El profesor Jorge Sánchez Flores fue asesinado a balazos el 22 de agosto de 2017 en la Ciudad de México. En los videos que constan en la averiguación se observa a tres sujetos a bordo de una motocicleta que forcejean con él y le disparaban para quitarle un maletín que contenía dos laptops.
Jorge, de 53 años de edad, era maestro de Matemáticas. Tenía 30 años de carrera como catedrático, y daba clases en la Preparatoria 2 de la Universidad Nacional Autónoma de México y en el Colegio de Bachilleres plantel 2. Su asesinato es una muestra más de la incapacidad mostrada por la Procuraduría General de Justicia capitalina para investigar y resolver crímenes, aún cuando la CdMx es la urbe con más cámaras instaladas en sus calles.
Por ejemplo, en la carpeta de investigación del caso del profesor Sánchez (actualizada al 5 de septiembre de 2017, que consta de 426 hojas) no existe ningún oficio, dirigido al C2 Centro, con el que se le soliciten todas las grabaciones para seguir la ruta de los asesinos. La única persona que tuvo acceso a los videos de ambos centros de monitoreo –como consta en la averiguación– fue Alberto Botello Aguirre, agente de la policía de investigación, adscrito al sector GAM 3, quien acudió a las instalaciones del C5, en donde vio las grabaciones de 11 cámaras (tanto del C2 Norte como del C2 Centro) y siguió la ruta de escape de los presuntos responsables, que se inició a las 22:02:55, en el cruce de Congreso de la Unión y la calle Cobre, y terminó a las 22:06:09 horas, cuando la cámara instalada en el cruce de Toltecas y Granada, captó cómo se adentraron en una vecindad, ubicada en la calle Granada 102, y salieron del otro lado, por Constancia 78 bis, en la colonia Morelos.
Pero nadie los siguió. A los sujetos les bastaron 3 minutos 14 segundos para huir.
Erick Baena Crespo
Ciudad de México (SinEmbargo).– Angélica Arabedo atesora en su teléfono el último mensaje que le envío su esposo. “Te amo. Se me hará una eternidad tu regreso”, le escribió Jorge Sánchez Flores, profesor de Matemáticas. Angélica se ausentaría unos días debido a su trabajo al cuidado de personas de la tercera edad. Llevaban 28 años viviendo en unión libre, tiempo en el que criaron a tres hijos: Jorge Eduardo, de 27, Helena, de 24, y Jorge Alberto, de 18.
El profesor Sánchez Flores, habituado a lidiar con ecuaciones, le hablaba a su esposa, en ese último SMS, de algo tan indeterminado como la eternidad. Y que le escribiera ese tipo de mensajes era algo reciente. En los primeros 20 años de su vida juntos nunca le había dicho, ni siquiera escrito, las palabras “te quiero”, “te extraño”, “te amo”. Pero en los últimos años, confiesa Angélica, se había ablandado.
Así transcurría su vida juntos hasta que se les cruzó una fecha fatídica: el 22 de agosto de 2017. Ese día, el profesor Sánchez fue asesinado, a sus 53 años, en un asalto ocurrido en las calles de la Ciudad de México.
Y la eternidad se materializó. “Regresé a casa y ya no volví a verlo”, dice Angélica, con un hilo de voz.
A partir de ese día empezó el viacrucis de la familia Sánchez Arabedo por los laberintos kafkianos de la justicia capitalina.
Jorge Eduardo, el hijo mayor del profesor Sánchez, recuerda ese día como una pesadilla de la que no puede despertar. Junto a su hermano, Jorge Alberto, habitaba uno de los departamentos del Residencial del Bosque, ubicado en la calle Cobre 193, colonia Popular Rastro, propiedad de sus padres. El 22 de agosto, en la tarde, preparó comida, pues era habitual que su padre los visitara.
“Nos cansamos, nos dio sueño, nos quedamos dormidos”, dice Jorge Eduardo, como si se lo reprochara a sí mismo.
A las 21:46 horas sonó su teléfono celular. Jorge Eduardo lo escuchó entresueños. El timbre, insistente, al fin lo despertó. Se despabiló y alcanzó a contestar. Era su padre.
–Acabo de comprar algo de despensa para ustedes, hijo. No seas malo, me siento muy cansado, ¿me echas una mano? –le dijo, con voz débil, el profesor Sánchez.
–Sí, pa’, ahí voy –respondió Jorge Eduardo, con la bruma del sueño nublándole la vista.
Tardó menos de cinco minutos en vestirse. Salió de su departamento, apretó el botón del elevador y, mientras descendía, escuchó una ráfaga de disparos.
Al salir, asustado, vio a varias personas que corrían hacia el interior del edificio, como si huyeran de algo. Avanzó hacia la salida. Sus ojos se cruzaron con los ojos de sus vecinos, quienes le devolvían la mirada con gestos de incredulidad, de pasmo, de horror.
“Mi papá era muy curioso, así que esperaba encontrármelo ahí, entre la gente”. Y lo encontró.
“Me metí a la bola y vi a mi papá tirado en el piso”, suelta Jorge Eduardo. La voz se le quiebra, no logra contener el llanto, que irrumpe bruscamente. Después de unos segundos se recupera, respira hondo.
“Traté de ver de dónde sangraba, pues estaba en medio de un charco de sangre. Le hablé, pero él solo se quejaba”.
–¡Llamen una ambulancia! –les gritó Jorge Eduardo a los curiosos, que parecían pasmados, seducidos por el morbo. David Guerra Velázquez, policía preventivo, se acercó a Jorge Eduardo:
–Ya le hablamos, pero no viene –le informó.
“¡Llévatelo al hospital o se va a morir!”, le advirtió a Jorge Eduardo una vecina. Jorge Eduardo corrió hacia el estacionamiento subterráneo del Residencial del Bosque y sacó su auto. Los curiosos le abrieron paso.
“Los policías me ayudaron a meter a mi papá al asiento trasero –relata–. Y me di cuenta que seguía consciente”.
Guerra Velázquez le advirtió antes de arrancar:
–No te vayas a Balbuena, estamos pidiendo la atención de ahí y nos dicen que están saturados. Te vamos a guiar a Magdalena de las Salinas. Y agregó: “Yo manejo”. Jorge Eduardo accedió y se pasó al asiento del copiloto.
Arrancaron a toda velocidad. Dos patrullas los escoltaron para liberar el tránsito. Jorge Eduardo iba con una mano asida al cinturón de su padre y la otra pegada al tablero.
Llegaron al Hospital de Traumatología “Dr. Victorio de la Fuente Narváez” (antes Magdalena de las Salinas), se estacionaron en la puerta de urgencias y un guardia de seguridad privada les negó el acceso.
Guerra Velázquez descendió del vehículo, se acercó al agente y le explicó la situación. El guardia accedió a abrirles la puerta, no sin antes advertirles que eso estaba prohibido.
Jorge Eduardo estacionó el auto, pidió ayuda a gritos y, ante la demora del personal médico, bajó a su padre con ayuda de los policías preventivos que lo habían escoltado. Minutos después aparecieron los camilleros.
Luego sucedió lo rutinario, que Jorge Eduardo recuerda como escenas absurdas de una pesadilla, sin lógica ni orden: lo entrevistaron las personas del área de trabajo social, después los doctores salieron a darle el parte médico y le dijeron que su padre llegó sin signos vitales, que no pudieron salvarlo. Lo llevaron a la cama en la que reposaba el cuerpo de su padre, le mostraron los impactos de bala y, por último, le dijeron que rindiera su declaración ante el Ministerio Público.
Lo último que vio fue a un médico cerrándole los ojos al cuerpo inerte de su padre.
Las cámaras del Residencial del Parque, que se ubica en una calle dividida por un camellón, captaron los hechos del 22 de agosto de 2017. En el video se aprecia al profesor Sánchez frente a la cajuela de su vehículo, estacionado a un costado del camellón. A las 21 horas con 59 minutos tres sujetos que portan casco, a bordo de una motocicleta, se detienen junto al profesor Sánchez y tratan de despojarlo de un maletín. El profesor Sánchez forcejea con uno de ellos hasta que otro de los individuos saca un arma y le dispara en cuatro ocasiones. Los individuos lograr llevarse el maletín, que contenía dos laptops.
No obstante, esas no fueran las únicas cámaras que grabaron a los presuntos responsables.
Alrededor de las 22 horas de ese mismo día los policías preventivos Juan Carlos Piedras e Ismael Contreras, a bordo de la patrulla con placas MX408N1, perteneciente al sector Consulado, recibieron la orden del C2 Norte de trasladarse a la calle de Cobre 193, en donde se reportaba un lesionado por arma de fuego.
Ese dato, extraído de las declaraciones de los elementos de la SSP, consignado en la carpeta de investigación, iniciada por el delito de homicidio doloso, confirma las sospechas de la familia: los sujetos fueron captados en flagrancia y no se realizó un operativo para su detención, como señala la fracción VI del artículo 15 de la Ley que Regula el Uso de la Tecnología para la Seguridad Pública del DF: “Reacción inmediata, preferentemente a través de los procedimientos que se establezcan en la Secretaría, para actuar, de forma pronta y eficaz, en los casos en que, a través de la información obtenida con equipos y sistemas tecnológicos, se aprecie la comisión de un delito o infracción administrativa y se esté en posibilidad jurídica y material de asegurar al probable responsable, de conformidad con la Ley que regula el Uso de la Fuerza de los Cuerpos de Seguridad Pública del Distrito Federal”.
Lo anterior sumado a lo que el policía preventivo, David Guerra Velázquez, el mismo que lo había acompañado al hospital, le soltó a Jorge Eduardo momentos después de la muerte de su padre:
–Con el seguimiento de las cámaras nos reportaron que se metieron a una vecindad de Tepito.
–Y si es así, ¿cómo es posible que no los agarraron? –le refutó Jorge.
–Es que la vecindad tiene tres salidas. Todavía no sabemos si se salieron o se quedaron ahí –se excusó.
“No entiendo cómo es posible que las cámaras de la ciudad los captaron, en tiempo real, y no hayan hecho, al menos, el intento de detenerlos”, dice Helena, la hija menor del profesor Sánchez, en un tono que oscila entre el enojo y la tristeza.
El subprocurador de Averiguaciones Previas Desconcentradas de la Procuraduría General de Justicia de la CdMx, Guillermo Terán Pulido, le dijo a la familia que los sujetos esquivaron los arcos detectores, los cuales leen, a través de un sensor, las placas de los vehículos que pasan debajo de ellos. Y alegó que, a través de los videos, no se alcanzaban a ver las placas.
“Aunque nunca nos mostró una secuencia completa del seguimiento. Sólo nos enseñó imágenes que él capturó con su teléfono”, denuncia Jorge Eduardo.
La Fiscalía Desconcentrada en Venustiano Carranza solicitó al Centro de Comando y Control C2 Norte, mediante un oficio girado el 24 de agosto de 2017, las grabaciones captadas el 22 de agosto de 2017, de las 22:00 a las 22:30 horas, por 17 cámaras, las cuales abarcan un radio aproximado de 750 metros.
Tras aclarar que la cámara, ubicada en Eje 2 Norte y Orfebrería, no pertenecía a dicho centro de monitoreo (porque se encarga de vigilar las delegaciones Gustavo A. Madero, Iztacalco y Venustiano Carranza), el C2 Norte entregó los videos, en dos DVDs, de 12 de las 17 cámaras solicitadas. Las seis grabaciones restantes, por la zona en la que se ubican las cámaras, pertenecen al C2 Centro.
En la carpeta de investigación (actualizada al 5 de septiembre de 2017, que consta de 426 hojas) no existe ningún oficio, dirigido al C2 Centro, mediante el cual se le soliciten el resto de las grabaciones. La única persona que tuvo acceso a los videos de ambos centros de monitoreo –como consta en la averiguación– fue Alberto Botello Aguirre, agente de la policía de investigación, adscrito al sector GAM 3, quien acudió a las instalaciones del C5, en donde vio las grabaciones de 11 cámaras (tanto del C2 Norte como del C2 Centro) y siguió la ruta de escape de los presuntos responsables, que se inició a las 22:02:55, en el cruce de Congreso de la Unión y la calle Cobre, y terminó a las 22:06:09 horas, cuando la cámara instalada en el cruce de Toltecas y Granada, captó cómo se adentraron en una vecindad, ubicada en la calle Granada 102, y salieron del otro lado, por Constancia 78 bis, en la colonia Morelos. A los sujetos les bastaron 3 minutos 14 segundos para huir.
Botello Aguirre, afirma la familia, les dijo que los presuntos responsables del asesinato del profesor Sánchez, horas antes, a plena luz del día, asaltaron a una mujer en la Viga. Y les dijo, también, que los tenían identificados.
Con esa información, la familia se presentó ante el Fiscal desconcentrado de Investigación en Venustiano Carranza, Luis Rodríguez Camacho, a quien encararon. Él negó que dicha información fuese verídica.
El día de mañana, cuando despiertes, tres personas habrán sido asesinadas en la Ciudad de México. De acuerdo al Observatorio Nacional Ciudadano (ONC), cada 21 minutos con 7 segundos, se inicia una carpeta de investigación por homicidio doloso a nivel nacional.
El caso de profesor Sánchez fue uno de los 29 mil 168 homicidios registrados en todo el país en 2017. Y adentrarse en la carpeta de investigación que se abrió por su homicidio es meter los pies en un terreno pantanoso.
Debido a que los hechos ocurrieron en la Delegación Venustiano Carranza, pero declararon fallecido al profesor Jorge Sánchez en el Hospital de Traumatología “Dr. Victorio de la Fuente Narváez”, ubicado en la delegación Gustavo A. Madero, se abrieron dos carpetas de investigación. La carpeta de investigación No.CI–FVC/VC–1/UI–1 S/D/00988/08–2017, iniciada por el delito de lesiones dolosas de arma de fuego en Venustiano Carranza, fue remitida a la Fiscalía Desconcentrada en Investigación en Gustavo A. Madero, en donde se abrió con el No.CI–FGAM/GAM–3/UI–2S/D/02142/08–2017.
A juicio de la familia, la demora en la unificación de las carpetas entorpeció los avances de la investigación. Tres fiscales, en un año, se han hecho cargo del caso.
Marco Enrique Reyes, subprocurador de Averiguaciones Previas Centrales, declaró en conferencia de prensa, efectuada el 24 de agosto de 2017: “Hay una intervención relativa al levantamiento de indicios que es importante de la Fiscalía Desconcentrada y de inmediato se tiene que pasar a la Fiscalía de Homicidios”. Pero eso no ocurrió así. El 5 de enero de 2018 la familia se enteró, por casualidad, al solicitar vía telefónica los avances en la investigación, que desde el 15 de diciembre de 2017 la carpeta fue enviada a la Fiscalía de Homicidios. Y nadie se los había notificado.
Por esa razón, la familia decidió investigar por cuenta propia. El día de la muerte del profesor Sánchez, las autoridades le entregaron el teléfono celular de su esposo a Angélica, quien –ese mismo día– lo resguardó en una caja fuerte. Uno de los hijos del profesor Sánchez recordó que su padre tenía enlazado su teléfono celular con una de las laptops, con el fin de realizar llamadas desde su computadora. Así obtuvieron la sábana de llamadas del número del profesor Sánchez. Y se alarmaron con sus hallazgos:
Días después del asesinato del profesor se realizó una decena de llamadas a números que la familia no reconoce, entre el 23 de agosto y el 9 de septiembre de 2017.
“Le dije al Fiscal de Venustiano Carranza que cómo era posible que, con el teléfono en mi poder, alguien estuviera realizando llamadas desde el número de mi esposo”, cuenta Angélica. Y lo que obtuvo de respuesta fue una llamada de atención.
“Me dijo que estaba incurriendo en un ilícito por haber obtenido la sábana”, dice Angélica, incrédula.
La familia les solicitó a las autoridades que se valieran de la geolocalización para ubicar las laptops del profesor Sánchez. A lo que les respondieron que eso no fue posible debido a que la tienda departamental en la que fue adquirida la computadora se negó a proporcionar el registro, con lo cual la policía cibernética no pudo rastrear el equipo.
La familia Sánchez Arabedo no sabe a qué atribuir el estancamiento de las investigaciones.
¿Una mezcla de ineptitud, ineficacia e impunidad?, se preguntan. Y las cifras les dan la razón: De acuerdo a la investigación Impunidad frente al homicidio doloso, de Guillermo Raúl Zepeda Lecuona y Paola Guadalupe Jiménez Rodríguez, elaborada en colaboración entre las asociaciones Impunidad Cero y Jurimetría, Iniciativas para el Estado de Derecho A.C, la impunidad nacional para el delito de homicidio doloso (considerando las sentencias tanto absolutorias como condenatorias), durante 2014, fue de 75.6%. Por cada 5 homicidios en el país, solo se sancionó 1. “En casi 20 años –refieren los autores- el país no ha logrado mejorar las cifras de impunidad, ya que los datos de 1997 y 2014 son muy similares: 78.2% y 78.6%, respectivamente”.
El certificado médico, incluido en la necropsia de Ley realizada al profesor Sánchez, arroja una descripción fría: “Un hombre de 1.90 metros, de cabello entrecano, frente amplia y cejas pobladas”. Una silueta con trazo burdo. En cambio, la familia retrata, de cuerpo entero, con apenas unas pinceladas, al profesor Sánchez:
“Era un hombre estricto, de carácter fuerte, que nunca tomó ni fumó en su vida”, dice Angélica. El profesor Jorge Sánchez nació el 23 de abril de 1964. Era Ingeniero Electricista. Llevaba 30 años de carrera como catedrático. Impartía clases en la Preparatoria 2 y en el Colegio de Bachilleres, plantel 2.
La familia lo describe como un hombre perfeccionista, que elaboraba una especie de manual a la medida de sus alumnos. Esa labor le robaba horas al sueño: en ocasiones solo dormía 3 horas al día.
“Tenía seis grupos asignados en la mañana y seis grupos en la tarde. A cada uno le hacía su libro personalizado. Era un trabajo tremendo”, dice Angélica.
Jorge Alberto, el hijo menor de la familia Sánchez Arabedo, afirma que su padre era un hombre serio, sí, pero bastante paciente con él. “Nos poníamos a estudiar juntos y ese era nuestro pasatiempo”.
Jorge Alberto estudia en una de las escuelas en la que su padre era profesor. Un día entró a una de sus clases y quedó sorprendido:
“Llenaba los pizarrones, los atiborradas de datos, formulas, números. Y me sorprendió ver que no solo era paciente conmigo, sino también con sus alumnos”, cuenta.
Jorge Eduardo interviene: “Como mi papá era medio huraño, no creíamos que era tan querido en las escuelas, como lo constatamos en el funeral”.
A las exequias del profesor Sánchez acudieron vecinos, alumnos y colegas, quienes hicieron una recaudación para apoyar a la familia con los gastos funerarios.
–¿Ese carácter fuerte, del que me hablan, creen que fue la causa de que se resistiera al asalto? –les pregunto. Angélica responde:
–Por supuesto que sí, pero no se resistió porque le importara el valor de las computadoras, sino lo que contenían, lo más valioso para él: su trabajo.
El homicidio del profesor Sánchez ocurrió cuatro días antes del cumpleaños de Angélica. En los últimos años, cuando se acercaba la fecha, el profesor Sánchez le preguntaba:
–¿Qué quieres de regalo?
Y ella respondía siempre lo mismo.
–¡Que te quedes a dormir conmigo todo el día!
Y él respondía siempre que sí, que solicitaría un día a cuenta de vacaciones. Pero sus obligaciones, en ocasiones, arruinaban los planes de la pareja.
Días antes de su homicidio, el profesor Sánchez le dijo a su esposa, con toda la seguridad del mundo, que ahora sí cumpliría su promesa.
–¿Recuerda qué le dijo la última vez que lo vio?
Angélica suspira, tan hondo que parece una eternidad.
–Sí.
Agacha la mirada, entrecruza los dedos. Y luego se desvía de la pregunta:
–Creo que yo era muy empalagosa. A pesar de que llevábamos 28 años juntos, a mí me gustaba mucho estar con él, abrazarlo, besarlo y dormirme casi encima de él… Lo amaba mucho.
Angélica se queda callada. Sus ojos se humedecen. No agrega nada más. No insisto porque el silencio, en ocasiones, es más rotundo que cualquier respuesta.
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