Por: Adriana Malvido/ milenio
Entre muchas cosas, el espacio público puede ser un lugar para la reconciliación social. Central Park en Nueva York se creó en el siglo XIX para beneficiar física y espiritualmente a la sociedad y como un antídoto de las consecuencias de la industrialización. El diseño del National Mall en Washington DC en 1902 se insertó en un proyecto nacional de reconciliación después de la Guerra Civil en Estados Unidos. Ambos encarnan las más elevadas aspiraciones cívicas de su tiempo.
John Beardsley, historiador de arte, experto en diseño y arquitectura paisajística de Dumbarton Oaks, ha estudiado diversos espacios en el mundo desde esa perspectiva y menciona el Freedom Park en Sudáfrica, el Parque Houton en Shanghái… y la frontera de México con Estados Unidos. Me dice: “El muro fronterizo puede ser un espacio cultural, pero es importante usar la imaginación y pensarlo de esa manera”.
Beardsley participó en el reciente coloquio internacional Ciudad, Arte y Espacio Público en el Museo Tamayo. Y se refirió ampliamente a Teddy Cruz, catedrático en la Universidad de California y arquitecto de origen guatemalteco cuyo estudio (Cruz & Forman) en San Diego monitorea los flujos humanos, económicos y culturales que van y vienen a través de la frontera con Tijuana, la región binacional más grande del mundo y la de mayor cantidad de cruces al día.
El drama de la barrera física es real y Cruz no pretende idealizar la pobreza, pero destaca la inteligencia creativa en comunidades de migrantes que, desde el conflicto y la escasez, constituyen semilleros de imaginación, emprendimiento socioeconómico y sostenibilidad ambiental. Analiza los barrios fronterizos que se construyen con desechos de San Diego reciclados: bungalows de posguerra, viejos neumáticos, puertas de garajes… Y, del otro lado, el impacto de la inmigración en los barrios californianos, con una organización urbana más incluyente. Lo informal, dice, “siempre cumple con un papel parecido: dar cabida a los que no caben en un mundo pulcramente dibujado”.
Cruz concibe la frontera como un laboratorio para amplificar la empatía “porque precisamente en comunidades divididas como ésta, el futuro depende de legitimar y comprender la coexistencia”. Necesitamos más artistas como él, que frente a Trump ya promueve “actividades quitamuros”, y llama a ampliar los pasillos del intercambio cultural.