Por: Luis Alonso Pérez/Especiales LSR
Detrás de cada fresa cultivada en Baja California existe una historia de sufrimiento y explotación; los jornaleros trabajan mucho y ganan poco
¿Alguna vez te has preguntado quién cultivó las fresas que te deleitan cada primavera? ¿De dónde proviene el agua que inunda tu paladar con cada jugosa mordida que das al fruto? ¿Cuánto le pagaron al jornalero que la pizcó? ¿Cuántas horas trabaja al día? ¿Cómo vive?
Detrás de cada fresa cultivada en Baja California –uno de los principales productores a nivel nacional– existe una historia de sufrimiento y explotación. Hay jornaleros, en su mayoría indígenas, que trabajan mucho y ganan poco. Que apenas sobreviven mientras que los frutos de su trabajo se cobran hasta 60 veces más caros en los Estados Unidos.
La desolación y la rabia de los trabajadores agrícolas hizo estallar un movimiento de protesta en el Valle de San Quintín el 17 marzo de 2015. Comenzó con una huelga pacífica, pero desencadenó una sangrienta represión que dejó más de 70 heridos, 200 arrestos y agresiones de agentes policiales a jornaleros, niños y adultos mayores.
Para muchos la huelga hizo más daño que beneficio. Las represalias patronales dejaron a muchos sin trabajo. Algunos fueron vetados por sus jefes para impedir que laboren en otros ranchos. Sus trabajos fueron remplazados por trabajadores recién traídos del sur de México.
Los pocos beneficiados con aumentos salariales ahora deben trabajar más horas para compensar el incremento, y a la primera muestra de inconformidad son despedidos por “revoltosos”.
El dolor del jornalero
Son las cuatro de la mañana. El sol aún no se asoma en el Valle de San Quintín, y Avelina Ramírez ya está despierta preparando el desayuno. Hincada frente a un anafre e iluminada con velas, pues no cuenta con gas ni luz eléctrica, llama a sus hijos y los prepara para ir a la escuela.
La pesadez de la jornada laboral de ayer se evidencia en las ojeras púrpuras que resaltan en su piel cobriza. Las manos que preparan la comida parecen las de una anciana: por un lado, sus palmas llenas de grietas y callos; por el otro arrugas y cicatrices.
Avelina nació hace 45 años en la Ciudad de Oaxaca. Más de tres décadas de labores agrícolas han deteriorado su menudo cuerpo. La carga del trabajo y la maternidad han acelerado su envejecimiento, pero la mantienen fuerte, entregada al campo y al hogar.
Camina en compañía de sus tres hijos por casi una hora, rumbo al parque Lázaro Cárdenas, el corazón del poblado de menos de 100 mil habitantes. Los niños tomarán un autobús a la escuela; ella otro al rancho fresero donde ha trabajado los últimos tres años.
Tres paliacates cubren su rostro: el de la boca la protege del polvo y los pesticidas; el de la frente absorbe el sudor, y el que tiende sobre su cuello evita las quemaduras del sol abrasador.
Cientos de mujeres con la cara tapada laboran en los surcos de fresa. No tienen identidad solo un número de trabajador. Avelina es la 4403. Eso no evita que los capataces las acosen y hostiguen sexualmente durante diez y hasta doce horas de trabajo. Sin pago de horas extras, por supuesto.
El pasado 28 de febrero, un martes como cualquier otro, para Avelina no un día cualqiuera. Días atrás había tenido una discusión con el capataz de la empresa porque le exigió –con insultos– que pizcara más aprisa. Ese fue su último día de trabajo. “Aquí no queremos revoltosas”, le dijo el hombre.
Revuelta jornalera de 2015: “estamos peor que antes”
Las precarias condiciones de vida y los abusos a los que están sujetos los jornaleros como Avelina, hicieron que estallara una huelga el 17 de marzo de 2015. Más de 80 mil trabajadores agrícolas demandaban aumentos salariales, cumplimiento de las prestaciones de ley, libertad sindical y un trato más digno en los campos.
Como estrategia de presión los campesinos bloquearon el tránsito la Carretera Transpeninsular, única vía de transporte entre Baja California y Baja California Sur. En respuesta al bloqueo, elementos de la fuerza de los tres niveles de gobierno fueron desplegados para liberar la vía.
La estrategia gubernamental dejó como saldo más de 200 detenciones de jornaleros, entre ellos mujeres y aproximadamente 50 menores de edad, de acuerdo con una recomendación emitida por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, publicada el pasado 31 de enero.
El documento de 225 páginas también denuncia lesiones a 70 civiles, malos tratos, y allanamiento de moradas, así como la presencia de civiles armados y grupos “porriles” patronales.
Tras semanas de hostilidades y pérdidas millonarias para las empresas en huelga, la revuelta parecía haber llegado a un término favorable para los jornaleros: los salarios aumentarían de 150 a 200 pesos diarios; se cumpliría con las prestaciones de ley y pago de horas extra.
También habría libertad para afiliarse a un sindicato independiente. Los capataces y jefes de ranchos recibirían capacitación en materia de derechos laborales, manejo de personal y acoso sexual.
Durante los primeros meses la situación parecía haber mejorado para los trabajadores del campo, pero solo en apariencia. Los salarios subieron, pero también la cantidad de horas de trabajo o la cuota diaria de producción, denuncia Avelina.
Al poco tiempo los capataces volvieron a los insultos y malos tratos. Las horas extra nunca se pagaron, y en ocasiones se les negaba el derecho a afiliarse al Seguro Social. Los que decidieron adherirse al sindicato independiente fueron señalados como rijosos y despedidos de los ranchos agrícolas.
Nueva mano de obra fue traída de Oaxaca, Chiapas, Guerrero y Puebla. “Son en su mayoría gente indígena que ni siquiera hablan bien el español y que mucho menos se van a poder defender”, dice Avelina.
Las condiciones de vida no han cambiado. Las colonias siguen sumidas en la pobreza. La mayoría carece de electricidad y agua potable, el recurso más escaso de la región agrícola.
Tampoco hay drenaje, por lo que la temporada de lluvia no es una bendición sino una amenaza. La caída de agua hace rebozar las fosas y letrinas, formando ríos de aguas negras que destruyen y contaminan las calles de terracería.
Para Avelina las carencias económicas son tan graves “que no podemos ni siquiera salir al parque y comer una nieve (helado)”.
“Lo poquito que ganamos lo invertimos en lo básico: la luz, el gas, el agua y con lo que queda un poco de comida”, explica. “Si en una casa no trabaja la esposa, la esposa y un hijo mayor, no alcanza”.
El “Comercio Justo” de las trasnacionales
Para las grandes empresas agrícolas estadunidenses, como Driscoll´s y su filial mexicana Berrymex, el trato digno de los trabajadores y la mejora de sus condiciones de vida es algo que “se toma muy en serio”.
En su portal de internet existe un apartado en el que destaca su certificación en el programa Fair Trade USA (Comercio Justo), que implica “ofrecer a sus trabajadores uno de los salarios más altos de todo México, de proporcionar una representación sindical en todas sus operaciones y de ofrecer a todos sus empleados atención médica en una clínica privada”.
Uno de los objetivos de las políticas mercantiles de comercio justo es garantizar que los productos son comprados a un precio justo que apoya al desarrollo sostenible de las comunidades productoras, así como una remuneración justa de los trabajadores que lo produjeron, de acuerdo con la organización Fairtrade International.
Sin embargo, un trabajador agrícola en el Valle de San Quintín gana en promedio $175 pesos diarios, de acuerdo con la Secretaría de Trabajo de Baja California. En contraste, un jornalero en California gana en promedio $1,600 pesos diarios ($83 dólares), según Payscale, un portal especializado en salarios de Estados Unidos.
La remuneración justa de los trabajadores agrícolas bajacalifornianos resulta cuestionable si se compara el costo en el mercado de la canasta de fresas, y el pago que perciben los jornaleros por recolectarla.
En promedio el pago por recolección de una canastilla de fresas en San Quintín es de $1.87 pesos, según los jornaleros. El precio de esa misma canastilla en el supermercado estadunidense Fresh Direct es de $5.99 dólares (consultado el 15 de marzo de 2017). Esto equivale a un precio aproximado de $115 pesos por canastilla, es decir, 60 veces más caro de lo que se le paga a un jornalero.
Desde 2015 consumidores estadunidenses han llamado a un boicot a la compañía Driscoll´s, denunciando malas prácticas corporativas. LA SILLA ROTA solicitó una entrevista al departamento de prensa de Driscoll´s pero no obtuvo respuesta.
Jornaleros, de nuevo en pie de lucha
A dos años de la huelga los jornaleros han retomado la lucha por salarios justos y condiciones laborales dignas. Ahora llevan su protesta a los campos agrícolas de seis estados del País, a través de una caravana que inició en Baja California y terminará el 17 de marzo en la Ciudad de México.
“Nosotros hemos estado regalando nuestro trabajo, pero ya abrimos los ojos, ya perdimos todo, pero sobre todo, perdimos el miedo y por eso ahora estamos levantando la voz”, sostiene enérgicamente Avelina Ramírez, durante el arranque de la caravana en Tijuana, Baja California.
La jornalera acudió al arranque vistiendo su indumentaria de trabajo. El rostro cubierto de paliacates la mantiene en anonimato. No lo hace por temor a ser identificada, sino porque su presencia trasciende su reclamo particular.
“Estoy representando a miles de mujeres del campo que están de esta manera trabajando duro, que están desde las seis de la mañana hasta las seis de la tarde trabajando, echándole los kilos para llevar el sustento a sus hogares”.
Desde el 5 de marzo la caravana ha recorrido seis estados de la República Mexicana. En su trayecto los jornaleros se han reunido con otros trabajadores agrícolas y activistas, en busca de elevar un movimiento de exigencia local a nacional.
Su meta final es la Ciudad de México, donde celebrarán el Primer Encuentro Nacional de Jornaleros el 17 de marzo en el Monumento a la Revolución.
Uno de sus objetivos es llevar su reclamo a la clase política del País, para que legislen condiciones laborales y de vida más favorables para los campesinos mexicanos.
En tono retador, Avelina llama a los diputados a ponerse en su lugar y recolectar fresas por diez horas diarias, para que así hagan conciencia del sufrimiento que se vive en el campo.
“¿Por qué un diputado no deja su oficina y viene a vivir un mes en el Valle de San Quintín, con estos mil 200 que se nos paga por una semana de trabajo?”.
Solo así, considera, se logrará un verdadero cambio.
http://lasillarota.com/los-jornaleros-que-sufren-para-que-disfrutes-tus-fresas#.WNCAcGe73IW