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En medio de la soledad y el rechazo, mujeres buscan a policías y paramédico de Mariano Escobedo

Staff El Piñero

 

  • La angustia de hallar a Andrés, Juan, Marcelino y Antonio vibra en un grupo reducido de mujeres desde hace más de un mes
  • Familias se han separado desde que los tres policías y el paramédico de Mariano Escobedo no volvieron a ser vistos tras acudir a un auxilio en Loma Grande

 

 

Texto y fotos de Itzel Loranca 

blog.expediente.mx Para El Piñero de la Cuenca

Veracruz.-Al esfumarse tres policías y un paramédico en Loma Grande, el 19 de enero de 2017, también se desvanecieron sus amigos, parientes y los funcionarios municipales de los que emanaban sus órdenes de trabajo en Mariano Escobedo.

Una mayoría que se hizo a un lado, dejando en soledad al grupo de mujeres que buscan a Andrés, Juan, Marcelino y Antonio, día con día, desde hace más de un mes.

Ellas han perdido la cuenta de los camiones y taxis que abordan hacia la fiscalía, el palacio municipal de Mariano Escobedo, comunidades cercanas, y muy pocas veces, a sus hogares.

Los pesos invertidos en copias, impresiones, cintas adhesivas, cartulinas, marcadores, para los letreros de “Se buscan” que sus manos fijan, incansables, en cada poste, teléfono y parada de autobús por los que pasan.

¿Cuántas pastillas han ingerido contra el dolor, para conciliar el sueño, para diluir la angustia? No lo recuerdan.

A veces, tampoco se acuerdan de comer. El hambre pasa de largo para ellas, como la gente que a diario recorre la calle principal de Mariano Escobedo o que ingresa al palacio municipal, cuidando no posar sus ojos en los carteles de búsqueda y denuncia, pegados en el lugar.

La única cuenta que llevan, es la de los días que han transcurrido sin ver a sus seres queridos.

María, esposa de Juan, Érika, esposa de Andrés, Minerva, hermana de Marcelino, y Carmen, la madre de Antonio, no han dejado de recorrer caminos y dependencias de gobierno, exigir, luchar, por la aparición con vida de sus seres queridos.

Cuando el cansancio no pesa, lo hacen el frío o la llovizna que empapan como la melancolía, cada uno de sus movimientos. Pero continúan la búsqueda, pensando que peor sería no hacer nada.

JUAN EN EL PENSAMIENTO DE MARÍA

 

Cuando duerme, María encuentra a su esposo.

Corren juntos, sin parar, por entre la maleza. Ninguno mira hacia atrás. Tomados de la mano, con la ansiedad agolpándose en ellos, escapan de alguien o algo. El episodio nunca ha durado lo suficiente para que ella conozca quien los persigue.

El sueño es el mismo, todas las noches, desde que su marido, Juan Bernabé Santiago, desapareció.

Juan y sus compañeros de la patrulla 03, Andrés García Notario y Marcelino Rosas Márquez, no regresaron, tras llevar al paramédico Antonio de Jesús Martínez Mora a atender una emergencia en Loma Grande.

Solo hasta el día siguiente, el 20 de enero, personal del Ayuntamiento de Mariano Escobedo, decidió avisarle a María del Rocío García Pérez, que de su esposo, padre de sus tres hijos, no se tenían noticias.

María es mujer de pocas palabras. Con timidez, rechaza contar entera la historia tantas veces repetida por sus compañeras de búsqueda. Sin embargo, a veces la memoria la asalta y su voz pronuncia breves recuerdos, pensamientos ligados a Juan.

Sobre todo, al caminar sobre los pasos de su marido, en los lugares que solía patrullar.

“A mi esposo luego lo asignaban por acá, en las casetas amarillas”, dice, mientras coloca un letrero con las señas de los cuatro desaparecidos, en el vidrio de una de las garitas, en el fraccionamiento Puerta del Sol.

“¡Ay, Dios mío! ¡Dios mío!” exclaman un par de señoras tras leer los anuncios. Una de ellas, con semblante de espanto, voltea a ver al par de mujeres que se alejan con cientos de copias y una cinta adhesiva en las manos. “Dios quiera que aparezcan. Pobre gente”, comenta.

Ni María, ni Érika alcanzaron a escuchar el clamor. Siguen caminando, a más de una hora de llegar a Ixhuatlancillo, sitio que eligieron ese día para dejar constancia en postes de luz y teléfonos públicos, de la desaparición de sus maridos.

Detrás de ellas, dos de los hijos de Juan y María. Como pájaros al vuelo, caminan uno después del otro. Un momento aquí, y al otro 10 metros delante de su madre. El menor, de 13 años de edad, se despide las mujeres y corre hacia el frente en dirección a una tienda de abarrotes.

“Mi hijo trabaja ahí. Ya me dijo “Mamá, pega letreros en todos lados, donde quieran, pero no donde yo trabajo”, que porque le da miedo dice. Ahí, en el estacionamiento de enfrente, iba a ver a su papá, cuando lo mandaban a trabajar por acá”.

Momentos después, mientras María visita la farmacia por el dolor de espalda que la aqueja desde hace días, Érika comparte que el más chico es el único de los hijos de su compañera que ha dejado de ir a la escuela.

“Dice que no va a regresar hasta que no encuentren a su papá. Ya su mamá se los llevó a la casa, ahí los cuida una tía, pero él se escapa y nos va a ver al palacio, porque quiere buscar a su papá”.

 

CUANDO LA FAMILIA SE APARTA

 

La habitación en la que Érika despierta todos los días, desde finales del mes de enero, es una distinta a la que ella comparte con su marido Andrés. No obstante, cada espacio de la vivienda es una evocación a su ausente.

El sitio en el que ella y María han encontrado alojamiento dentro de Mariano Escobedo, es al que los policías de la patrulla 03 acudían a comer, bañarse y descansar, durante los más de 10 días que duraba su jornada laboral.

Érika dice estar agradecida de corazón por la hospitalidad de la señora de la casa y su hija, las únicas personas que las vieron con benevolencia desde que iniciaron el plantón en el palacio municipal.

“¿Cómo están? ¿Ya comieron?”- les dijo una mujer, el día en que fue hallado el vehículo policial.

Afectadas por el frío y la indolencia de los funcionarios que dejaban sin más la camioneta frente al ayuntamiento, Érika y las otras mujeres que acudieron a observar el carro, le dijeron que no.

Desde ese entonces, reciben hospedaje en la vivienda, a las afueras de Mariano Escobedo. Un refugio en medio de la soledad que enfrentan.

Érika, con molestia, aún recuerda que tuvieron que pasar muchos días antes de que su suegra, la madre de Andrés, decidiera ir a la Fiscalía a dejar su muestra de ADN. “Estuvieron los primeros días y después se fueron. Que para qué se quedaban, que ya no había nada que hacer”.

Érika comenta que no es la única a la que los amigos de su marido le fallaron cuando les pidió ayuda, o que es criticada por la familia del esposo por “perder el tiempo”.

Las llamadas telefónicas con sus cuñados y suegros comenzaron a escasear. Un día, le marcaron para decirle que por la región de Paso del Macho cuatro cuerpos habían sido encontrados, calcinados.

“Me dijeron que encontraron a cuatro calcinados, que seguro eran ellos y que ya iban a organizar los nueve días. Yo les dije que no, que qué les pasaba, que hasta que la Fiscalía no dijera “este es mi marido, no estaba muerto”.

Nunca más le volvieron a llamar.

 

LAS AUTORIDADES SE DESLINDAN

 

“Ahorita me ve tranquila porque hasta tengo que andar con pastillas y todo esto para poder hablar, para poder caminar, para poder buscar a mi hijo. Pero hay momentos en que ya no quiero ni pararme de la cama, ni comer, ni saber nada de la vida hasta no saber que vuelva yo a ver a mi hijo”.

Las palabras de Carmen Mora Oseguera, madre del paramédico Antonio de Jesús, son dichas con firmeza, aprisa, mientras ella avanza por la banqueta en dirección a la parada del autobús.

No hay tiempo que perder. Acaba de ver al fiscal que lleva la carpeta de investigación 137/2017 en la que se da cuenta de la desaparición de su hijo y otras tres personas.

“Un día para mí es inagotable. Yo hasta ya he bajado de peso, más de lo que estoy, pesaba yo bien poquito y ahora peso menos de tanto pensar, llorar, pensar en mi hijo, correr a todos lados, las autoridades, pegar aquí, pegar allá”, expresa.

Su hija, su yerno, su esposo y su nuera, la esposa de Antonio, la acompañan cuando el trabajo o el cuidado de los hijos, nietos de Carmen, se los permiten. Pero con o sin ellos, ella continúa tocando puertas, llevando y trayendo oficios, como a la fiscalía de Córdoba, a la que se dirigiría momentos después.

Reprocha a las autoridades que sean los propios familiares los que tengan que mover los documentos y trámites de la fiscalía, entre dependencias de gobierno. Mayor es su molestia al recordar que los funcionarios solo han acudido en tres ocasiones a recorrer la zona de Loma Grande y poblados vecinos, en búsqueda de sus desaparecidos.

“Yo no he ido por eso, porque no me dejan ir pero he tenido unas ansias locas de buscarlo yo misma como pueda”, menciona, y añade que las otras mujeres también han querido subir a la zona de montaña, pero en la fiscalía les advierten que sería bajo su propio riesgo.

En el municipio para el que trabajaba su hijo, el deslinde de las autoridades es peor para ella. Ni siquiera al director de Protección Civil de Mariano Escobedo, para el que trabajaba su hijo, conoce.

“Yo lo que quiero es a mi hijo, verlo con vida. Porque yo los responsabilizo a ustedes, de Protección Civil, al señor Delta que es el director de la policía, y a usted que es el mero presidente”- soltó Carmen frente al presidente municipal Ramiro Páez Muñoz.

Era 21 de enero, sábado, y Carmen había conocido de la desaparición de su niño, como le dice de cariño, apenas horas antes.

“A mí no ¿Por qué?”- le contestó el alcalde, frente a las familias de los policías que habían acudido a buscar respuestas, “¿O usted es de aquéllos?”, añadió.

“¿Cómo que de aquéllos?”, le replicó Carmen, confundida. Por la mirada del edil, entendió que se refería a la delincuencia organizada.

“¡Pues será usted de aquellos! Porque yo no sé lo que usted me dice”, le dijo la madre, con enojo, ante la actitud de Páez Muñoz.

El funcionario les dio la espalda y antes de encerrarse en su oficina les dirigió “Al rato hablo con ustedes”.

El presidente municipal no volvió a dirigirles la palabra.

 

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