Luis Velázquez
08 de septiembre de 2017
Uno. La guillotina encima
Todo parece estar en contra de los migrantes. Como si pagaran el peor pecado mortal del mundo. Quizá, porque ya en el relato bíblico cuentan la historia de las primeras migraciones del planeta. Siempre, con la guillotina encima.
En Veracruz, por ejemplo, los centroamericanos en su paso a Estados Unidos, la pesadilla, representada por los carteles, los polleros, las policías migratorias, estatales y locales, y la delincuencia común.
En la frontera norte, los ilegales arriesgando la vida en el cruce del río Bravo y en el camino por el desierto.
Y en Estados Unidos, Donald Trump. El muro en la frontera norte, la policía migratoria más atroz y cruel que nunca, la caza de indocumentados, la hostilidad día y noche, y de ñapa, la cancelación del DACA, que pone en riesgo de deportación a ochocientos mil jóvenes ilegales, de los cuales 623 mil son mexicanos.
Ahora, y de ñapa, una nueva pesadilla.
Los centros de detención para migrantes en México son bancos de enfermedades según intitulara La Jornada a su nota del lunes 7 de agosto, a 8 columnas, en la página 7.
Y el recuento:
Malas condiciones de sanidad en las estaciones migratorias del Instituto de Migración, poca calidad en la comida, insuficiente de servicios y escasez de personal para la atención médica.
Y como agravante, “gripes, dolores de garganta y cabeza, malestares estomacales, fiebres, infecciones en la piel o vaginales, en el caso de las mujeres, ansiedad y depresión, son recurrentes en los migrantes que día con día son detenidos e internados en las llamadas estancias provisionales”. (Emir Olivares Alonso)
El infierno, pues.
Lo que México reclama a Estados Unidos para un buen trato a los migrantes, México lo aplica con los ilegales de América Central, Honduras, Guatemala, Salvador y Nicaragua.
Dos. Padecen problemas mentales
Por eso, quizá, el sacerdote José Alejandro Solalinde Guerra, director fundador del albergue “Los hermanos en el camino”, con sede en Ixtepec, estableció una filial en Acayucan, Veracruz, uno de los caminos obligados de los migrantes centroamericanos, además de que también pasan y se arraigan en Coatzacoalcos, Medias Aguas y Córdoba.
En Amatlán de los Reyes, sede de “Las Patronas”, las señoras que desde hace más de veinte años ofrecen despensas alimenticias a los migrantes en su paso trepados en “La bestia” constituye también un oasis en medio del gran desierto jarocho.
Y desierto, porque en tal eje de la muerte (de Coatzacoalcos a Córdoba), los migrantes han sufrido las peores calamidades emanadas de la caja de Pandora, entre ellas, el asesinato del hondureño Edwin Rivera Paz (9 de julio, 2017), el camarógrafo que venía huyendo de la muerte en su país y la muerte lo alcanzó en Acayucan un día en que filmaba la situación de sus paisanos en Veracruz.
Y por desgracia, al momento, con tantos desaparecidos, secuestrados, asesinados y sepultados en fosas clandestinas, y con tantos duartistas pendientes de enviar al penal de Pacho Viejo, la Fiscalía ningún avance ha anunciado sobre la captura de los asesinos del camarógrafo de Honduras, él mismo, migrante.
El caso es que las circunstancias en que operan las estaciones migratorias llevan a otro gravísimo problema, en particular, de “quienes han sido víctimas de algún delito de violencia sexual o de tortura” y que desemboca en un deterioro de las facultades mentales.
Además, claro, de la angustia y la depresión y que suele paralizar la vida de cualquier persona.
Y es que salir huyendo de sus pueblos en guerra o flagelado por los carteles y los Maras, y tener encima a los malandros del país y a los polleros y a las policías, solo genera “efectos de índole sicoemocional”, y a lo que por desgracia se agregan las circunstancias de la misma detención.
Tres. La muerte en vida
Todavía peor: en las mismas estaciones migratorias suelen dormir una o varias noches en el suelo, a la intemperie, sin cobijas, sin colchonetas, sin una sabanita, sin mantas, simple y llanamente, porque son insuficientes.
Luego, al levantarse en la madrugada o en la mañana, la falta de agua calientita para la ducha y el baño.
Y después, otro infierno con el desayuno: “alimentos picantes, muy condimentados y en mal estado” y que nada, absolutamente nada tienen de política humanitaria ni humanista.
Peor tantito: muchos migrantes enferman de la piel porque la contraen en las estaciones migratorias, por la falta de higiene en las colchonetas y las mantas, y las que “no se lavan, tienen mal olor o están llenas de insectos”.
Y ni se digan las inapropiadas condiciones de higiene en los sanitarios.
En el caso de las mujeres las circunstancias empeoran, pues sufren infecciones vaginales luego de una violación antes de ser detenidas y refundidas en las estaciones, donde dada la pésima higiene la infección se agrava.
La descripción anterior está consignada en el informe denominado “Personas en detención migratoria en México” y que fuera elaborado por el Consejo Ciudadano del Instituto de Migración.
El sueño de los centroamericanos en su paso por México, entre ellos, Veracruz, frustra por completo el proyecto de vida de cada uno de ellos y conforme caminan en el país van llenando el corazón de ansiedad y depresión, la muerte en vida.