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Maestros imborrables y memorables de la infancia

El Piñero

Luis Velázquez | Barandal

ESCALERAS: Otros maestros imborrables, memorables y citables fueron, y son, los siguientes:

Proceso Ponce Paxtián. Impartía la clase de Historia, experto que era, en la secundaria. De hecho y derecho, enseñó a amar la historia. La contaba en medio, claro, de nombres y fechas y hechos. Pero también, con anécdotas de los héroes patrios. Era una delicia ultra contra súper sabrosísima.

El doctor Enrique Zenil. Enseñaba Biología en la secundaria. Su voz arrullaba. De principio a final de la clase conservaba el mismo decibel. Tan bien educada la voz que sin interrupciones ni sobresaltos hinoptizaba con sus palabras y el estudiante se iba durmiendo poco a poco como si estuviera ante un ilusionista.

PASAMANOS: Memorable la profe Rut Escandón. Segundo de primaria. Si un alumno desconocía la respuesta a la pregunta, entonces, ordenaba que se pusiera de pie y extendiera la mano. Luego, alzaba una regla de madera y golpeaba la palma de las manos con furia y coraje. Fue la más dura de la educación básica.

CORREDORES: Miguel Ortigoza. Era matemático. Impartía Aritmética. Profe de altos vuelos se encabritaba con el analfabetismo estudiantil.

Entonces, el alumno en el pizarrón en el salón de clases, se iba contra él con toda la furia de su corpulencia física.

Y agarraba la cabeza con la palma de su mano derecha y la lanzaba como piedra en contra del pizarrón para que el alumno se estrellara.

Todos le teníamos pavor, miedo y pánico. También, rencor y odio.

BALCONES: Crispín Lagunes Capistrán era profesor jubilado. Pero como su hermana era la directora en la escuela primaria y secundaria, entonces, cuando la tarde refrescaba y se volvía tibia, colgaba una hamaca de paredón a paredón en el corredor de la escuela y se tiraba a dormir luego de fumarse un cigarrito entre mecida y mecida.

El mismo se impulsaba con el pie derecho. Y aun cuando a los lados estaba la cancha de básquet y los alumnos jugando, el balón pasando de mano y mano y el romerío lo arrullaban.

PASILLOS: Rafael Jiménez era maestro en el quinto año de primaria. Le apodaban “El cebollín” y era pedófilo. Solía citar a las chicas en su casa en las tardes para ampliar una explicación educativa, o en todo caso, con el pretexto de una confusión pedagógica.

Pero las acosaba.

Hacia el final de la clase, chicas de once años, les preguntaba si sabían bailar. Y les ponía música. Y las invitaba a bailar. “Te enseñaré” era el pretexto para sus tropelías sexuales.

Un padre reaccionó con furor cuando la hija se lo contó. Y el salón de clases se volvió un infierno.

La mitad de los padres de familia y la otra mitad se fueron en contra.

Una madrugada metió sus tiliches en cajas de cartón y migró del pueblo, sin dejar rastro, sin avisar, sin despedirse de nadie. La cárcel lo esperaba.

VENTANAS: A las 8 de la noche teníamos la última clase de las tardes. Era Geografía. La impartía Marcos Rendón. Era un reality-show.

En tiempo de lluvia, por ejemplo, cuando hacia las 4pm impartía otra materia, unos alumnos se le acercaban y preguntaban si asistiría al salón a las 20 horas.

El profe levantaba los ojos al cielo y lo miraba como escudriñando. Decía:

“Al rato lloverá. No vendré a clases”.

Y los estudiantes felices. Quedaba una hora por delante para irse a jugar billar en un negocito en el centro urbano del pueblo, enfrente del parque.

Son profesores que acompañan la vida en la nostalgia.

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