Veracruz, México.- Franklin amaneció acurrucado cerca de las vías del tren. Durmió ahí porque al llegar a Tierra Blanca, Veracruz, se encontró con un kilométrico muro antiinmigrantes que le impidió el paso.
Franklin Ramos durmió a la intemperie junto con una treintena de jóvenes hondureños y salvadoreños que juntaron sus sueños, dinero y fuerza para irse al norte, al país de Donald Trump. Viajan juntos, protegiéndose de los asaltantes, los traficantes de drogas y personas, pero también compartiendo el pan que les ofrecen por el camino.
Es la mañana de un jueves de febrero y Franklin está esperando que sean las nueve para ver si pasa el tren, y entonces repetir esa peligrosa coreografía de escuchar el silbato de la locomotora aproximarse, preparar las piernas para correr, ver a La Bestia acercarse, escuchar el estruendo del metal de las ruedas crujir sobre las vías, esperar el momento en el que el maquinista baje la velocidad, estirar los músculos de las piernas y echarse a correr para poder agarrarse de la estructura del ferrocarril y no dejar que la fuerza centrífuga alimente con alguna extremidad el apetito de La Bestia.
Mientras espera sentado en las vías del tren cuenta que a los 13 años dejó Honduras para irse a trabajar a Estados Unidos, pero hace un año lo deportaron. Éste es su tercer intento de regresar a San Francisco para reunirse con su hijo, Ángelo, de cuatro años, y la mamá del niño.
“Lo extraño y quisiera estar allá con él, pero todavía no se puede porque ahorita está un poquito más difícil con las agresiones”.
Las cifras del Instituto Nacional de Migración (INM) son un reflejo de que en la ruta migrante cada vez los peligros y obstáculos son mayores.
Mientras el número de mexicanos repatriados desde Estados Unidos se redujo 43.64 por ciento de 2010 a 2015, el de centroamericanos de Guatemala, Honduras y El Salvador aumentó 26.14 por ciento.
A las pesquisas de la migración mexicana y la inseguridad del narcotráfico hay que agregar que aquí, en Tierra Blanca, Veracruz, los migrantes se topan con un muro antiinmigrantes.
“Cuando miré ese muro dije: aquí nos pueden hacer un operativo, nos van a agarrar a todos, porque con ese muro es imposible que no lo agarren a uno”.
La barda que impresionó a Franklin es una estructura de varios kilómetros que la empresa Ferrosur de Grupo México comenzó a edificar en 2013. Según la respuesta a Especiales MILENIO, la trasnacional construyó el muro bajo el argumento de que tienen que proteger las vías del tren porque “se sustraen piezas de sujeción de vías ferroviarias, cuya función es dar firmeza al riel para soportar la carga y evitar el descarrilamiento de los trenes, situación que pone en riesgo a la zona urbana”.
Además de “evitar que los migrantes se suban al ferrocarril poniendo en riesgo su integridad física y la operación ferroviaria”.
En algunos tramos la pared alcanza hasta 5 metros de altura, en lo alto está reforzada con alambres de púas y se extiende por la zona urbana de Tierra Blanca, dividiendo el primer cuadro de la ciudad con el resto de las colonias.
El muro se localiza en zona federal y fue construido por Ferrosur al amparo de la concesión otorgada por la Secretaría de Comunicaciones y Transportes. Hasta el cierre de esta edición, la dependencia omitió dar una postura sobre esa obra.
El muro está construido ahí porque en esa zona se sitúa la estación del tren, que es uno de los centros de operación en donde Ferrosur hace cambios de vía y distribuye los diferentes vagones con mercancía a través de la red ferroviaria. Además en esa zona, como cerca de todos los centros urbanos, los maquinistas bajan la velocidad, a fin de evitar accidentes con los pobladores.
Los migrantes aprovechan esa circunstancia para bajar y subir del tren.
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Al llegar a Tierra Blanca, cuando Franklin y los migrantes que lo acompañan se toparon con el muro, se dieron cuenta que el albergue Decanal Gudalupano estaba del otro lado de la ciudad.
“Se nos hace dificultoso cruzar ahí”, comenta Franklin acompañado de Taylor, un hondureño que intenta por primera vez llegar a EU.
El muro está evitando que nosotros pasemos, dice Taylor, resignado a tener que sortear todos los obstáculos que se encuentre hasta la frontera.
“Si nos toca rodear, rodeamos el muro, y siempre seguimos para adelante”, agrega Taylor, al asegurar que está preparado para enfrentar también el muro del presidente estadunidense.
Como está escrito en La Biblia,que vencieron el mar de Jericó, nosotros vamos a vencer el muro de Donald Trump”.
Después de las nueve de la mañana, La Bestia aparece. Franklin saca de la bolsa de su pantalón un iPod azul, bastante traqueteado por el tiempo, y comienza a grabar y a narrar como si estuviera en una transmisión en vivo lo que ocurre.
“¡Ahí viene la máquina, ahí viene La Bestia!”, grita de emoción, a la vez que todos se preparan para repetir la coreografía para montar el tren.
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Elizabeth Rangel, directora del albergue Decanal Guadalupano mide 1 metro con 64 centímetros. La mañana que la conocimos nos llevó al tramo del muro que bloquea la entrada que tenían los migrantes al albergue, se para junto a la pared para que nos diéramos cuenta que ahí la barda por lo menos alcanza el doble de su estatura. Entonces comienza a caminar hasta la entrada del albergue, que está a no más de 100 metros.
“Esto era solamente lo que tenían que caminar. Llegaban directamente a la puerta del albergue”.
Elizabeth recuerda que en 2013 comenzaron a ver que la empresa Ferrosur hacia excavaciones a lo largo de las vías del tren. “De pronto y sin darnos cuenta vimos que se estaba levantando un muro. Esto nos impidió realizar nuestro trabajo como lo veníamos haciendo. Ya no nos dábamos cuenta cuánta gente traía el tren. Ya no era tan fácil el poder localizar el albergue”.
“El muro no detiene la migración. Está haciendo más palpables las dificultades que se encuentran los migrantes en el camino hacia Estados Unidos al pasar México. Hay una incongruencia al estarnos quejando de un muro (de Donald Trump), cuando nosotros estamos también construyendo otros”.
Manfredo es uno de los migrantes que logró rodear la pared para llegar al albergue, descansar y alimentarse. Él tenía dinero y pagó un taxi que lo llevó con la hermana Elizabeth.
“Siempre va a haber un cruce. No habrá obstáculo que nos detenga ante ninguna adversidad ni muro que no venzamos”, señala el salvadoreño.
Ésta no es la primera vez que Manfredo viaja en el tren para llegar a Estados Unidos; lo deportaron y ahora intenta regresar a Boston para reunirse con sus primos. Hace seis años pasó por primera vez por Tierra Blanca.
“Me sorprendió que estuviera ese muro”, expresa sentado bajo la sombra de un árbol, mientras sus compañeros de viaje escuchan su relato, y aprovecha la oportunidad para dirigir un mensaje a los mexicanos.
“Les podría decir que no fueran tan correctos al querer detener a la gente de otros países, cuando los tratan tan mal allá, en Estados Unidos”.
Es tiempo de que Manfredo continúe su camino.
Rodeó el muro una vez más y logró montarse a La Bestia. Desde ahí agita su mano para despedirse, sonríe. Se ve convencido de que nada lo podrá detener. Ni el muro mexicano, ni el de Trump.