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Réquiem por una perrita todos los males le cayeron

El Piñero

•Muchos años vivió en la calle
Escenarios
Luis Velázquez

Veracruz.- Uno. La muerte de Nubi

Una amiga está triste. Un dolor infinito cruza su alma y su corazón. Ella es animalista y a mitad de semana murió una de sus siete mascotas, todas recogidas en la calle, donde vivía a la intemperie, como los niños en y de la calle.
Un día, al salir del trabajo, ella se topó con aquella perrita.
Enferma, y sin un ojo que le fue sacado a golpes por unos humanos, la rescató y llevó a su casa.
Y le ofreció una extraordinaria calidad de vida.
Alimento calientito, atención de un veterinario, medicinas a la hora, una camita para dormir y el cariño de una familia.
Pero la perrita, que era callejera, estuvo expuesta durante mucho tiempo en la calle y en la lucha diaria por vivir contrajo varias enfermedades que con los años en la casa de la amiga le fueron brotando.
Así, seis años después de haberla adoptado, la perrita terminó ciega, sorda, paralizada de todo el cuerpo, con insuficiencia renal, sangre intoxicada, agua en el pulmón, insuficiencia cardiaca, cáncer, infección, anemia y sin dientes.
El peor mundo de la vida, pues, y que si para humano es grave acumular tantos males, los males de Pandora, los males de la senectud, para un animalito es peor. Terrible. Angustiante.
En los días turbios, la perrita daba unos gritos espantosos de dolor, sin que ningún medicamento pudiera levantarla.
Era ella compañera de la amiga. En casa, siempre a su lado, agradecida de tener un hogar y pertenecer a una familia.
Un día, ni modo, así es la vida de canija y sorpresiva, su salud empezó a deteriorarse y sólo quería estar acostada.
Fueron así los últimos meses, las últimas semanas, y aun cuando el veterinario estuvo pendiente, tantos males juntos se tragan cualquier vida.
Además, claro, de los años encima.
Y lo peor, los años adversos que padeció en la vía pública.
Tanto amor existe en la amiga por los animales que llevó su cadáver al crematorio para mascotas para que la incineraran y ahora en su casa tiene sus cenizas en una urna.
Ella ha llorado mucho. Quizá nunca lloró tanto como cuando su padre se fue al otro mundo.
Se llama Nubi y tenía dieciséis años. Una quinceañera “y algo más”.
Le conforta, no obstante, primero, que la perrita dejó de sufrir, y segundo, que aún le quedan seis perritos más por apapachar y seguir amando.
Es más, hasta pudiera escribirse que nadie ama tanto a los animalitos, a los animales callejeros, como ella.
Un día, vio a un perrito callejero y lo llevó a casa.
Otro día a otro y a otro y a otro, y tal cual, de pronto, ya tenía seis.
Además, un día a la semana suele llevar el itacate a los cien gatos hospedados en el Panteón Jardín, pues ella forma parte de una red de asistencia a los animales.

Dos. El perrito que murió solo

Las mascotas forman parte de la familia, y si en un principio llegan a casa por los niños, los adultos también suelen terminar encariñados.
Y cuando mueren, el dolor y el sufrimiento es tanto, quizá más en el caso de los menores, como cuando fallece un familiar.
Y también cuando se pierden.
Una pareja de amigos tuvieron un perrito.
Cada mañana, el perrito se acercaba a la recámara del señor, le clavaba la mirada fija, sin moverse un ápice, y moviendo la colita esperaba como el más paciente pescador a que despertara.
Y apenas despertaba, el perrito brincaba de gusto porque sabía que entre las 6 y las 7 de la mañana era su hora estelar, la mayor felicidad, porque se iban juntos a la calle para ejercitarse.
Muchos años después, el perrito murió de un infarto en la madrugada.
Murió solo. Sin nadie que lo apapachara y le dijera unas palabritas de cariño.
El señor lo halló sin vida. Y fue sepultado.
Pero el dolor de su muerte era tanto, igual o más, que el fallecimiento de un familiar cercano y querido.
Desde entonces, y para evitarse sufrimientos así, aquella pareja dejó de tener y adoptar perritos.
Cierto, son muchos los meses y los años en que se disfruta su presencia.
Pero más, mucho más es el dolor de la ausencia inevitable.

Tres. Sólo el tiempo cura el dolor

Las cenizas de Nubi están en el escritorio de la amiga, en su casa.
En una urna, como si fueran los restos de un ser humano, Nubi la seguirá acompañando.
Algunas familias, por ejemplo, incineran a sus muertos y arrojan las cenizas en el Golfo de México o en un río, con todo el ritual religioso, incluido un discurso fúnebre.
En el caso, las cenizas y los recuerdos seguirán llenando su vida y su casa, añorando el tiempo juntos, cuando por ejemplo jugaban a seguirse y perseguirse.
Las redes animalistas le han enviado el pésame de rigor, pero con todo nada consuela.
El dolor es más grande y sólo sería curado, como las heridas, por el tiempo.
Tanto dolor hay que le está rezando su novenario.

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