La Jornada/José Murat
México.- El 2019, cierre de la segunda década del siglo XXI, significa enormes retos para los mexicanos, ¬como ciudadanos de un país, y como habitantes de un hogar común, el planeta Tierra. Hay muchas asignaturas pendientes, y tendríamos que empezar por clarificar y priorizar dónde concentramos los esfuerzos.
Como ciudadanos, el país ha iniciado una nueva alternancia política, esta vez de orientación de izquierda, reivindicando los derechos sociales de amplios sectores históricamente marginales. También modificando las reglas del juego entre mandantes y mandatarios, con acento en los instrumentos de la democracia directa. Igualmente redefiniendo, en estado embrionario, la relación entre los tres poderes constitucionales y entre los tres órdenes de gobierno.
El ánimo de cambio estructural es manifiesto, elevado por sus impulsores al rango de nueva etapa en la historia de México, una cuarta transformación. Se están sentando las bases, en todo caso, de una nueva manera de concebir y de practicar la vida pública y en general los alcances del Estado nacional y su relación con la sociedad civil.
Sin embargo, no puede ser un proceso unilateral, ni unidireccional. México es un país diverso y plural. Se requiere escuchar a todas las voces y conjugar todas las visiones políticas y culturales para trazar el destino colectivo del país, así tengan primacía los conceptos y propuestas de quienes recibieron un amplio mandato democrático.
Por eso he insistido, desde este espacio de opinión y otros foros, en que necesitamos reconstruir el debilitado sistema de partidos políticos en México, reposicionar los referentes ideológicos de la política pública, pues finalmente, como decía Jesús Reyes Heroles, lo que resiste apoya, o cuando menos, diríamos nosotros, la pluralidad enriquece las ideas, alumbra mejor el camino.
Además del sistema de partidos, debe mantenerse una ingeniería constitucional que, con las reformas necesarias para hacer más funcional el engranaje de las piezas, preserve la división y el equilibrio de los poderes constitucionales, el sistema clásico de los pesos y los contrapesos del que nos hablaba Montesquieu, un valor que buscan fortalecer las democracias modernas.
El federalismo, igualmente, es un legado del liberalismo juarista que debe preservarse, sin que eso signifique negar el derecho de introducir todos los cambios que conduzcan a una mejor coordinación entre las instancias del poder. El diseño y la definición del rumbo de México, en cualquier caso, es responsabilidad de todos los actores. No olvidemos que nuestro país es un mosaico social, cultural y regional. Sólo desde la diversidad y el consenso emanará la fuerza del cambio.
En el ámbito internacional, como habitantes y ciudadanos del mundo, los retos de los mexicanos no son menores. Una de las preocupaciones y ocupaciones principales de todos quienes habitamos la Tierra debiera ser el cuidado del medio ambiente, preservar los delicados equilibrios y ciclos de la naturaleza. Para la comunidad de estados nacionales, en especial, debiera suscitar la reflexión sobre la necesidad de aplicar con responsabilidad y puntualidad los compromisos suscritos en las cumbres mundiales, y aplicar nuevas medidas, pues el proceso de calentamiento global no cesa.
Los recientes esfuerzos internacionales han sido la Cumbre de París, de diciembre de 2015, y la Cumbre One Planet, de diciembre de 2017. No podemos dejar de deplorar que la mayor potencia del mundo, y la más contaminante, siga fuera de esas iniciativas mundiales.
Sorprende constatar que, después de más de tres años de firmado el Acuerdo de París para revertir el cambio climático, sólo dos países de 175 no han firmado ese importante instrumento, una vez que ya lo ha hecho el gobierno de Nicaragua: Siria, ensimismada en los efectos de una desgastante guerra civil, y Estados Unidos, que abandonó ese acuerdo con el arribo del gobierno conservador iniciado el 20 de enero de 2017.
Como sabemos, en la Cumbre de París sobre Cambio Climático los países firmantes se comprometieron a: 1) reducir las emisiones de carbono para que el aumento de la temperatura global no alcance los 2 grados centígrados; 2) el acuerdo es jurídicamente vinculante a los países firmantes; 3) crea fondos cercanos a 100 mil millones de dólares para los países en desarrollo que suscribieron el acuerdo, a partir de 2020; 4) el pacto se revisará cada cinco años.
Como una continuación de este esfuerzo, la Cumbre One Planet, celebrada en la misma capital de Francia a finales de 2017, tuvo como tema central el financiamiento para promover un desarrollo sostenible y resiliente, la necesidad de dotar de más recursos a las acciones en favor del clima, sumando al sector privado.
Sea cual fuere la postura de los demás países, México debe cumplir su parte en la responsabilidad de cuidar el hogar común de estas y las futuras generaciones, una responsabilidad transexenal y atemporal.
https://www.jornada.com.mx/2019/01/07/opinion/010a1pol