Peña Nieto impuso fraudulentamente a su primo en el Estado de México, contra sus propias “mediciones” que mostraban el repudio a su gobierno y a su candidato. Fracasó su “propaganda negra”, “amplificada” por conductores “estelares” de medios de comunicación, difamadores, estrategia que denigra a quien la orquesta. Desesperado, aplicó fraude en todo el proceso. Advertimos que imponerlo implicaba someter a la voluntad popular mexiquense, “golpismo” que dejaría al Presidente mismo desacreditado; pero lo hizo, ante la observación nacional e internacional. No le importó: compra de votos, amedrentamiento, violencia contra promotores electorales, golpizas; policías en “retenes” inhibiendo el voto libre, “cercando” Juntas Electorales Distritales, impidiendo el paso a ciudadanos a las sesiones “públicas”. Hasta la panista, candidata comparsa, Josefina, acusó: “elección de Estado… uso desvergonzado de recursos, dádivas, amenazas”. Las autoridades electorales ciegas ante las violaciones públicas: el Instituto Electoral mexiquense adelantó la presentación del “conteo rápido”, falseando el valor de la “muestra”, para fijar un “resultado oficial” precipitado ante el anuncio de López Obrador sobre la ventaja de Morena; el responsable del “conteo”, Don Aparicio, exhibió su parcialidad al descalificar a AMLO, en televisión nacional. En el INE complaciente ante la operación “electorera” de Estado, un consejero calificó: “descabelladas las acusaciones de fraude… inaceptable que vengan de actores políticos”; defendió el “conteo rápido, según él: “desacreditado desde la ignorancia”. ¿Sentencia anticipada?
En el propio PREP se exhibe el fraude atropellado, evidente en zonas rurales donde Del Mazo “robó” más de 388 mil votos en sólo cinco distritos con votaciones en promedio de 64% del padrón; “fervor cívico” en poblaciones pequeñas, alejadas de la cabecera municipal, con baja escolaridad, altos niveles de pobreza, dependientes de programas “sociales”. En estos distritos “introdujeron” una falsa “ventaja” de 260 mil votos sobre Morena, cuando formalmente la “ventaja” asignada en todo el estado es de 160 mil. En contraste, Morena ganó en todos los distritos urbanos, de mejores niveles educativos y —sin inflaciones priístas— porcentajes de participación alrededor de 52%. Morena solicitó la anulación de esos cinco distritos groseramente inflados. Queda un largo camino ante el Tribunal Electoral, cuyos magistrados fueron designados por los mismos que ahora deben juzgar. Aun con la inflación de votos, el resultado es revelador: el PRI cayó 30% de su votación de 2011—un millón de votos menos—; el PRD, cayó 3% respecto a 2011, al tercer lugar; PAN, cayó al cuarto lugar. Sólo Morena crece, 300%, para ganar la elección.
Un jefe de Estado depende de la legitimidad de su autoridad, “la obediencia depende de la creencia en dicha legitimidad”. Peña desestimó esos atributos del poder, de autoridad, prefirió actuar como “jefe de facción”; arrastró al desprestigio a las instituciones —consejeros electorales, magistrados, gobernadores, funcionarios federales y locales—, como vulgares operadores antidemocráticos; acudió al “golpe”, falseó la elección. ¿Qué queda de la ínfima autoridad de Peña, con sólo 10% de aceptación previo a esta elección, seguramente degradada al operar una impopular imposición, evidente ante mexicanos y extranjeros? A quince meses de concluir su mandato, ¿con qué autoridad va a conducir a un país en crisis, hundido en la corrupción y la inseguridad rampantes? ¿Con qué autoridad podrá presidir sobre la renovación de los poderes de la República en 2018? ¿Podrá repetir los mismos mecanismos de imposición a nivel nacional, con el PRI en el peor desprestigio y sus socios, el PAN dividido y el PRD en la inopia? No podrá. Sólo con determinaciones y acciones concretas de respetar el proceso democrático, podrá sostener su posición con su poder minimizado. México no resiste otra imposición, sólo será gobernable si las elecciones son “libres, auténticas y equitativas”.