Luis Velázquez | El Piñero
26 de agosto de 2021
El martes 24 de agosto, mal fario para la policía de Veracruz. Tres elementos fueron emboscados en la sierra de Zongolica. Carretera de Astacinga a Tlaquilpa. Dos policías asesinados. El tercero, herido, de gravedad.
Fue una emboscada, al mismo estilo cuando la presidenta municipal de Mixtla de Altamirano, con su esposo y un chofer del Ayuntamiento fueron emboscados y ejecutados los tres.
La versión de la emboscada fue la primera. Luego, trascendió que fue un pleito entre policías, caray, vaya forma de convivencia. Cohabitación policiaca, diríamos.
Con todo, la región indígena, “al rojo vivo”. Con los males de la caja de Pandora, incluidas la miseria, la pobreza y la jodidez, germinando en tierra fértil.
A un ladito, en Soledad Atzompa, los indígenas se hicieron justicia “por mano propia” y lincharon a un sexteto de secuestradores de maestros.
Los policías, garantes del orden público, garantes del Estado de Derecho, encargados de la vida y los bienes de la población, acorralados, se ignora si por carteles y cartelitos, malandros y malosos, sicarios y pistoleros, delincuencia común, banditas regionales.
Más, en una demarcación indígena que como en tantas otras y desde tiempo milenario ha florecido la siembra de droga.
En el siglo pasado, por ejemplo, el cronista Gregorio Navarrete Cruz, caminó durante varias semanas en la montaña negra de Zongolica y uno de sus reportajes fue sobre la siembra de droga… que desde entonces.
A unos cuantos kilómetros de Astacinga, el municipio de Ixtaczoquitlán, allí donde cada vez aparecen más cadáveres en fosas clandestinas, el nuevo reino de la desaparición forzada, hija de la alianza de políticos, funcionarios públicos, jefes policiacos, policías y malandros, allí donde fue asesinado el reportero Jacinto Romero Flores y por cuya justicia clama la Unión Europea.
Y es que cuando un policía es asesinado por los malandros, ya en fuego cruzado, ya en una emboscada, ya a traición, son palabras mayores.
Y palabras mayores porque ellos son los custodios de la población. Y si los carteles y cartelitos se meten con ellos, entonces, son calambres canijos a los ciudadanos de a pie y a las familias.
HIJOS HUÉRFANOS, ESPOSAS VIUDAS
El primer paso de los carteles fue, y es, un ajuste de cuentas entre ellos disputando la jugosa plaza Veracruz con tantos negocitos.
Luego, se fueron, y siguen, contra la población civil como estrategia para acalambrar a los ciudadanos, pero también, enviar mensajitos a la autoridad.
Después, arremetieron contra los policías tratando de arrodillar a todos.
Por eso, en la pulseada, la policía necesita revisarse a sí misma para urdir operativos más eficientes y eficaces, porque, y de manera prioritaria, si resulta terrible y espantoso el crimen de un ciudadano que deja en la orfandad a los hijos y parejas viudas, incluso, padres ancianos a la deriva económica y social, la misma tragedia incide con cada policía asesinado.
El número de policías ejecutado en Veracruz irá llegando a unos cuarenta, cincuenta, aprox., únicamente en el tiempo de la 4T.
Y nadie desearía que la estadística de la muerte policiaca siguiera aumentando, porque toda vida humana es invaluable.
Por el contrario, nuevos operativos han de convocarse porque en el otro lado, los malosos tienen mejores armas y con un ejército incalculable de tiradores y operadores.
Tan es así que por aquí un jefe capo es detenido o muere en un fuego cruzado, en automático hay reemplazo.
Y como los carteles están en la rebatinga, entonces, y por lo regular, más crueles, despiadados y bárbaros, duros y rudos, se vuelven contra los policías, y por añadidura, los civiles.
Veracruz, por ejemplo, en el primer lugar nacional en secuestros y extorsiones.
Y del primer lugar en que andaba, de acuerdo con la secretaría de Marina, descendió al quinto lugar nacional en feminicidios.
Los Colectivos siguen descubriendo fosas clandestinas, las más famosas, ahora, en Campo Grande, Ixtaczoquitlán, de igual manera como en el duartazgo estaban en Colinas de Santa Fe, en el puerto jarocho.
ACLARAR PARADAS
Dos familias, con esposas viudas e hijos huérfanos, lloran a par de policías caídos “en el cumplimiento del deber” en la montaña negra de Zongolica.
Y ojalá estén y queden aseguradas, porque de pronto, caray, así nomás, les mataron al jefe de familia, él mismo que llevaba el dinerito para salir cada quincena con el itacate y la torta.
Además, ojalá y también usufructúen las prestaciones de ley tanto sociales y económicas como médicas.
Más, en el tiempo de la Tercera Ola del COVID y la recesión con el quebradero de negocios, comercios, changarros y empresas y su estrago peor, el desempleo galopante.
La autoridad organiza homenaje de cuerpo presente a los policías asesinados. Los honra con discurso patrio. Colocan la bandera nacional sobre sus féretros. Tocan la Diana. Llueven las flores.
Pero…hay asesinos físicos y asesinos intelectuales, y entonces, solo con una cacería de malosos, sospechosos, presuntos homicidas, la secretaría de Seguridad Pública, así sean policías municipales, logrará el respeto.
Pero más aún, enfrentar y confrontar a la delincuencia organizada y común.
Si los días y semanas pasan sin resultados, los malandros “crecerán al castigo”, conscientes y seguros de que “aquí, no pasa nada”.
Par de policías muertos en la sierra de Zongolica arrodilla a cualquier ser humano, pues queda manifiesto que estamos a la deriva, mejor dicho, rebasados.
Y el principio de autoridad ha de mantenerse, “llueve, truene o relampaguee” como dice “El preciso”.