Por Luis Fernando Paredes Porras
Oaxaca.- La mañana del sábado 9 de noviembre, en San Pablo Guelatao, Oaxaca, me sentía entero, preparado mentalmente (más que físicamente), por ello valoraba poder terminar el camino de Benito, solo 43 kilómetros entre cerros, “pianpianito”, pasito a pasito, un poco más de cien mil, y al final, al llegar a Oaxaca, poder expresar que, ese camino: “me hizo lo que el viento a Juárez”.
Moverse, por el gusto de poder hacerlo, por la necesidad de hacerlo. Moverse con ego, sin él y pese a él. Moverse, como el proceso para llegar cansado al lugar más cercano (uno mismo). Moverse como acto de resistencia al deterioro del cuerpo. Moverse caminando, como Benito Juárez en su infancia en su deseo de hacer crecer su mente y cumplir la misión de su alma.
Mo-verse para “verse” en el espejo del esfuerzo compartido, ese que respira el mismo aire montañoso, pero no a todos, queda claro, les hace lo mismo el viento…incluyendo a Benita.
15 días antes recibí la invitación de Prisca Gómez Oseguera a caminar por la ruta que Benito Juárez hizo en su infancia para llegar de su pueblo natal a la ciudad de Oaxaca, trazado sobre los antiguos caminos reales, que van de San Pablo Guelatao a San Juan Chicomezúchil, de ahí a Santa Catarina Ixtepeji y finalmente a Tlalixtac de Cabrera; un camino con un poco más de 43 kilómetros entre parajes de la sierra Juárez, que costó más de 180 millones de pesos, construidos por habitantes de la sierra con dinero federal asignado por el INPI y administrado por las comunidades.
Gustoso acepté la invitación que Prisca hizo a los integrantes del club de senderismo “Rumbo al Cofre”. Ella junto con su hermana Doris y su sobrina Alondra, valientemente hicieron el recorrido en mayo de este año, cuando el camino no estaba terminado y gracias a su valor, su gentil gestión y liderazgo pudimos hacer el recorrido el 9 y 10 de noviembre del 2024. Sí, era una invitación a la chinga, 43 kilómetros a caminar en dos días por el simple gusto de poder hacerlo.
La idea me entusiasmó por sus variados beneficios y acudí a mi amigo Hugo Lino y a la Ingeniera Lucina Martínez del INPI nacional y regional. Con la información recabada Prisca organizó las salidas, las llegadas, comidas y regresos. Pero no consideró, no había manera de hacerlo, la presencia de Benita.
El miércoles previó a la salida, el médico Pavel, preciado amigo, diagnóstico influenza tipo “a” en mi hijo, situación que se vivió entre sus compañeros de grupo. Pero el sábado me sentía entero, mentalizado y animado, y así emprendimos el camino desde la laguna de San Pablo Guelatao. Para llegar a este lugar montañoso desde Tuxtepec son aproximadamente unas 4 horas por carretera en servicio público. Aquí vale un comentario respecto a ese viaje por carretera.
Moverse por la sierra Juárez resulta, para quienes vivimos en Tuxtepec, un reto, una pesadilla o una hermosa aventura complicada, en ocasiones todo ello junto o intensamente separados. La región de la cuenca del Papaloapan a donde pertenece Tuxtepec, se une a la región de Valles Centrales a través de la carretera federal 175, la cual hay que recorrer en un tiempo entre 5 y 7 horas para sus 260 kilómetros en promedio. Con sus dos carriles, sus elevaciones, descensos y curvas pronunciadas, deslaves, derrumbes y baja visibilidad por la vegetación o neblina, de un clima tropical al frío de la montaña, de los 20 metros sobre el nivel del mar a los 2800 en su parte más alta, se logra atravesarla siempre, mediante una chinga. Chinga de ida y chinga de vuelta.
Ya el poeta Felipe Matías Velasco sintetizó como nadie las experiencias que siempre se han experimentado, ya en carreta o en los automotores de hoy día, a través de sus versos que se han hecho famosos a nivel mundial y que, hay que reiterarlo, son de la autoría de Felipe Matías Velasco:
Buenas tardes Oaxaca,
acabamos de llegar,
medio viaje fue subir y medio bajar;
la montaña atravesamos
y la friega fue inclemente,
pero que tal, ¡ya llegamos!
¡Tuxtepec está presente!
Y así deseábamos decir al terminar el camino de Benito en la ciudad de Oaxaca “Tuxtepec está presente”, pero uno propone, Dios dispone, viene el viento de la sierra y lo descompone.
Ya para la tarde del sábado, el esfuerzo y cansancio ante las subidas (esas que Prisca decía que eran pocas y estaban chiquitas) me indicaban que el malestar en las vías respiratorias estaba presente. El frio de la sierra empujó tantito y el virus hizo lo suyo, para la noche ya en la cabaña, la temperatura y la tos anunciaban que dejaría el domingo al grupo. La gripa llegó de pronto, así, igual que Benita llegó la mañana del sábado apenas comenzamos a enfrentar la primera subida. Llegó y no nos dejó, siempre esperando al que se rezagaba y ya al final de la jornada, yendo con los punteros. Ahí iba la perra Benita con sus ubres llenitas de leche alejándose kilómetros y kilómetros.
Le puse Benita y el grupo lo secundó porque resulta obvio que así debía llamarse esa perra mestiza color café que no ladró en ninguna ocasión y se quedó fuera de las cabañas la noche del sábado, desapareciendo apenas habiendo amanecido. Para el segundo tramo Benita ya no acompañó a quienes lograron terminar la ruta, pero tampoco a quienes nos quedamos en las cabañas. Benita se fue con el viento de la sierra a quién sabe dónde. Queremos pensar que regresó a darle de mamar a sus cachorros, esos que imaginamos tienen porque sus ubres estaban crecidas. Así que los 18 kilómetros que calculamos nos acompañó, son los que quizá recorrió de regreso.
Yo fui a Monte Albán para seguir sudando la calentura tumbado sobre una banca de madera a la sombra de un árbol testigo de las noches estrelladas de la montaña del jaguar. A las 5 de la tarde cerraron y fui al encuentro en Santo Domingo con los compañeros.
Celebramos caminando por las calles céntricas de Oaxaca hasta llegada la hora de regreso, unos en camión y otros en urban, pero todos a través de la carretera 175. Medio viaje subir y medio bajar.
Hace una semana de ello y la tos está a punto de dejar mi cuerpo, igual que Benita no dejó a mitad del camino.
Pienso que a Juárez, tan acostumbrado a los fríos de su tierra, estos vientecitos de inicios de noviembre, no le hacían mucho, cosa contraria conmigo.
Queda pendiente por andar la mitad del camino de Benito. Puede ser ahora de Oaxaca a el punto. Por lo pronto no será este año ni en los meses de invierno del 2025.
La iguana, tan verde y tropical, me agradece que no la haya llevado y me confía que fue ella quien mandó a Benita en su representación. Lo dice segura, mirándome orgullosa como si hubiera caminado los 43 kilómetros en un sólo día, (como lo hizo John quien casi alcanza al grupo y lo rebasa).
La escucho y miro como se aleja contoneándose al caminar para subirse a una de las pocas ramas que quedan en el arroyo Moctezuma. Se posa delicada casi en la punta y veo que el viento de la cuenca no la despeina, que le hace lo que el viento a Juárez. MASCA LA IGUANA / Luis Fernando Paredes Porras