Luis Velázquez | El Piñero
06 de septiembre de 2021
ESCALERAS: El hecho de vivir confinados, encerrados en casa, en tiempos de plagas y pestes, pero también, en tiempos normales, es una vieja historia.
Bastaría referir, por ejemplo, la vida de los jesuitas y franciscanos encerrados de por vida en un monasterio, entregados a la lectura, la reflexión y la religión.
Las tribus indígenas que vivían en el rincón más arrinconado de la selva, sin relacionarse con otros pueblos, cada uno buscando la forma de “matar chinches” y sobrevivir.
PASAMANOS: La novelística de Gabriel García Márquez está llena de personas confinadas, sin que nadie, como los monjes, cayera en crisis nerviosa ni en el estrés ni en la tensión cardiaca.
Por ejemplo:
Adelaida, un personaje literario que cuando la fatalidad llega al pueblo se encierra para siempre en su cuarto a rezar para que los demonios se fueran.
Luego de pelear en montón de guerras y que todas pierde, el coronel Aureliano Buendía encerrado en su casa en Aracataca a elaborar pescaditos de oro para venderlos y comer en el día con día.
“El coronel no tiene quien le escriba” encerrado en su casa con su esposa luego de que le mataran a su único hijo en el palenque en una jugada de gallos, esperando cada viernes para ir al correo y ver si le había llegado el telegrama con la pensión.
CORREDORES: En el pueblo, Aracataca, las familias encerradas “a piedra y lodo” por tantos volantes anónimos que van apareciendo en la madrugada destrozando las honras ajenas hasta que cada familia decide huir en la noche sin avisar y el pueblo queda despoblado.
El perpetuo Toque de Queda, virtual Estado de Sitio, en Aracataca, debido a la violencia política con secuestrados, desaparecidos y asesinados, oleaje, tsunami, de inseguridad que nadie puede frenar.
BALCONES: García Márquez encerrado durante dieciocho meses en casa, en un cuartito habilitado como su oficina, escribiendo “Cien años de soledad”, sin recibir llamadas telefónicas y apenas, y de vez en vez, aceptando un cafecito con uno de sus amigos, el poeta Álvaro Mutis.
Uno de los hijos del coronel encerrado descifrando los papiros llenos de fórmulas médicas para curar las enfermedades posibles.
PASILLOS: Pocos, excepcionales, seres humanos en la vida pasan muchos, muchísimos años encerrados como, por ejemplo, los escritores, los poetas, los pintores, los filósofos, entregados a la obra creativa, acompañados de su excepcional aliada como es la soledad, la vida productiva a partir del encierro.
Y, bueno, si el COVID anda tan canijo con la Tercera Ola y en Estados Unidos ya anunciaron la tercera vacuna, entonces, lo más aconsejable es que cada uno cambie su actitud por una positiva para sacar provecho de esta realidad apabullante pues la pandemia seguirá por tiempo incalculable.
VENTANAS: Las mujeres metidas a monjas por voluntad propia, como por ejemplo, sor Juan Inés de la Cruz, la gran poetisa, se encerró en el monasterio y luego de cumplir la faena del día asignada por las madres superiores, pasaba escribiendo los día y las noches.
Nunca se dolió de estar y vivir encerrada. Bastaba y sobraba con tener montón de libros por leer y escribir poemas.
Sor Juana vivió su vida y dejó vivir a los demás, sin habladurías ni reproches.
Incluso, cuando la elite eclesiástica la acusó de hereje hasta escribió un poema intitulado “Yo, la peor”… en un acto inusitado de humildad y que más, mucho más grande la proyectaba en su dimensión humana.
