Luis Velázquez/ Escenarios
Veracruz.- UNO. Quemaron sus naves en Veracruz
Hacia 1970, unos primos “quemaron sus naves” en el pueblo y migraron a Estados Unidos. Desde entonces, ninguna pista sobre su destino, aun cuando por ahí, de vez en vez, algunos paisanos cuentan que están bien. Pero de ellos, “ni señales de humo”, ni de aquí para allá, ni viceversa.
El hermano mayor, de unos veinte años, fue el primero en migrar. Se fue en compañía de unos paisanos. Todos, sin papeles. Todos, cruzando el río Bravo, como era habitual en aquel entonces, tiempo, por ejemplo, de aquella gran película de Ignacio López Tarso como migrante perecido en el desierto con su esposa y un matrimonio amigo y quienes, incluso, en la locura y la desesperación, se fueron matando entre ellos.
El primo se empleó igual que la mayoría de compatriotas en el país vecino. Jornalero en un rancho de Texas. Albañil, pintor, mesero, ayudante de. En el caso, campesino en el pueblo, campesino en Estados Unidos.
Y según contaban sus dos hermanos le iba bien. Le cayó mejor al patrón dada su competitividad y su energía de vida.
Pero más aún, y como intituló Luis Spota a una de sus novelas, “las muchas cornadas que el hambre da”.
Luego, jaló a uno de sus hermanos, y después al otro, y más tarde, los hermanos jalaron a sus padres.
En el pueblo sólo quedaron otros primos y el resto de la familia, pero ellos nunca han vuelto, ni siquiera, vaya, el fin de año, como es habitual.
Un paisano dice que se fueron traumados por el desempleo, el subempleo y los salarios de hambre y ningún caso tenía regresar al infierno. Mejor allá, en la tierra prometida.
DOS. Un patrón generoso
El patrón fue generoso con ellos. Los tres primos, por ejemplo, legalizaron su situación y nacionalizaron.
Luego, se casaron con unas centroamericanas conocidas en el campo agrícola.
Entonces, tuvieron sus hijos y los hijos son ciudadanos de Estados Unidos y estudian.
Años después, los dos padres murieron según cuentan los paisanos y allá fueron sepultados.
Incluso, en el pueblito rural donde viven los tres hermanos tienen sus casitas y siguen trabajando con el mismo patrón, ya grande de edad, el rancho a cargo de los hijos.
Pero por alguna razón, además de las cornadas del hambre, quizá familiares, nada quieren saber de los parientes en el otro lado del charco, aquí, en Veracruz.
Desde luego, son las historias que suelen darse por lo regular, como dice el viejito del pueblo, “entre las mejores familias”.
En la niñez, los primos, por ejemplo, somos los grandes amigos, pero luego, la vida solita va distanciando, y de pronto, cada quien por su lado, como unos extraños, y con frecuencia, “entre más lejos, mejor”.
La desintegración familiar, en su más alta dimensión estelar, aun cuando en ocasiones se llega al resentimiento y el odio.
Y más, cuando por ejemplo se atraviesan las pasiones sociales, económicas y hasta políticas.
Nada de extraño, pues, con los primos en EU, pero al mismo tiempo, duele porque se trata de la misma sangre.
Cosas verás, mi querido Cid, dijo aquel.
TRES. Pueblo de migrantes
Los primos cortaron toda comunicación con los parientes y a nadie ayudaron para abrir la posibilidad de un mundo mejor en aquel lado.
Otros paisanos también se fueron convirtiendo el pueblo en un pueblo de migrantes, como nunca antes en la historia local.
Pero cada paisano por su lado y sólo allá, de vez en vez, por un milagro se han topado con otros paisanos, sin que nadie se apoyara entre sí.
Según parece, sólo hay una paisana residente en Carolina, uno de los puntos finales de los mexicanos, cien por ciento generosa, que siempre está atenta y ha abierto la puerta a un montón.
Incluso, ella misma, dueña de un restaurante, hasta los contrata y/o, si tiene agotadas las vacantes, les contacta con sus colegas.
Pero de los primos, nada de nada.
En todo caso, es la ley general en la selva tan bárbara y ruda en que suele convertirse la vida.
Lo bueno es que están bien, todo indica.
CUATRO. Rudeza de la vida
Hay estadísticas inciertas sobre la migración de Veracruz en EU.
Un investigador de la Universidad Veracruzana dice que son, aprox., un millón de jarochos.
En la secretaría General de Gobierno, a cargo de la política migrante, dicen que son apenas unos cuatrocientos mil.
Sea como sea, si son 400 mil, caray, son demasiados y expresa con rudeza la dureza de la vida cotidiana, pero más todavía, manifiesta el fracaso de la política económica, incapaz de alentar la creación de empleos pagados con justicia social y con las prestaciones sociales, económicas y médicas establecidas en la Ley Federal del Trabajo.
Pero de igual manera, la incapacidad empresarial (también podría llamarse negligencia e indiferencia) para que los trabajadores vayan creando antigüedad de cara a la pensión luego de treinta años de servicio.
Y si la migración inició con Porfirio Díaz Mori, hacia finales de 1800, cuando construyeran la red ferroviaria en la frontera norte tanto del lado de EU como del país, todavía hoy predomina, agravada, y lo peor, imparable, sin ninguna posibilidad de arraigar a la población nacional en sus pueblos de origen.
La historia de los primos es exitosa, pues el río Bravo y el desierto están llenos de vidas fallidas, además de que el índice de repatriación, más ahora con Donald Trump, alcanza dimensiones insospechadas.
Además de que vivir sin papeles en EU significa el peor infierno.