•La escuelita del pueblo
Luis Velázquez/ Escenarios
Veracruz.- UNO. Otro mundo pedagógico
En la escuela primaria del pueblo, los maestros vivían convencidos de su realidad. “La letra con sangre entra”, decían.
Por ejemplo, la deficiencia de un alumno era castigada así: ordenaban al niño ponerse de pie y extender las manos y a reglazos en las yemas de los dedos solucionaban el problema.
Pero en las tardes, una maestra empírica, hija de la experiencia cotidiana, quien nunca impartió clases en el sistema educativo sino tenía su escuelita con clases particulares, enseñaba lo contrario.
“La letra entra” con paciencia, prudencia y mucho, muchísimo cariño y amor por los niños.
Las puertas de su escuelita privada (la sala de su casa, el comedor y una recámara habilitadas como salones de clases) se abrían a las 4 de la tarde y cerraban a las 8 de la noche.
4 horas de clase donde los niños con problemas en el conocimiento eran actualizados y en las tardes pulían y volvían a pulir sus clases de la mañana en la escuela oficial.
La maestra se llamaba Ángela. Angelita le decían los niños y los padres. Era una señorita soltera, quedada, alta, altísima como una garrocha, delgada, con ojos azules, piel blanca y una sonrisa tierna y cariñosa.
A partir de la sonrisa de la profe los niños descubrían otro mundo pedagógico.
DOS. La vida en bandeja de plata
Tenía una auxiliar. Se llamaba Carlota. Carlotita le decían. Era la otra versión de Angelita. De baja estatura, MORENA, morenita, a quien le costaba mucho trabajo sonreír, pero siempre afable con los niños.
Entre las dos impartían clases desde el primero hasta el sexto año de primaria.
Las dos, solteras, y quienes en el camino de la vida se habían encontrado y decidido vivir juntas cuando pusieron su escuela.
En las noches, a las 20 horas con diez minutos, ya estaban en la iglesia para rezar el rosario, platicar con las señoras de la Vela Perpetua, tomar café en la casa de algunas de ellas, y a las diez de la noche, a casa, para descansar.
Mucho se prestigió la escuela de Angelita. Los padres de familia con niños sin problemas de aprendizaje también eran inscritos, pues pulían el terreno pulido y además, estudiaban un capítulo adelante del profesor y la vida caminaba en bandeja de plata.
TRES. El fin de un sueño
“Pueblo chico, infierno grande”, la envidia se emponzoñó en algunas maestras de la escuela oficial.
Y comenzó la intriga y la cizaña en la secretaría de Educación para cerrar la escuela.
Las quisquillosas fracasaron en el intento. Los padres avalaron la escuela de Angelita. Ellos demostraron a los inspectores de la SEV la decisión personal y familiar de cada uno para anotar a sus hijos en aquellos turnos vespertinos.
Las habladurías sirvieron, no obstante, para evidenciar las malas prácticas de los profesores con los alumnos de enseñar con la premisa universal de “la letra con sangre entra”.
Y muchos maestros estuvieron en la antesala del despido, incluso, hasta el subdirector de la escuela primaria quien solía agarrar del chongo a los alumnos del quinto año y los zangoloteaba y luego los lanzaba como quien tira piedras a un río en contra del pizarrón para estrellarse.
Hubo padres proponiendo a la profe Angelita como directora de la escuela oficial, pero ella siempre se negó. Hija de la vida, sabía y estaba consciente de sus limitaciones pedagógicas.
La excepcional y fascinante escuela aquella terminó cuando Carlotita enfermó del Alzheimer y Angelita estaba en la antesala del daño cerebral.