Luis Velázquez | Barandal
28 de abril de 2021
ESCALERAS: En la toma de posesión como presidente de Estados Unidos, Joe Biden, prometió otorgar el estatus legal a más de diez millones de indocumentados.
Y en automático abrió la caja de Pandora.
Bastaría referir que únicamente en el mes de marzo, se registró la mayor cifra de los últimos veinte años en migrantes de México y de América Central (Honduras, Guatemala y San Salvador) ingresando al país vecino.
Más de 172 mil según el reporte de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza.
PASAMANOS: En una foto que caminara en el mundo, montón, cientos, miles quizá de migrantes arrodillados, hincados, en la frontera norte, desde Ciudad Juárez, Chihuahua, mirando hacia EU clamando a Biden que por misericordia los dejara entrar.
La mayoría de migrantes trasladándose en grupos desde sus países centroamericanos y México para protegerse entre sí.
Uno, de los polleros. Dos, de los tratantes de personas. Tres, de las bandas delictivas. Cuatro, de las policías municipales y estatales. Y cinco, de las policías migratorias.
En todos los casos, razones poderosas. Una, la miseria, la pobreza y la jodidez. Dos, el desempleo. Y tres, la violencia de los malandros. Muchas veces, la violencia policiaca.
CORREDORES: El más alto desafío migratorio para Biden, quien ama tanto a su par de perros que, primero, se los llevó a la Casa Blanca y ante el orden perturbado por los animalitos fueron destinados a la fortaleza de Camp David, la residencia presidencial para el asueto.
Y, bueno, si el presidente de EU ama tanto a sus perros, entonces, su corazón y neuronas alcanzan, todo parece, el más alto desarrollo humanitario y solidario con los migrantes en un país fundado por migrantes.
BALCONES: Un pendiente está en los niños. Más de veinte mil detenidos sin padres al cruce de la frontera norte de México con EU.
EU, obligado a darles cobijo y albergue mientras los reúne, si pudiera, con algún familiar.
Niños que en sus pueblos se quedaron esperando el regreso de los padres para reunirse en el otro lado.
Niños dejados con la familia, los abuelos, los tíos, los primos, pero necesitados y urgidos del cariño paternal.
Todos ellos, exponiéndose a los peligros y que van desde los traficantes de personas para la prostitución y la venta de órganos hasta el secuestro de malandros para cobrar un rescate.
PASILLOS: Según The Washington Post, “el costo semanal de alojar a los menores asciende a cerca de 60 millones de dólares” (La Jornada-México, agencias).
El gasto semanal de la Casa Blanca ha servido para que el Partido Republicano de Donald Trump se lance en contra de Biden, del Partido Demócrata, y la migración esté politizada al cien por ciento, pues lo acusan de abrir la frontera de manera irresponsable y provocar una crisis entre México y Estados Unidos.
VENTANAS: Los migrantes se van arriesgando la vida por dos razones fundamentales.
Una, la miseria y la pobreza, resultado de una errónea política económica para garantizar la creación de empleos dignos.
Y dos, huyendo de la violencia tanto de los narcos como de las bandas pandilleras como de la policía.
El Estado, en América Central y en México, incapaz de garantizar el llamado Estado de Derecho y cuya esencia superior, filosofía pública, es dar certidumbre con hechos y resultados a la población en el diario vivir.
Una vida sin sobresaltos. Con empleos dignos y pagados con justicia social para tener seguro el pan y la torta en casa. Y con una política eficiente de seguridad pública.
Todo indica, es mucho, demasiado pedir a las tribus gobernantes…