Luis Velázquez/ Escenarios
Uno. Migrantes de Veracruz en EU
La mayor parte de las familias en Veracruz tenemos parientes migrantes en Estados Unidos. Y como en el caso, hay una familia completa (tíos y primos) que desde hace más de treinta años, quizá cuarenta, migraron. Desde entonces, jamás nos hemos visto. Ni siquiera, vaya, el fin de año.
Allá murieron los padres. También falleció un hermano. Y de hecho y derecho, se perdieron para siempre. Ellos, resucitando a una nueva vida. Nosotros, aquí, metidos en el sótano de la misma vida.
Se fueron, como todos, atrás de la utopía social. Y por fortuna, la hicieron. Con todo y que entraron como ilegales. Sin papeles.
Primero, desesperado, sin un empleo seguro y estable y pagado con justicia, migró el primo mayor.
Varios años después, se llevó a un hermano. Y luego a otro hermano. Y después a las dos hermanas que restaban.
Entonces, se llevó a sus padres.
Y en un lapso de unos años, ni rastro dejaron en el pueblo.
Un día, de pronto, dejaron de escribir. Las familias nos echamos la bendición. Y es que como decía Jorge Luis Borges, “la patria de un hombre está donde están los suyos”.
Hasta donde se les perdió el contacto, tres primos lograron nacionalizarse. Son mexicanos, pero también, norteamericanos. Trabajaban en un rancho agrícola y le hacían de todo. Y el patrón, digamos, se encariñó con ellos. Tanto, que hasta los ayudó con sus papeles.
Ellos eran campesinos. Vivían en el pueblo, en la cabecera municipal. Pero no obstante agarrarse todos los días a trompadas con la vida, la vida era adversa. Entonces, el padre decidió irse a vivir en un jacalito en una parcelita que el abuelo les había heredado.
Y como “el hambre suele dar muchas cornadas”, el hijo mayor tomó camino. A cruzar el río Bravo o el desierto, pero entrar a Estados Unidos. Él fue, digamos, el Moisés que condujo a su familia a la nueva vida. El Ulises.
Dos. Atrás del itacate
Allá se casaron. Allá viven desde hace más de tres décadas.
El primer estado en que aterrizaron fue Carolina del Norte, una ciudad con muchísima población migrante. Después, parece, migraron a otro destino social. Fue cuando la lucha diaria por el itacate hizo que rompieran los lazos con Veracruz.
De vez en vez, cuando se preguntaba por ellos a otros primos, apenas y referencias aisladas, inciertas.
Aquí, murieron los abuelos y nada de ellos. Empezaron a morir los tíos y nada, tampoco. También han muerto uno que otro primo y nada de ellos.
Allá, de seguro, han de estar igual, la familia extinguiéndose. Cada quien buscando el itacate para llevar a casa.
Cruel y atroz destino. El relato bíblico, por ejemplo, dice que todos los seres humanos venimos a la vida para ser felices. Y la felicidad, de entrada, sólo se encuentra en, alrededor y con la familia. Y la familia desintegrada, entonces, el infierno mismo.
Y aun cuando, cierto, el éxodo forma parte de la realidad histórica en todas las familias, de pronto, zas, se pierde el contacto. Y sabrá Dios…
Y más, porque es la sangre. La sangre familiar.
Tres. Millón de jarochos en EU
Se fueron, porque aquí, en México y en Veracruz, la política económica ha fracasado por completo en la creación de empleos.
Y si hay empleos, la mayoría pagados con salarios de hambre.
Además, inestables, porque a la primera de cambios, el despido. Y el cese de un día para otro.
Y más, porque la población en edad laboral apenas y tiene estudios básicos, como era el caso de los primos. La primaria. Quizá la secundaria, incompleta.
Y más, cuando la familia es numerosa. Seis, siete, ocho, diez hijos, con un padre campesino y una madre ama de casa.
Todavía peor, si se considera que ya de por sí, estudiar una carrera universitaria resulta insuficiente. Según versiones, la mitad de los egresados de la educación superior están desempleados y/o subempleados.
Bastaría referir que cinco meses y 10 días después de la yunicidad, en Veracruz ningún empleo ha sido creado por la iniciativa privada. Quizá la inseguridad. Acaso, los meses de “la guayaba”. Quizá, la incertidumbre económica. Acaso, la falta de alicientes y de promoción.
El caso es que con todo y Donald Trump con su política migratoria xenófoba y racista, la migración sigue para adelante.
Y decenas y cientos de familias continúan apostando a Estados Unidos, porque ni modo de cruzarse de brazos ante el hambre y la miseria.
La migración comenzó en el país cuando Porfirio Díaz Mori. Tiempo aquel de la construcción de ferrocarriles tanto aquí como en Estados Unidos. Alcanzó momento estelar cuando el presidente Gustavo Díaz Ordaz acusó a su enemigo político, Carlos Alberto Madrazo, presidente del CEN del PRI, de traficar con los permisos migratorios. Luego, cada sexenio federal se ha multiplicado.
Hoy, por ejemplo, un millón de habitantes de Veracruz están de migrantes en el otro lado y las remesas se han convertido en el sostén de la economía local por encima de los ingresos derivados de la caña de azúcar, el café y los cítricos.
Y los primos y las familias siguen yéndose a la aventura fascinante que bien puede terminar en el paraíso terrenal, con todo y los riesgos, pues quedarse aquí, en el territorio jarocho, es arriesgar a morir de inanición.
Lo dijo una vez Octavio Paz de la siguiente manera:
“Si me hubiera quedado en el pueblo sería un borracho”.
Y se fue a París.