Connect with us

Peor fiasco educativo

El Piñero

Luis Velázquez / Escenarios

 

Uno. El maestro ejemplar

 

Quizá el mejor profesor de una escuela primaria en la historia de la humanidad fue Louis Germain, el maestro de Albert Camus.

Camus era un niño pobre. Huérfano a los dos años de edad, su padre muerto en la guerra, su madre era analfabeta y trabajadora doméstica.

Cada día iniciaba su jornada extenuante a las 6 de la mañana, de casa en casa, fregando pisos, limpiando la casa, pasando jerga, lavando y planchando.

Camus, cuando jugaba en la calle con los amigos del barrio, que vivían en un patio de vecindad, la miraba sentada en la tarde en su departamentito, ocultándose el sol, mirando a lo lejos el mar, en silencio, callada, sin nunca, jamás, jamás, jamás, pronunciar una palabra.

El profe Germain fue maestro de Camus en la primaria. Y quizá miró, sintió, la inteligencia y el talento del niño y un día le contó una historia basada en un libro. Y provocó la curiosidad del niño aquel. Y luego, le preguntó si le interesaba el final de la historia y cuando el niño le dijera que sí el profe le prestó un libro.

Después, aplicaba la misma técnica de enseñanza. Le contaba el principio de un cuento, una novela, una historia, y le daba otro y otro y otro libro para leerlos.

Un día, Camus había leído la biblioteca completa del profesor aquel.

Por eso, cuando en diciembre de 1957 gana el Premio Nobel de Literatura, Camus se lo dedicó a su señora madre y a su profesor, a quien escribe una carta:

“Sin su enseñanza no hubiese sucedido nada de esto”, le dice, y le da las gracias por “su esfuerzo y su trabajo generoso”.

Camus en la universidad, el profe de primaria siguió preparándose y entonces uno y otro se juntaba para discutir sobre las ideas filosóficas.

El mejor profesor, sin duda, en la historia de la humanidad.

 

Dos. El infierno magisterial

 

Uno recuerda con error a uno que otro profesor de la primaria. Tiempo aquel cuando el principio pedagógico era que “la letra con sangre entra”.

La maestra de primer año, por ejemplo, alta y corpulenta, tenía una regla de madera de pino. Dura y gruesa.

Y cuando el niño cometía un error (una tarea incumplida, una exposición mal hecha, una respuesta desafortunada), la maestro se acercaba y ordenaba con voz de generala, María Félix en “La cucaracha”:

“¡De pie”.

El niño de pie, volvía a ordenar:

“¡Extienda las manos!”.

Y entonces, la profe descargaba su furia y su cólera en las manos del niño hasta que algunas veces sangraban.

Y la profe reía. Satisfecha. Contenta de sí misma. Realizada.

En sexto año de primaria había un profe, cuerpo de gorila, mirada de dinosaurio.

Y cuando el alumno cometía un error frente al pizarrón, el profe se lanzaba en su contra, lo agarraba de la cabeza y lo lanzaba como pelota contra la pared.

Salvador Díaz Mirón, el poeta que deslumbrara a Víctor Hugo, tomaba el borrador y lo lanzaba como bala en contra del alumno en medio del salón de clases y varias ocasiones descalabró a los estudiantes.

Un profesor del tercer año citaba a las alumnas en su casa donde vivía soltero. Y las manoseaba, sin que tal acción pedagógica significara, como dice el juez Porky, “una intención lasciva”.

El maestro de cuarto año de primaria se sentía boxeador y en el recreo ponía a los niños que se caían mal a pelearse, sin guantes, a madrazo limpio, sin que nadie, ni la directora de la escuela ni otros maestros, detuvieran aquellas acciones gorilescas.

Nunca en la escuela primaria un maestro felicitaba a los niños por un promedio elevado.

 

Tres. El arte de memorizar

 

Hace sesenta años, los profes tenían el mismo sistema de enseñanza que hoy. La excelencia giraba alrededor de un solo hecho: el ejercicio de la memoria. El mejor alumno era quien se aprendía de memoria la clase, las páginas de un libro, el capítulo completo, el libro total.

Y en clase se daba una feroz y atroz competencia para determinar la memoria prodigiosa, aquel que incluso detallaba con exactitud las comas y los puntos y seguidos y los puntos y aparte y las admiraciones.

Incluso, cuando el alumno recitaba en el salón de clases la lección aprendida el profe solía tener el libro en la mano para ir checando si lo recitaba “al pie de la letra”.

Fue aquella enseñanza cien por ciento improductiva como, por desgracia, todavía es hoy con todo y las cacayacas de la revolución educativa y las promesas a futuro (60 años después) de que ahora sí, con la reforma educativa, los sistemas de enseñanza cambiarán por completo.

Se enseñaba, digamos, a memorizar, en una pelea abierta contra el raciocinio, el ejercicio de la inteligencia crítica, el desarrollo del análisis, los pros y los contras, los argumentos y las ideas.

Por eso, y entre otras cositas, Veracruz está en el sótano de la calidad educativa.

Simple y llanamente, porque a nadie ha importado en la historia política local.

Ni a la secretaría de Educación ni a los sindicatos ni a los profesores, con todo y que cada día del maestro (15 de mayo) las partes “se cortan las vestiduras” alardeando del futuro que vendrá… y que nunca llega.

Comentarios

Comentarios

Comentarios

Entradas Relacionadas