María Félix Nava nació con el Siglo XX, el pasado 20 de julio cumplió 118 años y es la mujer más longeva que vive en Jalisco; sus recuerdos son el retrato de un país que fue y sigue siendo desigual, que fue y sigue siendo violento.
Aunque rememora con dolor el periodo de la guerra de Revolución, en la que perdió a sus padres y tuvo que estar sola durante varios años, considera que hoy México vive su etapa más violenta, donde lo que pasa es incluso incomprensibe.
“Antes se mataban en la guerra, murió mucha gente y ahí quedaban los cuerpos, pero no sé qué pasa ahora, yo pienso: ¿qué no tendrán lastima, qué no tendrán corazón, que no les dolerá el alma para hacerlos pedazos como a los animales?”, dice.
Cada día se levanta a las 6:00 de la mañana, desayuna y sale a vender dulces en la banqueta de su casa, que comparte con sus dos hijos menores; ahí, bajo un tejabán, se sienta durante horas a ver, escuchar y hablar con la gente.
Es lunes y a la vuelta de su casa bulle el tianguis que cada semana se instala en esta colonia popular de Tlaquepaque, los que pasan la llaman “Mariquita”, la saludan, le piden la bendición o llegan a comprarle un dulce y darle un beso.
“Vino mucha gente a mi cumpleaños, y muchos doctores… con toda la gente que viene platico mucho, me distraigo y me desahogo, pero es muy duro y triste no saber de los hijos. sufre uno mucho con la familia regada, pero hay que saber vivir y saber sufrir”, señala y comienzan a hilvanarse los relatos de la infancia.
Cuando cumplió 100 años, en el año 2000, el ayuntamiento de Tlaquepaque le expidió un acta de nacimiento para hacer constar su edad, sus documentos originales se perdieron en algún momento de su periplo entre Laguna Grande, en Monte Escobedo, en el sur de Zacatecas, y Huejucar, al norte de Jalisco.
Una voz ronca y firme sale de su garganta para contar parte de su historia: su padre, Pánfilo Felix, un combatiente villista, murió en la Revolución, su madre, Bienvenida Nava, murió en El Valle, un poblado cercano a Jerez de García Salinas, en Zacatecas.
Este último recuerdo se queda flotando en su entorno y le provoca un suspiro: “no, mijo, es mucho lo que yo he navegado, lo que yo he sufrido, lo que yo he andado y yo creo que mi Dios quiere que siga aquí hasta que junte todos mis pasos por donde yo caminé, por donde yo lloré, por donde yo viví”.
Tras la muerte de sus padres estuvo un tiempo sola hasta que una mujer llamada Jesusita la acogió en su casa, después de un tiempo, su padrino la encontró y le habló de su familia, le contó que llevaba años buscándola a ella y a sus hermanos por diferentes ranchos, pero no los había podido encontrar.
A los 22 años se casó y tuvo 10 hijos de los que sólo sobreviven cuatro, uno de ellos aún vive en Zacatecas y otra en los Estados Unidos, los ve poco y los extraña; hace casi cinco décadas se mudó a Tlaquepaque y entre nietos, bisnietos y tataranietos cuenta 52.
A Mariquita le gusta la música, “de corazón pero que sean viejitas”, y en su gusto musical es el duelo lo que se mueve: “las que más me gustan son Cuatro velas y Te vas ángel mío”.
Entre sus recuerdos están los de los días en que los hacendados trataban como esclavos a sus trabajadores y aun aprieta los puños cuando recuerda los golpes de un hombre que la acusó de robarse tres plantas de frijol durante la pizca.
“Esa revolución estuvo muy dura, pero sabes, mijo, en las noches me pongo triste y lloro porque como que mi corazón avisa que ahí viene otra revolución, Dios no lo quiera, pero estoy viendo lo que va a pasar, los presidentes prometen agua y dan puro aire”.
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