Por Jefferson Morley
Documentos del gobierno de Estados Unidos recientemente desclasificados, y entrevistas, han arrojado una nueva luz sobre lo que la Agencia Central de Inteligencia (CIA) sabía -y no sabía- sobre los terribles acontecimientos de 1968 en la Ciudad de México.
Winston Scott, el principal hombre de la CIA en esa época en México, era un encantador norteamericano de 59 años, que operaba desde la Embajada de Estados Unidos en Reforma. Los documentos de la CIA, ahora públicamente disponibles en los Archivos Nacionales en Washington, muestran que Scott se basó en su amistad con el presidente Gustavo Díaz Ordaz, el entonces secretario de Gobernación, Luis Echeverría, y otros altos funcionarios para informar a Washington sobre el movimiento estudiantil, cuyas demandas desafiaban el monopolio gubernamental del poder.
Los documentos, dados a conocer aquí por primera vez, muestran que, entre 1956 y 1969, Scott reclutó en los niveles más altos del gobierno mexicano a un total de 12 agentes. Sus informantes incluyeron a dos presidentes de México, y a dos hombres que posteriormente fueron enjuiciados por crímenes de guerra.
El nombre codificado de la CIA para la red de espías de Scott era LITEMPO. Las letras LI representaban el código de la Agencia para las operaciones en México; TEMPO era el término dado por Scott a un programa que, en palabras de una historia secreta de la Agencia, era “una productiva y efectiva relación entre la CIA y un selecto grupo de altos funcionarios en México”. Iniciada en 1960, LITEMPO sirvió como “un canal extraoficial para el intercambio de información política selecta y sensible que cada gobierno deseaba obtener, el uno del otro, pero no a través de intercambios de protocolo público”.
En los archivos de la CIA, los agentes de Scott eran identificados con números específicos. LITEMPO-1, por ejemplo, era un hombre llamado Emilio Bolaños, sobrino de Gustavo Díaz Ordaz, secretario de Gobernación y presidente en los 60s. Diaz Ordaz era LITEMPO-2. Como su predecessor en los Pinos Adolfo López Mateos, era amigos personales de Scott. Asistieron a la boda con su tercera esposa, en diciembre de 1962, con López Mateos fungiendo como padrino, o testigo principal, en la ceremonia.
En los registros no se revela cuánto pagaba Scott a sus informantes de LITEMPO, pero por lo menos un alto oficial de la CIA pensaba que era excesivo. En una revisión del programa de LITEMPO de 1964, el jefe de Scott en Washington criticaba que “se les paga demasiado a los agentes y sus actividades no son debidamente reportadas”. Uno de collegas de Scott dijo que los agentes de LITEMPO eran “poco productivos y caros.”
Scott ignoraba estos reclamos. Frecuentemente se encontraba con sus agentes, a los que llamaba LITEMPOs, y reportaba a Washington sobre sus contactos. En octubre de 1963, le dio a LITEMPO-1, es decir a Bolaños, un “regalo personal” de 1,000 piezas de munición automática de Colt .223 para ser entregados a Diz Ordaz. En su reporte mensual al cuartel general de la CIA, comentó a sus superiores que en 1964, “cuando LITEMPO-2 [es decir Díaz Ordaz] se convierta en candidato presidencial, se podrían requerir cambios al programa de LITEMPO”.
Scott también cultivó una relación con Fernando Gutiérrez Barrios, quien era conocido como LITEMPO-4, en la Dirección Federal de Seguridad (DFS). Scott conocía a El Pollo por lo menos desde 1960. Gutiérrez Barrios asistió a Scott en los días de pánico posteriores al asesinato del presidente John F. Kennedy, en noviembre de 1963, al interrogar a mexicanos que habían tenido contacto con el acusado como asesino, Lee Harvey Oswald.
Otro de los agentes de Scott, según los registros de la CIA, era Luis Echeverría, subsecretario de Gobernación a principios de los años sesenta, y quien es identificado como LITEMPO-8. Echeverría empezó a manejar solicitudes especiales del gobierno norteamericano para dar visas a viajeros cubanos que buscaban escapar de la revolución socialista de Fidel Castro. Cuando Echeverría ascendió en la jerarquía mexicana, también lo hizo en la importancia que le daba su amigo norteamericano. Se convirtió en un invitado ocasional a las cenas que Scott daba en su casa de las Lomas de Chapultepec.
En 1966, un subordinado no identificado de Gutiérrez Barrios, conocido como LITEMPO-12, comenzó a tener reuniones diarias con George Munro, uno de los oficiales de confianza de Scott, para traspasar copias de reportes provenientes de sus agentes de DFS sobre subversivos. De acuerdo con un documento de la CIA, LITEMPO-12 se convierto en la fuente mas productiva de inteligencia sobre “el PC [Partido Comunista], Cubanos en exilio, Trotskistas, y grupos culturales de bloque Soviético.”
Cuando en el verano y otoño de 1968 un movimiento estudiantil espontáneo convulsionó las calles de la capital, LITEMPO cobró todavía mayor importancia en la Ciudad de México y en Washington. Scott se apoyó en sus aliados en la cúspide del gobierno mexicano para monitorear y comprender los eventos que se desarrollaban, y que culminaron en la noche de la balacera que, el 2 de octubre de 1968, cobró innumerables vidas en la Plaza de Tlatelolco.
La historia de LITEMPO es una dimensión previamente desconocida a este trágico crimen.
Una noche de verano de 1968, uno de los hijastros de Scott salió a cenar al centro de la Ciudad de México con su madre y su padre, a quien llamaba “Scottie”.
“Después que terminamos”, recordó el hijo en una entrevista años después, “íbamos caminando de regreso hacia el coche cuando Scottie dijo, ‘miren, ahí hay música’. Pasábamos frente a lo que llamaban una peña, una especie de cafetería. Entonces dijo, ‘vamos a escuchar’.”
Aunque políticamente era conservador, socialmente era muy abierto, adepto a hacer amigos y a conversar.
“Así que ahí estábamos, bebiendo nuestras cervezas, mientras alguien cantaba una canción sobre Castro que era muy popular en esa época. El coro decía, “¿Fidel, Fidel, qué tiene Fidel/Que los Americanos no pueden con él?”.
“Scottie gozaba del momento así que también empezó a cantar, levantando su cerveza: “¿Fidel, Fidel, qué tiene Fidel/Que los Americanos no pueden con él?”.
De acuerdo con su hijo, la esposa de Scott dijo: “¿Scottie, sabes lo que están diciendo?
“Oh, algo sobre Fidel”, respondió.
Ella dijo, “sí, están diciendo que ustedes no pueden manejarlo”.
Scottie dijo algo así como que sólo era una canción, a lo que ella replicó, “sabes, si alguien no te conociera tan bien y te viera aquí cantando, pensaría que eres una especie de comunista”.
Scott tan sólo se rió, recuerda el hijo.
En su trabajo, Scott se encontraba obsesionado sobre una posible influencia del comunismo y de Cuba en México, pero renuentemente concedía que el movimiento estudiantil no estaba controlado por los comunistas. Aquel verano, la embajada de Estados Unidos compiló una lista de 40 incidentes aislados de agitación estudiantil desde 1963. Veintitres de los incidentes fueron motivados por carencias escolares; ocho protestas concernían a problemas locales. Seis fueron inspiradas por Cuba y Vietnam. Cuatro de las manifestaciones plantearon demandas relacionadas con el autoritarismo del sistema mexicano.
En junio de 1968, el embajador norteamericano Fulton “Tony” Freeman convocó a una reunión con Scott y otros miembros del equipo de la embajada. Francia acababa de ser desbordada por manifestaciones estudiantiles tan masivas, que hicieron caer al gobierno. Freeman quería discutir si lo mismo podía ocurrir en México. Debido a sus contactos en Los Pinos, las opiniones de Scott tenían un gran peso.
Scott y sus colegas llegaron a la conclusión de que Día Ordaz podía mantener la situación bajo control.
“El gobierno cuenta con diversas formas de medir e influir la opinión de los estudiantes y, cuando cree que los desórdenes exceden los límites que considera aceptables, se ha mostrado capaz y dispuesto a intervenir de manera decidida, hasta ahora con efectos positivos”, reportó Freeman en un cable al Departamento de Estado después de la reunión. “Más aún, los desórdenes estudiantiles, pese a la amplia difusión que reciben, simplemente carecen del músculo para crear una crisis nacional”.
Scott frecuentemente hablaba con Díaz Ordaz. Ferguson Dempster, un alto oficial de la inteligencia británica destacado en México, y amigo de mucho tiempo de Scott, contó a uno de los hijos de éste, que Scott entregaba un reporte diario al presidente mexicano sobre los “enemigos de la nación”.
Phillip Agee, entonces un joven oficial del operativo de Scott, contó más o menos la misma historia cuando rompió con la Agencia algunos años después, y publicó un libro en el que expuso sus operaciones. Agee describió el servicio de Scott a Los Pinos como “un resumen diario de inteligencia”, con una sección sobre actividades de las organizaciones revolucionarias mexicanas y las misiones diplomáticas comunistas, y una sección sobre acontecimientos internacionales, basada en información proveniente del cuartel general de la CIA.
A cambio, Scott transmitía al embajador Freeman y a la central de la CIA las opiniones de Díaz Ordaz y otros altos funcionarios. La postura pública de las autoridades mexicanas “frente a los disturbios, es que fueron instigados por agitadores de izquierda con el propósito [de] crear [una] atmósfera [de] inquietud”, decía Freeman en un cable a Washington. “La Embajada coincide con esta estimación general”.
Pero la inclinación de Scott a ver el movimiento estudiantil como una rebelión controlada por los comunistas, no surgió de los reportes que hacían sus numerosos informantes a la estación. Registros desclasificados de la CIA muestran que Scott tenía una red de fuentes de información en la UNAM y otras escuelas, llamada LIMOTOR, que lo mantenía bien informado sobre las políticas en el campus universitario. Anotó, que los estudiantes de la UNAM disputaban el control de las actividades estudiantiles al sector de las juventudes comunistas, al crear un nuevo Consejo Nacional de Huelga. “Aquellos que propugnan la acción violenta son todavía minoría”, reportó.
En conversaciones con sus agentes de LITEMPO, Scott se dio cuenta de que el afán de los altos funcionarios mexicanos de culpar a los comunistas de las crecientes protestas en las calles, coexistía con una especie de incertidumbre pasiva sobre lo que realmente estaba ocurriendo.
A fines de agosto, Díaz Ordaz designó a Echeverría para encabezar un nuevo “comité de estrategia”, creado para diseñar la respuesta gubernamental a los disturbios estudiantiles. Pero el jefe de la DFS, Fernando Gutiérrez Barrios, confesó que el gobierno no contaba con ningún plan para enfrentar los desórdenes estudiantiles, de acuerdo con un cable confidencial de la CIA.
El propio Scott se mostraba inseguro. Sus frecuentes “reportes de situación”, conocidos informalmente como Sitreps, hacían énfasis en la filiación comunista de los profesores que dirigían el movimiento estudiantil. En un reporte de agosto de 1968, titulado Los estudiantes escenifican desórdenes mayores en México, argumentó que los disturbios en el Zócalo representaban “un clásico ejemplo de la habilidad comunista para transformar una manifestación pacífica en un disturbio mayor”.
¿Pero qué comunistas? Díaz Ordaz estaba seguro de que el Partido Comunista Mexicano y la Unión Soviética estaban involucrados. Scott quería creerlo, pero no podía encontrar evidencias.
“Pese a que el gobierno pretende tener sólidas evidencias de que el Partido Comunista maquinó el alboroto del 26 de julio, y aparentes indicios de complicidad de la Embajada soviética”, reportó al cuartel general de la CIA, “es improbable que los soviéticos socavaran así sus cuidadosamente cultivadas relaciones con los mexicanos”.
Dentro de las fuentes de información de LITEMPO, observó Scott, la incertidumbre sobre el movimiento estudiantil estaba cediendo el paso al enojo.
“La oficina de la Presidencia se encuentra en un estado de agitación considerable, por la anticipación de nuevos disturbios”, escribió Scott a principios de agosto. “La presión para que Díaz Ordaz restaure la calma es particularmente intensa, debido al deseo de México de proyectar una buena imagen internacional”.
A partir de sus conversaciones con Díaz Ordaz, Scott empezó a tener un cuadro de cómo el Presidente iba a responder. Los intereses turísticos y comerciales llamaban a una “acción rápida”, le reportó a Washington. Scott sospechaba que el Presidente podía estar planeando utilizar al regente de la Ciudad de México, Alfonso Corona del Rosal, como un chivo expiatorio. Corona del Rosal era un ex general con reputación de duro. Para disgusto de Díaz Ordaz, ahora defendía una postura conciliatoria hacia los estudiantes. A partir de su larga experiencia, Winston sabía cómo operaba Díaz Ordaz.
“La incapacidad de un político para mantener la paz en el área a su cargo, ha proporcionado más de una vez al Presidente una excusa para abortar una carrera política”, escribió Scott. “Corona del Rosal ha sido mencionado como posible sucesor de Díaz Ordaz, y es posible que el Presidente haya decidido ‘quemarlo’.”
La siguiente manifestación fue la más grande hasta ese momento – pero también pacífica. Reforma fue tomada por una jubilosa multitud que se dirigía hacia el Zócalo. La gente gritaba, aplaudía, reía y lloraba al mismo tiempo. Las campanas de catedral repicaron y, aun dentro de la prisión de Lecumberri, los presos pudieron escuchar a los manifestantes. Los mexicanos se estaban liberando del miedo hacia su gobierno.
“No queremos las Olimpíadas”, cantaban los marchistas, “queremos la Revolución”. Scott informó al embajador Freeman que Díaz Ordaz estaba profundamente ofendido de que los estudiantes hubieran izado la bandera rojinegra de huelga en el Zócalo. Había ordenado a la policía antimotines y a la policía regular que utilizaran la fuerza, si era necesario, para disolver todas “las actividades y reuniones ilegales”.
Winston Scott no era un hombre que careciera de confianza en su habilidad para enfrentar situaciones difíciles. Había sido jefe de la oficina de la CIA en la Ciudad de México desde 1956, hablaba un español aceptable y sabía cómo manejarse dentro del mundo oficial mexicano. Uno de sus hijos adolescentes tuvo un destello de la autoridad de su padre cuando se vio involucrado en un accidente de tránsito en Reforma, y acabó en la estación de policía del Bosque de Chapultepec. Los agentes le sugirieron al joven que hiciera una llamada telefónica para conseguir un poco de dinero para la mordida que le aseguraría su liberación. El hijo llamó a Scott, quien dijo que llegaría en un momento.
“De repente, Scottie llega en su gran Mercury negro”, recuerda su hijo… “Tenía esas grandes placas diplomáticas rojas que habían dado para las Olimpíadas, lo que significaba que era el coche de alguien importante; y de él desciende un norteamericano alto con una chica adolescente. Scottie, por alguna razón, había traído consigo a mi hermana. Los policías mexicanos empezaron a repensar su postura. “Ah Chihuahua, ¿quién es ese?”
“Scottie le pone al primer policía que ve un billete de cien pesos en la mano. Luego, al segundo que ve, le pone otros cien pesos. Me pregunta si yo estoy bien y si el coche está bien. Yo le digo que estoy perfectamente y que lo único que tiene que hacer es pagarle al jefe. Pero él no hizo caso. Fue de un lado al otro de la habitación, estrechó la mano de todos y a todos les dio un billete de cien pesos. Al jefe le dio alrededor de cuatrocientos. Luego miró alrededor y dijo, “¿Todos contentos?”
“Todo mundo estaba muy contento. Ese era Scottie por antonomasia, el norteamericano que podía resolverlo todo”.
Conforme las manifestaciones estudiantiles se hicieron más grandes, la información de Scott proveniente de los agentes de LITEMPO daba cuenta de que los cables del embajador Freeman a Washington eran cada vez más alarmantes, informando que Díaz Ordaz y la gente alrededor de él se expresaban con creciente dureza. El gobierno “implícitamente acepta que, como consecuencia, esto va a acarrear víctimas”, escribió el Embajador. “Los dirigentes de la agitación estudiantil han sido y están siendo llevados a la cárcel… En otras palabras, la ofensiva [gubernamental] contra los desórdenes estudiantiles se ha abierto hacia frentes físicos y psicológicos”.
Scott sabía que Díaz Ordaz pensaba que la aplicación de la fuerza era la única solución. “La política gubernamental que está actualmente en curso para desactivar los levantamientos estudiantiles, hace un llamado a la inmediata ocupación por el ejército y/o la policía de cualquier escuela que esté siendo ilegalmente utilizada como centro de actividad subversiva. Esta política continuará siendo aplicada hasta que prevalezca la calma total”, participó a sus superiores en Washington.
A fines de septiembre, Scott reportó que el gobierno “no está buscando una solución de compromiso con los estudiantes, sino más bien poner fin a todas las acciones estudiantiles organizadas antes de que empiecen los Juegos Olímpicos… Se cree que el objetivo del go[bierno] es cercar a los elementos extremistas, y detenerlos hasta que pasen las Olimpíadas”, programadas para su inauguración a mediados de octubre.
Los dirigentes del movimiento de los estudiantes convocaron a una reunión pública. Mermados por los arrestos, confrontados con un gobierno de línea dura, y teniendo frente a sí la inauguración de los Juegos Olímpicos en menos de dos semanas, en la tarde del 2 de octubre, en la Plaza de las Tres Culturas en el complejo habitacional de Tlatelolco, deseaban una convocatoria amplia para anunciar su siguiente paso. Esa mañana, Scott reportó que la determinación del gobierno mexicano de llevar a cabo unas Olimpíadas exitosas, probablemente evitaría incidentes mayores. Sin embargo, advirtió que hechos repentinos e insospechados no podían ser descartados.
“Cualquier estimación como ésta, de la probabilidad de actos intencionales diseñados para alterar el curso normal de los acontecimientos, debe tomar en cuenta la presencia de radicales y extremistas, cuya conducta es imposible de predecir. Y personas y grupos como estos existen en México”, escribió el 2 de octubre.
Ésta puede haber sido la voz de la considerable experiencia de Scott en México. Pero también puede ser producto de una información que le fue proporcionada por amistosos LITEMPOs, que tenían sus razones para creer que “radicales y extremistas”, cuya conducta “es imposible predecir”, estaban a punto de actuar.
La manifestación en Tlatelolco se inició alrededor de las cinco de la tarde. Tanques rodeaban la plaza y, sentados en ellos, los soldados limpiaban sus bayonetas, pero no había una situación particularmente tensa. Al atardecer, se habían reunido ahí entre cinco y diez mil personas.
Los jefes militares sobre el terreno acababan de recibir la orden de impedir que el acto se llevara a cabo. Las órdenes indicaban el aislamiento y la detención de los dirigentes, y su entrega a la DFS. Un grupo de oficiales vestidos de civil, conocido como el Batallón Olimpia, llevaba sus propias instrucciones. Debían llevar ropa civil con un guante blanco en la mano inzquierda, y apostarse en los pasillos del edificio Chihuahua que miraban hacia la plaza. Cuando recibieran la señal, en forma de una bengala, debían impedir que cualquiera entrara o saliera de la plaza, mientras los dirigentes estudiantiles eran detenidos. Finalmente, un grupo de oficiales de policía recibió la orden de arrestar a los líderes del Consejo Nacional de Huelga.
Lo que prácticamente nadie supo sino hasta treinta años después, fue que Luis Gutiérrez Oropeza, el jefe de Estado Mayor del ejército mexicano, había apostado en el piso superior del edificio Chihuahua a diez hombres armados, y les había dado órdenes de tirar sobre la multitud. Actuaba por órdenes de Díaz Ordaz, según una reveladora historia publicada en Proceso, en 1999.
De acuerdo con el libro de Jorge G. Castañeda sobre la presidencia mexicana, Oropeza era el enlace entre Díaz Ordaz y Echeverría. Oropeza también era amigo de Scott y cenó por lo menos una vez en su casa, de acuerdo con un libro de invitados conservado por su familia. No existe evidencia de que Oropeza haya sido un agente de LITEMPO o que haya actuado bajo indicaciones de la CIA el 2 de octubre.
Justo en el momento en que un orador de los estudiantes anunciaba que la programada marcha hacia el Casco de Santo Tomás, en el campus del Politécnico, no se llevaría a cabo por la amenaza de violencia armada, aparecieron repentinamente bengalas en el cielo y todo mundo miró automáticamente hacia arriba. Fue cuando se inició la balacera.
Una ola de gente corrió hacia el otro extremo de la plaza, sólo para toparse con una fila de soldados que venía en sentido opuesto. Corrieron entonces hacia el otro lado, a la zona de fuego. En palabras del historiador Enrique Krauze, fue “un círculo infernal cerrado”, una “operación de terror”.
Win Scott envió su primer reporte alrededor de la medianoche. Fue procesado en el cuartel general [de la CIA] y transferido a la Casa Blanca, donde fue leído a la mañana siguiente. Algo gordo había pasado en Tlatelolco.
“Un adulto [fuente clasificada] contó ocho estudiantes y seis soldados muertos, pero un puesto cercano de la Cruz Roja recibió 127 estudiantes y treinta soldados heridos”.
“Una fuente clasificada dijo que los primeros tiros fueron disparados por estudiantes, desde departamentos del edificio Chihuahua”.
Una fuente clasificada norteamericana “expresó la opinión de que fue un enfrentamiento premeditado provocado por estudiantes”.
Otra fuente clasificada dijo que “la mayoría de los estudiantes que se encontraba sobre la plataforma del orador estaba armada, alguno con una ametralladora … las tropas sólo habían respondido al fuego de los estudiantes”.
Ninguno de los reportes de Scott resulto cierto. Su única observación atinada fue que “éste es el incidente más serio de la racha de disturbios estudiantiles que se inició a fines de julio”.
Su siguiente reporte de situación citó a “observadores entrenados” que creían que los estudiantes instigaron el incidente. Dijo que el incidente de Tlatelolco levantaba cuestionamientos sobre la capacidad de México para proporcionar seguridad durante las Olimpíadas.
Agentes del FBI norteamericano en la Ciudad de México, que trabajaban de cerca con Scott, reportaron que estudiantes trotskistas habían formado un grupo llamado Brigada Olimpia, para provocar el ataque. Estos estudiantes presuntamente estaban vinculados con comunistas de Guatemala y, supuestamente, habían disparado los primeros tiros.
El FBI reportó que Díaz Ordaz había dicho a un “visitante norteamericano”, que podría haber sido el propio Scott, que creía que los disturbios habían sido “cuidadosamente planeados”.
“Muchísima gente ha entrado al país”, habría comentado el Presidente. “Las armas usadas eran nuevas y tenían borrado el número de registro. Los grupos de Castro y del comunismo chino estaban involucrados en el esfuerzo. Los comunistas soviéticos tendrían que ponerse a la altura para evitar que se les llamara gallinas”.
En Washington, Walt Rostow, asesor de seguridad nacional del presidente Lyndon B. Johnson, intentó clarificar los contradictorios reportes. Le mandó una serie de preguntas a Scott, quien fue a ver a Díaz Ordaz. Regresó de ahí con respuestas que evidenciaban lo poco que sabía.
¿Los estudiantes mexicanos estaban utilizando rifles nuevos, con números sacados de registros chinos?
No hay verificación hasta el momento, dijo Scott.
¿Individuos provenientes de fuera de México participaron en el movimiento estudiantil?
Tres estudiantes, un chileno, un francés y un norteamericano fueron arrestados el 26 de julio y deportados. Dos otros estudiantes franceses no fueron aprehendidos, subrayó.
En otras palabras, no había un solo reporte de involucramiento extranjero en las ocho semanas previas. Mientras la prensa mexicana jugaba constantemente la carta de la injerencia extranjera, Scott decía que “ninguna evidencia concluyente a este respecto ha sido presentada”.
¿Podía verificar la historia del FBI sobre una izquierdista Brigada Olimpia que había provocado la balacera?
Un pequeño grupo de estudiantes universitarios trotskistas había formado una agrupación llamada “Brigada Olimpia”, dijo. Una fuente dijo que planeaban volar transformadores para interferir con los eventos olímpicos, y secuestrar autobuses que transportaran atletas participantes en los Juegos.
La Casa Blanca y el cuartel general de la CIA no dejaron de advertir que Scott parecía saber muy poco sobre lo que había pasado en Tlatelolco, que los reportes sobre el involucramiento cubano y soviético estaban inflados y que el alegato gubernamental de una provocación izquierdista no podía ser probado.
Wallace Stuart, un consejero de la embajada de Estados Unidos en la Ciudad de México, dijo más tarde que la estación de la CIA había presentado 15 diferentes, y en ocasiones flagrantemente contradictorias, versiones de lo que había ocurrido en Tlatelolco, “¡todas provenientes de ‘fuentes en general confiables’ o de ‘observadores entrenados’ en el terreno!”
Scott había caído en una clásica trampa de espías. Se había vuelto demasiado dependiente de sus fuentes bien colocadas. No tenía forma independiente de allegarse información sobre un acontecimiento político sumamente importante.
La masacre de Tlatelolco, dice el historiador Sergio Aguayo, divide “las aguas de la historia mexicana. Acentuó la turbulencia de aquellos años, y sirvió para concentrar el poder en los servicios de inteligencia, dominados por un pequeño grupo de hombres, duros e incontrolables”.
Con la asistencia de Win Scott, a lo largo de un decenio esos hombres se incrustaron en el poder, actuando con impunidad contra una oposición que, en palabras de Aguayo, era “débil pero cada vez más belicosa y ansiosa de rebelarse contra la apatía de una indiferente, si no complaciente, comunidad internacional”.
Una semana después de la matanza, Win se tomo el tiempo para escribir una carta de agradecimiento a Luis Echeverría. El secretario de Gobernación acababa de darle un regalo: un gran mapamundi electrónico enmarcado, que proporcionaba la hora correcta en cada huso horario del mundo.
“Todos los que lo ven, se admiran ante el maravilloso reloj que me envió recientemente”, escribió Win en una nota que Aguayo encontró en el Archivo General de la Nación.
En estos importantes momentos, después de la matanza de Tlatelolco, sus más confiables agentes habían entregado historias de ficción y, luego, hecho una jugada. El amo de LITEMPO se había vuelto su prisionero. El titiritero se había convertido en títere.
Ocho meses después, Scott fue obligado a retirarse de su trabajo como jefe de estación de la CIA. Su salida nada tuvo que ver con los acontecimientos de octubre de 1968, de acuerdo con William Broe, el jefe de la división de la CIA para América Latina en ese entonces.
“Él era uno de nuestros oficiales más destacados. Era una estación fuerte. Él hacía una buena labor”, dijo Broe en una reciente entrevista telefónica. El motivo de su remoción, explicó, “fue su estancia de tanto tiempo. Fue lo que decidimos hacer, empezar a cambiar a la gente. No es que haya hecho algo mal. Simplemente creímos que no era adecuado tener a una persona en un lugar tanto tiempo. Trece años son muchos”.
En junio de 1969, Scott fue al cuartel general de la CIA, en Washington, para recibir uno de los honores más altos de la Agencia, la Medalla a la Inteligencia Distinguida. El texto que acompañaba a la medalla se refería al programa de LITEMPO como uno de sus más grandes logros. Según se dijo, Win Scott “inició e hizo fructificar una alianza internacional en este hemisferio, que constituye un hito para logros de gran significado”.
Scott murió de un ataque al corazón en su casa de las Lomas de Chapultepec, el 26 de abril de 1971. Tenía 62 años.
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