José Murat
México.- Una buena noticia es que finalmente pudo alcanzarse un acuerdo comercial en el que quedó incluido Canadá, pese a lo que parecía ser ante la opinión pública –las últimas semanas– una tentativa trumpista de usar a México como una suerte de esquirolaje que lo desvirtuara en dos o más convenios bilaterales con la economía más fuerte como la gran beneficiada.
Hay que ver ahora la redacción puntual para saber en qué términos quedó el tema ambiental y el de los recursos para desahogar las controversias, pero lo cierto es que la migración, el libre tránsito de las personas y el respeto a los derechos humanos son las grandes asignaturas pendientes en un instrumento muy lejano de otros esfuerzos de sinergia regional como la Unión Europa, ahí sí más allá del libre comercio de mercancías y con cláusulas muy claras para compensar las asimetrías.
El acuerdo se da a pesar de la cerrazón de la administración trumpista, la más conservadora y proteccionista en la historia moderna de Estados Unidos, un país que históricamente se presentó como el paladín del libre mercado y que ahora dejaba todo el espacio a China, un escenario jamás vislumbrado ni en el amanecer del nuevo siglo.
Parte esencial de la narrativa de la campaña de Donald Trump fue terminar con el TLCAN, al que atribuía la pérdida de millones de empleos para nuestros trabajadores de industrias claves, cuando ha sido el avance tecnológico el que ha obligado a la transferencia de personal en sectores tradicionales, los de las manufacturas, a los segmentos de vanguardia generadores de mayor valor agregado como las nuevas tecnologías de la información.
En el análisis han sido millones los nuevos empleos generados en territorio estadunidense frente a los 700 mil que el representante comercial Robert Lighthizer dice han salido. Al cierre de 2016, situación que no se alteró significativamente el año pasado, las empresas de Estados Unidos empleaban en México a 1.3 millones de personas, según cifras del gobierno de ese país, pero también hubo un gran beneficio para sus habitantes: alrededor de 5 millones de puestos de trabajo estadunidenses dependen, directa o indirectamente, del comercio con México.
Acuerdo trilateral hay, con una nueva denominación, pero habrá que darle seguimiento puntual para evitar que el proteccionismo del gobierno de Estados Unidos lo desvirtúe o lo acote con subterfugios legales o maniobras de facto.
En efecto, Trump recalcó que los aranceles al acero y aluminio de México y Canadá siguen en vigor a la espera de encontrar una alternativa, entre la que mencionó la posibilidad de imponer cuotas.
Ya comentamos en otro espacio que la renegociación debía servir para modernizar ese tratado en un esquema ganar-ganar y no para desnaturalizarlo en beneficio de una de las partes.
Debía servir “para incorporar capítulos abiertos por las nuevas tecnologías de la información, como el comercio electrónico –muy limitado en 1994–, pero no para hacer más grandes los desequilibrios en capítulos sensibles como la agricultura”. Esos aspectos no fueron revisados y sí en cambio se modificó el capítulo de la industria automotriz que puso un techo a las exportaciones de México y Canadá en 2.6 millones de unidades al año.
También, en los aspectos sombríos, figura la renovación cada 16 años con la obligación de revisar sus términos cada seis, lo que no deja de arrojar una sombra de incertidumbre.
La firma servirá para fortalecer la región frente a otros países y bloques económicos, como los de China, el sureste asiático y la Unión Europea para elevar la competitividad de las tres economías nacionales, su crecimiento comercial, la creación de más empleos y la reducción de costos en favor de consumidores.
Eso no significa bajar la guardia frente a quien insiste en imponer aranceles, aun con un acuerdo comercial trilateral ya definido.