En la Plaza de San Agustín hay un kiosco rodeado de jardines con árboles altos y bancas de granito, con una estatua de Ignacio Zaragoza que se erige orgullosa; ahí, todos los días se construyen sueños de mexicanos que arriesgan todo por una vida digna.
En las esquinas de Grant, Flores, San Agustín y Zaragoza, diariamente se forman grupos de personas que simplemente esperan, como ha ocurrido durante décadas, a que llegue alguien para llevarlos a trabajar y al concluir regresan al mismo lugar en espera de un nuevo patrón.
Pero aquí, en el corazón de Laredo, ya no hay tantos mexicanos como antes, la mayoría de quienes cruzaban legal o ilegalmente la frontera —entre Nuevo Laredo, Tamaulipas, y Laredo, Texas— en busca de trabajo lo han dejado de hacer por miedo a ir a la cárcel.
Muchos de ellos —dicen quienes aún vienen a trabajar— han preferido quedarse en México bajo el riesgo de ser cooptados por los grupos del crimen organizado que cotidianamente disputan Nuevo Laredo, a fin de controlar el tráfico de drogas, personas, armas y dinero.
Es temprano, pero hay 32 grados a la sombra. Desde las 6:00 de la mañana hay pequeños grupos de personas que sólo esperan. Para el mediodía, José Martínez, veracruzano de 34 años, originario de Tuxpan, aguarda recargado en un poste.
Es un hombre humilde. Robusto y de ojos pequeños, usa bigote descuidado. Lleva gorra de béisbol pero el sol de las largas jornadas ha trazado surcos en su rostro. Es padre de dos niñas, una de 4 años y otra de 6 años y de un muchacho de 14 que casi acaba la secundaria.
Llegó a Nuevo Laredo hace ocho años. La falta de trabajo lo ha llevado a arriesgarse cotidianamente y cruzar la frontera con una visa de turista para trabajar limpiando terrenos, en la construcción, o en el campo por siete dólares la hora, en un día ha llegado a ganar 100 dólares, unos 2 mil pesos, más que en una semana del lado mexicano.
Narra su día: “Llegó como a las 8:00 y luego a esperar cualquier trabajo, pero está prohibido estar trabajando, yo estoy nomás con tarjeta, aún así nos estamos arriesgando a que nos quiten la visa porque no esta permitido. Aquí se gana un poquito más que de aquel lado y es mucho más seguro.
“Es mejor estar aquí que trabajar con los narcotraficantes o las pandillas. No me han dicho nada, aquí pasa la migra o los policías y hasta ahora no me han molestado, no me han preguntado si ando trabajando ni nada”. Lleva en la mano una bolsa nueva con calcetines recién comprados y el recibo de compra, del mismo día, a la vista. Hace una pausa cuando se le pregunta sobre los mexicanos que cruzan ilegalmente.
“Esta mal Trump, nosotros venimos a trabajar, no venimos a hacer cosas malas. A los mexicanos que deportan corren mucho peligro ya estando en México, son presa fácil de la delincuencia, no tienen dónde quedarse, andan en las calles y están más expuestos a la delincuencia, se los llevan”.
A unos metros, observa con atención José Luis González, es hijo de un hombre de Michoacán y una mujer de Zacatecas, tiene 48 años y nació en Corpus Christi, pese a ser ciudadano estadounidense se dice mexicano y ayuda a los paisanos que, con o sin papeles, llegan en busca de trabajo.
“No es aun asunto de envidias ni de sacar provecho, si yo puedo, los invito a trabajar. Lo hacemos en bodegas, yardas (jardinería), en la construcción, donde haya trabajo. Lo hago porque esta tremendo para los ilegales lo que hace este gobierno”, dice.
Advierte que en estos momentos hay mucho trabajo debido a que un gran número de mexicanos que cruzaban para realizar las mismas labores lo han dejado de hacer por miedo a ir a la cárcel antes de ser deportados por ser indocumentados o por tener una visa que no les permite trabajar. “Es una crisis muy dura para quienes no tienen papeles, para nosotros [quienes son ciudadanos estadounidenses] sí hay trabajo. Yo trabajo temporalmente en el norte, me voy por una temporada y mientras me empleo allá trabajo aquí en Laredo, tengo trabajo el año redondo.
“Es muy pesada la vida aquí, pero los mexicanos vienen por necesidad, a buscar un mejor futuro, ahorita como está el gobierno es muy duro para ellos. No es nada justo, porque años atrás no era así… aquí había muchos ilegales trabajando y ahora los están deportando”.
Refuerza: “Los agentes de Migración nomás andan revisando; si hay un grupo aquí llegan a revisar papeles y el que no tenga es deportado”.
El día en la Plaza de San Agustín transcurre en paz. Apacible el viento mece los árboles que filtran la luz de sol. Mientras, llegan camionetas que suben y bajan a trabajadores migrantes que, con o sin papeles migratorios, vienen a trabajar.