vivir a México?

 

–No, la guerra contra Estados Unidos fue peor. Entonces no éramos Nación. En papel sí. No éramos Estado, no podíamos levantar un ejército y se nos viene encima con la independencia de los tejanos y luego nos declaran la guerra.

 

–¿Qué podríamos hacer con respecto a Donald Trump, más allá de Enrique Peña Nieto?

 

–En toda crisis hay una buena oportunidad, dicen. Lo importante es que se puede hacer de la necesidad una virtud, para lo cual se requiere liderazgo. Hay que convencer a la sociedad de que toda esta etapa de conseguir mediana independencia va a contemplar sacrificios. En ese proceso de recomponer la economía, va a pasar como cuando se firmó el TLC: hubo que matar a un montón de industrias pequeñas, medianas, que no daban para la competencia. Los fuertes como Carlos Slim vivieron. Ahora también va a ocurrir así. Pero si hay un líder que recupere el nacionalismo mexicano, los sacrificios se aceptarán.

 

–¿Ese liderazgo lo puede ocupar Enrique Peña Nieto?

 

–No, ni Peña Nieto ni ninguno de los que lo rodean. No tiene los tamaños.

 

Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.

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