•Un día empiezan a levitar…
Luis Velázquez/ Escenarios
Veracruz.- UNO. Los políticos son dioses
Cierto, hay quienes miran (y admiran) en un presidente municipal, en un gobernador, en el presidente de la república, en los secretarios de Estado y hasta en los legisladores locales y federales, a un dios.
Durante el tiempo de su reinado, dueños del día y de la noche, son los mandameses, como por ejemplo, Odorico Cienfuegos (Jesús Ochoa), el alcalde de Loreto, en la telenovela de Televisa. Casi casi Pedro Páramo, el cacique de Comala, en la novelística de Juan Rulfo. Porfirio Díaz Mori, en las alturas. “Es un prodigio de la naturaleza” le llamó León Tolstoi, el novelista ruso más famoso de la historia.
Pero… la devoción religiosa de llamar dios a un político encumbrado forma parte, digamos, de la cultura en los pueblos del mundo.
Bastaría la siguiente revisadita en la historia a partir, entre otras cositas, de las decenas de nombres, epítetos, adjetivos calificativos, con que la población ha llamado y sigue llamando a los políticos sentados en la silla imperial y faraónica, la silla embrujada del palacio como decía Eufemio Zapata, el hermano menor de Emiliano, pues a todos, decía, enloquece.
DOS. La fuerza de la costumbre
Algunos de los adjetivos calificativos endilgados a los alcaldes, gobernadores y presidentes de la república, anexos y conexos, son los siguientes:
Demiurgo, profeta, el nuevo sol, el mesías, el iluminado, el enviado de Dios, el jefe máximo, el patrón, el patroncito, el tlatoani, el gurú, el tótem, el patriarca, el fetiche, el divino, el excelso, el líder, el hijo de Zeus, el caudillo.
Otros más:
La linterna mágica, el sol, la noche iluminada, la estrella, faro en la oscuridad, el gigante, el Hércules de la política, Superman, hacedor, el supremo, el príncipe, el héroe, amo absoluto, su Alteza Serenísima, Ave César y la esfinge.
Entre tantos otros.
Así, el alcalde, el gobernador y el presidente de la república, anexos y conexos, ya no son llamados como tales, sino con el epíteto más próximo.
Y contra tantos calificativos describiendo el poder omnímodo, nada ni nadie puede luchar.
Digamos, se trata de un fenómeno impetuoso y frenético, imposible de frenar. La fuerza de la historia. La fuerza de la costumbre.
“El gobernador es un dios y actúa como un dios y lo tratan como un dios” dice un morenista convencido de la nueva estrella del canal de las estrellas.
TRES. Los políticos levitan
Un gobernador, por ejemplo, todos los días tiene a su lado a un ejército de placebos, entre otros, secretarios del gabinete legal y ampliado, colaboradores, secretarios particulares y privados, secretarias, ayudantes, escoltas, bufones y diputados locales y federales.
Todos los días, ellos luchan por ganarse un espacio en el corazón del jefe máximo, y por tanto, lo halagan para exaltar su frivolidad y magnificar su poder y soberbia.
Suelen hablar al oído para endulzar su corazón, pero también, para intrigar a los demás y ganarse su voluntad.
Y con tanta miel recibida, incluso, hasta en la intimidad nocturna, el político en la cima pierde la dimensión de la realidad, levita y llega a creerse y sentirse un dios, igual, igualito, que Vespasiano, el César romano descrito por Suetonio.
Y de pronto, se vuelve el señor de señores, el dueño del trono imperial y faraónico. Dios les queda chiquito. Ellos son los dioses.
Durante el tiempo de su reinado público, el político es glorificado y como decía Efrén López Meza cuando fuera ungido presidente municipal de Veracruz, “desde que soy alcalde… las mujeres me sobran”.
Claro, dejó de ser alcalde y las mujeres desaparecieron de su vida…