Luis Velázquez | Expediente 2021
10 de julio de 2021
López Obrador bautizó su rancho en Chiapas con el sabroso nombre de “La Chingada”. Incluso, ha dicho, juguetón quizá, que cuando termine la presidencia de la república, y sin caer, claro, en la tentación reelectora de Benito Juárez, se irá a “La Chingada”.
El nombrecito expresa el sentido del humor, la ironía, el pitorreo, el buen ánimo obradorista.
En una película, La generala o La cucaracha, María Félix, la gran diva internacional, lanza la siguiente frase bíblica:
“¡Hijos de la tiznada!”… en vez de la otra más célebre, sonante y resonante de “¡Hijos de la chingada!”.
Luego de su peripecia en Estados Unidos, donde fue correteado por la policía migratoria, Héctor Suárez en el filme “Mil Usos”, pone los pies en el puente internacional de Ciudad Juárez en el lado de México, voltea a EU y les mienta la madre y lanza el bombardeo nuclear con la frasecita de “¡Váyanse a la chingada!” .
El abuelo, campesino toda la vida, solía mandar “a la chingada” a sus hijos cuando se enojaba. Uno de ellos preguntó:
“¿Dónde está la chingada, papá?”.
Bastó para que el abuelo dejara de andarse con improperios, digamos, aun cuando mandar a la chingada es, digamos, como el segundo himno nacional.
En la carretera a la Cuenca del Papaloapan, parece que a la altura de las oficinas de Campo Cotaxtla, un hombre bautizó su rancho con el nombre de: “Tu madre”.
Y el dueño del rancho de enfrente le reviró así: “La tuya”.
De hecho y derecho, tal cual lo estaba enviando a la chingada.
“A la chingada” solemos exclamar en el país cuando estamos hasta la coronilla de una persona o de un asuntito o de las dos cosas.
Con unas copitas, Agustín Lara, tan fino, tan delicado, tan respetuoso, definido y con gusto como un cursi, mandaba a la chingada hasta su hermano putativo, Pedro Vargas.
Incluso, en películas con Luis Aguilar se le sale la palabrota o palabreja o himno nacional, como se guste, y lo envía a tal lugar misterioso y mágico de la vida.
“¡A la chingada, todos!” exclamó Isela Vega en un debut en Chiapas y en donde los espectadores se arremolinaban llenos de deseo y lujuria y treparon al escenario y se le fueron encima y la encueraron y solo la dejaron con las botas y la policía la rescató a tiempo.
“¡Puta! ¡Cabrona!”, gritaba la plebe según sabrosísima crónica de Carlos Monsiváis, incluida en el libro “Amor perdido” y cuyo título, háganos favor, es el siguiente:
“¡Viva México, hijos de la decencia!”.
Decente López Obrador bautizando su ranchito como “La Chingada”, casi casi como la canción de “Vamos a Tabasco que Tabasco es un Edén”.
Vámonos, pues, todos (si gustan) a la chingada y/o a “La Chingada”, el edén chiapaneco, que a mejores lugares nos han invitado como dice el erudito.
“ERES UN CHINGONAZO, MI AMOR”
En la historia de las malas palabras, escribió Carlos Monsiváis, la primera en crearse, la campeona entre las campeonas, fue “¡Vete a la chingada”, aun cuando también derivó en “¡Me lleva la chingada”.
Luego, apareció en el México colonial la palabra cabrón. “¡Eres un cabrón!” se decían los léperos, aun cuando la palabrita se ganó el trato familiar y amistoso, pues se lo decían de cariñito.
La tercera palabra chingona en el diccionario popular fue pendejo y definía al hombre que se dejaba engañar por su mujer.
“¡Eres un pendejo!” le decían al Sancho Panza.
Escribió Octavio Paz en el libro clásico, “El laberinto de la soledad”:
“¿Quién es la Chingada? Ante todo, es la Madre. No una Madre de carne y hueso, sino una figura mítica.
La Chingada es la Madre abierta, violada o burlada por la fuerza.
‘El hijo de la chingada’ es el engendro de la violación, del rapto y de la burla.
Una frase nos viene a la boca cuando la cólera, la alegría o el entusiasmo nos llevan a exaltar nuestra condición de mexicanos: Viva México, hijos de la Chingada…”.
Nadie en el cine mexicano refrescó tanto la chingada como Isela Vega y María Félix. Ni siquiera, vaya, Irma Serrano o Carmen Salinas, tan lépera o, mejor dicho, tan alburera.
Por lo pronto, se ignora si López Obrador bautizó su rancho con el nombre de “La chingada” como una especie de albur.
En el partido Podemos, en Veracruz, Gonzalo Morgado Huesca y Francisco Garrido adoptaron el siguiente eslogan como emblema:
“Veracruz… un chingón”.
Pero tan chingón, tan chingón, tan chingón… que hasta el registro perdieron o están a punto de perder.
Ninguna frase bíblica endulza más los oídos y los corazones de los políticos encumbrados cuando una de sus barbies, amadas amantes, les dice en la madrugada tibia, encendida y volcánica:
“¡Eres un chingonazo, mi amor!”…
Luego del rancho “La Chingada”, bien valdría la pena formar el Partido Político de Los Chingones, de igual manera con el siglo pasado formaron uno con las siglas del PUP. Partido Único de Pendejos.