Luis Velázquez | Expediente 2021
29 de junio de 2021
“Hubo semanas, meses, en el COVID cuando sentí que me estaba volviendo loco. Soy mesero y el restaurante fue cerrado de manera temporal. A todos nos enviaron a casa. Nos siguieron pagando el mínimo. Mil 500 a la quincena. Pero insuficiente. Yo, tres hijos y una esposa.
Entonces, llevé a mi familia al rancho, en Huatusco. Y se los dejé a mis padres. Ahí se los encargo, les dije. Y me hicieron fuerte.
Aquí, en la ciudad, el fin del mundo. Todo cerrado. Las plazas comerciales, el cine, los antros, los changarros, Los Portales y hasta las playas.
La vida reducida a nada. Y de pronto, ¡zas!, el telefonema de un amigo. Que fulano murió ayer por la pandemia. Que zutano ya cayó. Que mengano se pegó un tiro.
Empecé a sentirme más solo que nunca. Conocí la soledad de afuera. Y la peor, la soledad de adentro. Tengo a mis padres, a mis hijos, a mi pareja. Pero me sentía solo.
Los días pesados, duros y rudos. Soy de Huatusco y conozco de las plantitas del café. Y de las variedades.
Así compré fiado y en abonos sacos de café de una variedad y de otra y los revolví y mezclé y molí y los vendí en bolsitas con los amigos, los conocidos, los clientes del café.
Cada fin de semana iba al pueblo para abastecerme y seguir pateando la pelota. Pero más aún, para luchar contra la locura que andaba papaloteando día y noche en mis horas insomnes.
Por ejemplo, en casa sentía que los hijos tocaban a la puerta y abría y nadie estaba. Creía que el teléfono casero sonaba y nada. Oía voces en el día y la noche y nada.
Se me empezaron a olvidar los nombres de los compañeros en el restaurante. Y se me olvidaba la calle donde vivía.
Muchas noches pasé en el insomnio, mirando el techo, creyendo que unos insectos volaban del techo a la pared y viceversa y de pronto se lanzarían contra mí como en un bombardeo nuclear.
Fueron los meses más pesados de mi vida. Atroces.
CORRETEADO POR EL HAMBRE
Tengo 40 años de edad y desde los doce años estoy trabajando. Apenas y a duras penas terminé la escuela primaria en el pueblo. Y luego luego, mi padre me puso a trabajar.
De un ranchito en Huatusco, nos fuimos con la familia a vivir a Córdoba. Y allí empecé vendiendo limones y cebollas en el mercado popular. Luego, mi padre me metió de bolero en el parque. Después, ayudando a las señoras con las bolsas del mandado.
Lavé coches. Fui franelero. Vendí flores en el crucero. Ayudante de un payaso. Y en los tiempos más duros, limosnero en la vía pública.
He sido un Mil Usos y durante aquellos años, Héctor Suárez era mi héroe.
Correteado por el hambre, limitado el horizonte que miraba en Córdoba, ya grandecito migré al puerto de Veracruz, soñando que aquí la vida sería diferente.
Y otra vez, la misma travesía. Vendedor de limones y cebollas, bolero, franelero, florero, etcétera.
Hace veinticinco años tuve oportunidad en un restaurante como lavaplatos. Y acepté gustoso. Incluso, doblaba las jornadas. Empezaba a las diez de la mañana y salía de trabajar hacia medianoche. Era joven y soltero y lleno de energía y sueños. Y golpeado por la vida en Huatusco y Córdoba haciendo los trabajos que en Estados Unidos ni los negros quieren hacer como dicen que decía Vicente Fox.
Me fue bien.
Fui ascendiendo y desde hace unos quince años soy mesero. Gano el salario mínimo, pero como todos saben, el atractivo son las propinas. Y me esmero con cada cliente. Y soy amable y siempre atiendo con una sonrisa. Y con prontitud.
Y aun cuando la ley en el trabajo es aportar una parte de las propinas para el reparto entre todos como las cocineras, el personal de limpieza, etcétera, me va bien y ninguna razón hay para quejarme.
Pero los días del COVID han sido, son, muy duros, porque el rebrote ha vuelto. Días, semanas, cuando he sentido que estoy a un paso de la locura.
Mi familia sigue en Huatusco. Mientras estemos así que semáforo rojo y amarillo y guinda y marrón, mucho mejor.
El día de mi descanso salgo temprano para el pueblo y estoy con los míos. Y todos contentos porque estamos juntos y sanos y seguimos vivos. Creo que ya superé los presagios de la locura inminente que veía venir. Eso creo”.