Luis Velázquez Escenarios
09 de agosto de 2019
UNO. Maestros imborrables
Desde la ciudad de Veracruz, un par de maestros siempre se movieron en las grandes ligas. Desde aquí, trascendieron los límites aldeanos. De la provincia brincaron a la metrópoli. Los dos, intelectuales. Los dos, filósofos. Los dos, profesores en escuelas locales, sobre todo, en la Universidad Veracruzana.
El doctor Diódoro Cobo Peña y el filósofo Héctor Rodríguez estudiaron sus carreras profesionales en la UNAM. Allá, alternaron con otros hombres y mujeres de su tiempo. Cobo Peña fue amigo de José Vasconcelos, el secretario de Educación del presidente Álvaro Obregón.
Y Héctor Rodríguez alternó con los filósofos más reconocidos de su tiempo.
Aquí, escribieron su obra literaria. El maestro Diódoro, por ejemplo, unos diez libros, desde un libro de poemas, “Perfil de humo”, hasta tratados de literatura, pedagogía y filosofía, sus materias en el Ilustre Instituto Veracruzano y en la facultad de Periodismo.
El profe Héctor Rodríguez era visitado con frecuencia por sus discípulos de la Ciudad de México, viajes ex profeso para dialogar, digamos, reproduciendo el modelo de Séneca y Sócrates debatiendo en la plaza pública.
Nunca desde entonces, el siglo pasado, nadie como ellos.
DOS. Gran tiempo de esplendor
Fue aquel tiempo, tiempo de resplandor.
Desde Xalapa, por ejemplo, trascendieron en el país y en varias naciones de América Latina como ideólogos de la educación Enrique Rébsamen y Enrique Laubscher y fueron asesores de presidentes de la república.
El penúltimo gran veracruzano, xalapeño por adopción, fue el escritor Sergio Pitol, a la altura, digamos, de Carlos Monsiváis Aceves y José Emilio Pacheco.
El más reconocido, Jesús Reyes Heroles, un político de estirpe y abolengo, pero más aún, con una vida intelectual irreprochable.
Y si vamos más atrás, Sebastián Lerdo de Tejada, nacido en Xalapa, luego avecindado en Puebla y después en la Ciudad de México, donde, entre otros prodigios, se volvió amigo entrañable de Benito Juárez, y presidente de la república.
Los maestros Diódoro Cobo y Héctor Rodríguez, en el paquete de aquellas figuras locales en las grandes ligas.
Cobo Peña publicó libros, compendios de conocimientos y sabiduría. Una lástima… nunca reeditados.
Héctor Rodríguez, parece, nunca publicó sus libros. Por alguna razón sólo les sacaba copias y las engargolaba y las obsequiaba a sus alumnos y amigos.
TRES. Sus vidas, leer y escribir
Mario Vargas Saldaña fue presidente municipal de Veracruz, Fernando López Arias gobernador.
Y dos, tres ocasiones a la semana en las tardes caminaba del palacio del Ayuntamiento al departamento del maestro Héctor Rodríguez ubicado en la avenida Independencia para platicar sobre las historias de los filósofos y nutrir su cultura.
Luego de impartir sus clases, Diódoro Cobo permanecía en el salón y quedaba dialogando con los estudiantes en un gran debate donde florecía la pluralidad.
Sus días giraban alrededor de las mismas razones: impartir clases y apersonarse en sus departamentos para leer y leer y escribir y escribir.
En las noches, hacia las 20 horas, Diódoro Cobo iba al cine, otra de sus pasiones, siempre solo, aun cuando jamás escribió un libro sobre cinematografía.
Los dos tenían unas bibliotecas gigantescas. En los pasillos de sus departamentos se caminaba de puntillas para evitar tropezarse con tantos libros acomodados en el piso, insuficientes los libreros.
Cobo Peña también era cardiólogo especializado en niños.
Vidas fecundas, extraordinarias. Lejos el par del mundanal ruido de la política. Y de los políticos. Quizá, acaso, miraban a las elites políticas como objeto y sujeto de estudio y con un microscopio histórico y social de por medio.
La vida, con bajo perfil, en la felicidad plena.