José Murat* | jornada.com.mx
Justo cuando un estudio de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) revela la importancia creciente de la población latina en la economía estadunidense en los distintos componentes del producto interno bruto (PIB), el fenómeno migratorio del sur al norte vive uno de sus momentos más álgidos y dolorosos, con un promedio diario de 10 mil personas cruzando la frontera sin estatus migratorio regular, con Eagle Pass, Texas, como su punto más sensible, seguido de el Paso, San Diego y Arizona.
La paradoja de ser un activo fundamental sobre el que descansa la fortaleza de la primera economía del mundo –mediante el trabajo, el consumo y la contribución fiscal de millones de inmigrantes de primera, segunda y tercera generación, la mayoría de origen mexicano y al mismo tiempo el maltrato de que son objeto quienes ahora pretenden ingresar– exhibe con crudeza la falta de una política de Estado en suelo estadunidense para un tratamiento racional y humano, de beneficio compartido, y no simplemente reactivo y de corto plazo, al fenómeno migratorio.
Las escenas desgarradoras del tránsito azaroso de miles de familias provenientes del sur y el centro del continente, cruzando selvas, ríos y desiertos, nos recuerdan la necesidad de un acuerdo supranacional que siente las bases para una reducción sustantiva de ese éxodo, desincentivando la partida, y un tratamiento más humanitario para quienes tengan que hacer ese recorrido extenuante y doloroso, en busca de mejores condiciones de vida.
La reducción de los flujos migratorios, como hemos señalado en este mismo espacio de opinión, implicaría atacar las causas sociales y económicas de fondo: generar condiciones de desarrollo, seguridad y empleo en los países expulsores, para encontrar en su propia patria lo que se busca fuera de sus fronteras nacionales.
Para quienes tienen que partir, lo racional es que se otorgue un estatus migratorio regular, temporal o permanente, para los que aportan su valiosa fuerza de trabajo en sectores que históricamente no atiende la población local de Estados Unidos. La reforma migratoria pendiente, muchas veces anunciada y nunca procesada.
Sólo eso, desincentivar y regular, haría innecesario el sufrimiento que hemos visto exacerbado estos días. La semana pasada los medios de comunicación dieron cuenta vívida y profusa de la manera como en la frontera sur de Texas, concretamente en el sector de Eagle Pass, se verificó un ingreso masivo de migrantes, dos de los cuales murieron en su intento de cruzar el río Grande, uno de ellos un niño de tres años.
Son escenas que no debieran presentarse más, ni en la frontera de México con Estados Unidos, ni en ningún otro lugar del mundo, como el mar Mediterráneo, frontera de Europa con África, donde los flujos irregulares no cesan y también se han dado hechos trágicos y deplorables, con la pérdida de cientos de vidas inocentes en 2022.
En el caso del continente americano, lo que estamos presenciando, desde el Tapón del Darién hasta la frontera México-Estados Unidos, es una de las mayores crisis humanitarias de la historia reciente de las Américas
, como califica Adam Isacson, experto en defensa y seguridad de la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA), institución no estatal de Estados Unidos de derechos humanos. La violencia, la pobreza, la corrupción y el autoritarismo están empujando hasta a 10 mil personas diarias a arriesgarlo todo y huir
, resume.
Mientras esto ocurre, la UCLA publicó un estudio, muy sustentado cuantitativamente, en el que revela que la población latina en Estados Unidos alcanzó en 2021 un PIB de 3.2 billones de dólares, lo que la constituiría en la quinta economía del mundo si fuera un país soberano en sí misma.
El PIB de la población latina ese año, cuando concluyó el estudio, se ubicó después del mismo indicador nacional de Estados Unidos, China, Japón y Alemania, superando ya la suma de bienes y servicios de economías de países como Reino Unido, Francia, Italia y Canadá. Ha rebasado también el producto interno bruto particular de todos los países de América Latina.
El estudio de la UCLA, que confirmó y actualizó la importancia creciente de la población latina, ya revelada por otras instituciones públicas y privadas, evidencia que, pese al desafío de la pandemia de covid-19 para todo el mundo, el PIB generado por los latinos creció 7.1 por ciento en 2021, ajustado a la inflación, superando 3 billones de dólares por primera vez en la historia.
Hay otro dato revelador de la importancia creciente de los latinos, como productores, consumidores y contribuyentes: a pesar de que representan sólo una quinta parte de la población estadunidense generaron 39 por ciento del crecimiento del PIB real del país en el periodo 2020-2021. Una cifra más: respecto de las 10 mayores economías del mundo, el producto interno bruto latino logró el segundo crecimiento más rápido en ese mismo periodo, sólo detrás de China.
En suma, es preciso dimensionar, sobre todo por quienes definen las leyes y las políticas públicas en Estados Unidos, la importancia capital de los migrantes, recientes y de pasadas generaciones en la construcción y el mantenimiento de la primera economía mundial, un reconocimiento que conduzca a un tratamiento más humanitario, justo y de beneficio compartido para quienes sólo buscan medios lícitos para una mejor calidad de vida.
*Presidente de la Fundación Colosio