Verbo mata carita
Refrán Popular
Luis Fernando Paredes Porras
Hace poco me hice mi primera exfoliación facial de adulto, con ello quiero decir que no cuenta cuando mi madre, siendo un niño muy pequeño, nos tallaba a mis tres hermanas y a mí con una piedra pómez para sacarnos los molotes de mugre como si se tratara de moler los ingredientes del mole poblano sobre el metate. Sí, mi madre le ponía muchas ganas para dejarnos la cara reluciente, roja y ardiendo.
La piedra pómez es una chingonería; siendo piedra no se hunde, flota. Siendo niño es como ver un barco que después navegaría por tus rodillas, codos, espalda, brazos y cara cual si se tratara de un corsario sediento de venganza, porque recuerdo que así sentía después haber aflojado la mugre con sesiones de vapor que dejaban la piel lista para el ataque. Ignoraba en mi infancia que esta piedra es lava que se enfrió al contacto con el agua, es decir, excreciones del dios vulcano al servicio de la asepsia familiar.
Recién me entero que esta piedra sirve también para depilarse e incluso para limpiar la tasa del año de los anillos color cobre; no está de más mencionar que se debe tener dos piedras si se pretende experimentar lo anterior.
Hace años que no compró una piedra pómez, para ser exactos, no recuerdo haber comprado alguna, siempre usé la del hogar, Es tiempo de que en mi familia se experimente el poder exfoliante de una ígnea roca como parte de un ritual heredado y como acción lúdica para mi hijo al comprobar que existen piedras que no se hunden, a diferencia del pañuelo que se tira al río para mirarlo, como cantó Julio Iglesias, allá por la década de los 70´s, cuando mi madre y mi padre gustaban de bañarnos en familia los fines de semana para estar relucientes y exfoliados. Después de algo así como 40 años, recientemente mi cara adquirió más frescura usando productos modernos más caros que la piedra pómez.
Mi rostro no tuvo tanta importancia en mi infancia como en mi juventud, y un dolor profundo me invadía al escuchar la canción del grupo de rock Los Hombres G, en esa maravillosa época de canciones de letra exfoliantes: “me duele la cara de ser tan guapo”.
Ya para mi madurez, en los delirios de la juventud que se va para nunca más volver, cual divino tesoro que se roba un corsario sediento de venganza, la canción del maestro Rigo Tovar comencé a saborear por ser presagio: “perdóname mi amor por ser tan guapo, simplemente es un regalo celestial”. A estas alturas, reconozco que lo que hay que exfoliarse es el cerebro, por supuesto que en el sentido figurado.
Esto lo reflexiono tras leer sobre la operación de trasplante de rostro a una joven mujer que intentó suicidarse y recibe la cara de una donante de 31 años de edad. La operación fue documentada periodísticamente y es nota internacional de los avances de la ciencia al contarse ya por decenas los casos de éxito en este tipo de cirugías.
La iguana me advierte que sus escamas no son callosidades, que las volcánicas piedras exfoliantes le gustan por ser recuerdos de sus gigantescos ancestros y que la perdone por ser tan verde, tan sagaz, astuta, paciente, bella, ocurrente y demás adjetivos que ya no escucho, pues pienso en que Rigo Tovar y tarareo mi dolor por aquel regalo celestial.