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Los peores afectados por la COVID-19: Los Olvidados del país

El Piñero

Luis Velázquez | Expediente 2021
03 de junio de 2021

Un estudio de la UNAM es indicativo y significativo. El 94 por ciento de las personas fallecidas por el COVID son obreros, amas y de casa y jubilados.

Como siempre, pobres, los más afectados. Clase baja. Clase baja alta, si se quiere. Pero baja.

Desde el principio, los expertos advirtieron que los ancianos eran los más expuestos. Por eso, incluso, la epopeya de vacunar a la población empezó con las personas de la sexta, séptima, octava década.

La novedad quizá está en que a las amas casa y los obreros el destino los alcanzó.

En el caso de las amas de casa, quizá, quizá, quizá porque ellas se fletan haciendo el mandado todos los días, cada tercer día, cada semana, en la plaza comercial y el mercado.

Y, bueno, por más y más cubre-bocas, gel y sana distancia, el riesgo es de por sí muy alto.

Y en el caso de los trabajadores, las plantas industriales, fábricas, empresas, compañías constructoras, negocios, etcétera, trabajaron hasta donde fue posible y como los obreros viven al día con día, ni modo de “colgar los guantes” y encerrarse en casa acabándose los pocos, limitados, escasos ahorritos.

El saldo es canijo y desolador. En toda la historia de la humanidad, los pobres, los más expuestos.

En la guerra de Independencia y en la Revolución, Miguel Hidalgo, José María Morelos, Francisco Ignacio Madero, Pancho Villa y Emiliano Zapata jalaron a los indígenas y campesinos para combatir en el campo de batalla y todos colocaban una estampita de la Virgencita de Guadalupe en el sombrero, seguros y convencidos de que detendría las balas de los rifles y los cañonazos y salvarían la vida.

Plutarco Elías Calles ordenó la matanza de Topilejo, cien feligreses de la capilla de José Vasconcelos Calderón, candidato presidencial independiente, todos campesinos y obreros “de medio pelo”.

En el tiempo del resplandor y el esplendor priista, la fama pública de “los acarreados” y que, bueno, sobrevive ahora con MORENA cuando los burócratas de las oficinas estatales fueron enviadas, previa lista, a “hacer bulto” en las campañas de candidatos a presidentes municipales.

Luis Buñuel los definió en filme como “Los olvidados”. Franz Fanon “como los condenados de la tierra”. El antropólogo Oscar Lewis como “los excluidos”.

Obreros, amas de casa y jubilados, los pobrecitos jubilados, las víctimas número uno del COVID.

Simple y llanamente, el coronavirus como la enfermedad de la pobreza, digamos, como lo son la anemia y la desnutrición.

EXHIBIÓ UNAM A LA 4T

El estudio de la UNAM pega donde duele, digamos en la política social y económica.

Uno. México, en el cuarto lugar mundial de muertos por el COVID.

Dos. La mayoría de los muertos apenas, apenitas tenían unos cuantos años cursados de la escuela primaria y otros pocos completa la primaria.

Tres. 9.8 millones más de mexicanos en la pobreza y la miseria ha dejado el coronavirus.

La estadística nunca miente. Menos, mucho menos, cuando se trata de la máxima casa de estudios superiores en el país.

La UNAM, exhibiendo las limitaciones de la 4T pues al momento, y más allá de inculpar a los conservadores, MORENA lleva dos años y un semestre ejerciendo el poder.

Y con la gravísima pandemia y el regreso a la normalidad, ha pegado duro y rudo a los pobres.

Era previsible cuando desde la secretaría de Salud politizaron el COVID y descuidaron la atención médica prioritaria entre la gente menesterosa por más y más “golpes de pecho” desde la mañanera con el rock star, Hugo López.

Una vez más queda manifiesto que pobre naciste, pobre vives y pobre morirás.

Los pobres únicamente parecen interesar “como carne de cañón” para vitorear a los tlatoanis encumbrados en el poder, sean del partido político que sean.

Y como en el caso, a los candidatos a cargos públicos haciendo bulto en los mítines y visitas domiciliarias y reuniones en los parques.

LA MUERTE SIGUE TENIENDO PERMISO…

Se ignora si el estudio de la UNAM incluyó las regiones indígenas del país, por ejemplo, como en el caso de Veracruz habitada por un millón de paisanos.

Pero “veinte y las malas” y dada la miseria y la pobreza, los estragos del COVID son, serán, mucho mayores.

Tantos que hasta la misma secretaría de Salud, SS, los excluye y evade.

Más, en un Veracruz donde hay unas dos mil 500 comunidades habitadas por menos de quinientas personas, refundidas en las montañas, viviendo en poblados minúsculos lejos, lejísimos de una clínica de Salud, a tal grado que a los enfermos los amarran a una silla de madera y luego a la espalda de un compita solidario para cargarse como burritos al poblado cercano.

Por lo pronto, el saldo es desalentador.

Más, porque los médicos aseguran que una cosita es el dato oficial de la SS de personas contagiadas y fallecidas, y otras, doscientos o trescientos por ciento más, el saldo real de los estragos individuales y familiares y sociales.

Con la pandemia, “la muerte sigue teniendo permiso”.

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