Redacción El Piñero
México.- Nuevamente, la serpenteante cinta asfáltica de la autopista México-Puebla se tiñó de violencia, como si el caos fuera un actor recurrente en su escenario implacable. El día, con su sol radiante, no fue suficiente para disuadir a una célula delincuencial que desató un pandemonio a plena luz del día, marcando otro capítulo en la crónica negra de las carreteras mexicanas.
El protagonista involuntario de esta narrativa, un trailero anónimo, se vio atrapado en una danza mortal cuando una camioneta con batea de color negro se erigió como un telón oscuro en su camino, desencadenando un espectáculo de terror en el tramo a la altura de Río Frío, con destino a Puebla.
A punta de pistola, los delincuentes abordaron el escenario, con sus rostros velados por la oscuridad de la moral perdida. Como el narrador omnisciente de esta tragedia, las cámaras registraron la escena mientras los disparos perforaban el aire, como si la propia carretera se estremeciera ante la violencia que se avecinaba.
El intrépido conductor, frente a la encrucijada de la muerte o la sumisión, reveló que su carga era un tesoro peculiar: medicamentos. ¿Ibuprofeno o metáfora? La respuesta quedó suspendida en el aire enrarecido por el miedo.
Los tres protagonistas de esta macabra fábula, en una coreografía siniestra, ascendieron al santuario móvil del trailero. Dos de ellos portaban armas, rostros en sombras que se entrelazaban con la paranoia del conductor. El tercero, sin velar su identidad, se convirtió en el director de escena, orquestando el caos con la precisión de un maestro criminal.
La cabina del trailer se convirtió en un confesionario de amenazas y preguntas impregnadas de violencia. Mientras la carretera se extendía como un testigo mudo, el chofer, con manos alzadas como plegarias desesperadas, sufrió la furia de un asalto despiadado.
En un acto de brutalidad, el regidor de la violencia, aquel que no ocultaba su rostro, se abalanzó sobre el conductor. Los golpes resonaron en la cabina, una sinfonía desgarradora que se mezclaba con el rugir de los motores.
El trailero, más testigo que participante en su propio drama, recibió amenazas de muerte mientras el aroma metálico de una pistola recargada flotaba en el aire enrarecido. Un diálogo tenso entre la vida y la muerte se desenvolvía a cada kilómetro recorrido.
Como si fueran actores siguiendo un guion macabro, los criminales realizaron una llamada telefónica. Alguien, un director invisible, les instó a abandonar su improvisada tarima rodante. El telón se cerró, pero la autopista guardó los ecos de la tragedia, susurrando historias de violencia en el asfalto caliente.
Y así, la autopista México-Puebla, testigo silente de crónicas indeseadas, continuó su serpenteante camino, marcada por la sombra de un asalto que dejó cicatrices en la memoria de aquel trailero que, por un instante, fue protagonista de una película que nunca quiso protagonizar.