Luis Velázquez / Escenarios
Uno. El sacerdote ejemplar
En los días turbulentos que se viven y padecen resulta alentador tener una tablita de salvación en el recuerdo de don David Constantino García, el sacerdote con una impecable biografía social.
De una inteligencia incandescente, cursado estudios superiores de Filosofía y Teología en Roma, fue un hombre ferozmente honesto, siempre soñando y ejerciendo los ideales, sin que nunca la tentación del poder eclesiástico lo descarrilara.
Incluso, anduvo por la vida con un bajo perfil, metido en su apostolado y que giraba alrededor de los niños, las mujeres y los hombres.
Con los niños formó, por ejemplo, un Frente Infantil Católico (el FIC se llamaba) para alentar y avivar el desarrollo de la inteligencia, pero al mismo tiempo, la vida católica.
Con las mujeres, aglutinadas, cierto, alrededor de la oración, pero el servicio social.
Y con los hombres maduros, la llamada “Adoración Nocturna”, que consistía en pasar una noche en vela ante el Altísimo en reflexión social.
Fue un sacerdote de la Teología de la Liberación.
En el púlpito, durante la homilía, analizaba y evidenciaba a los presidentes municipales del pueblo.
Un día, un alcalde, Enrique Domínguez, lo citó en el palacio, y se fue contra él, duro y tupido.
El cura lo escuchó en silencio, siguiendo sus palabras y su perorata incendiada.
Durante una hora, el alcalde tronó en su contra y don David lleno de paciencia y tolerancia.
Una hora después, así nomás, sin nunca prestarle el micrófono, el alcalde dijo:
“Bueno, ya hablamos demasiado. Te puedes ir”.
El sacerdote sonrió. Se puso de pie. Y dijo:
“Hablaste tú”.
Y se retiró.
Y en aquella tarde, en el rosario y misa, otra vez, el fuego en contra del edil.
Cada quien en su templo, decía.
El príncipe, en el suyo. El ministro de Dios, en el suyo.
Dos. La vida desde la ética
Jugaba basquetbol y que era otra forma de su convivencia.
Y como en un pueblo todos tienen apodos le llamaban “El charro negro”, porque era muy propio y congruente en su uniforme deportivo del equipo al que pertenecía, “Mercurio”.
Pantalón deportivo color negro con una franja blanca cruzando de norte a sur del pantalón. Una camiseta de manga larga. Tenis negros.
Y como solía entrenar hacia la madrugada, 5 de la mañana, durante una hora seguidita, todos los días, era bueno con la pelota.
Incluso, en una jornada fue campeón canastero.
Además, en el pueblo alentaba el fomento deportivo, con tanta pasión, que participaban diez equipos (casi casi uno o dos por barrio), lo que nunca, jamás, los alcaldes que desfilaron en su tiempo.
En el curato tenía una biblioteca de unos cinco mil volúmenes que solía prestar a los niños y a los jóvenes y a las mujeres y hombres inclinados a la lectura en un país donde según el INEGI cada persona lee, quizá, y en un descuido, un libro por año.
Los días jueves y viernes agarraba camino a las rancherías. Dejaba la parroquia a cargo del adscrito. Y se iba a predicar y a vivir en la zona rural.
Siempre, lleno de optimismo, una carga positiva que transmitía a la población. El sacerdocio a plenitud como un apostolado.
En su tiempo en la Diócesis de Veracruz solía publicar un artículo semanal. La vida, mirada desde la cristiandad. Sin entrar en el texto narrativo en la profecía ni en la religión cerrada ni menos, mucho menos, en la homilía.
La vida, entonces, desde la ética y la moral universal.
Tres. Escuchar, en vez de hablar
Nunca un escándalo en su vida pública ni privada. Jamás andar en el pueblo con la sotana puesta ni menos con un crucifijo colgando.
Era enemigo del culto a la personalidad. Más del ego. Más, de hacer sentir, digamos, la superioridad sobre los demás como ministro de Dios…, que así se hacen llamar.
Las neuronas, siempre abiertas a la tolerancia, la prudencia y la mesura. Un zípper en la boca antes de pronunciar una palabra. La palabra expresada, pero luego de deglutirse en la lengua y en el cerebro. Escuchar, en vez de hablar. Ponderar, en vez de un juicio. Sopesar, en vez de sentenciar.
Así vivía. Y a plenitud. Y ahora cuando se cumple un aniversario de su nacimiento se le recuerda con respeto y admiración.
Y más, en las horas revolcadas que se viven, donde todos sus grandes valores y principios fueron relevados por el encono, el resentimiento, el odio y la venganza. Pero también, camino a Itaca, por los males de la caja de Pandora. “La caja de los horrores” le llaman ahora, cuando la codicia sin freno “y sin medida” se ha adueñado de los hombres públicos para coleccionar más poder y más dinero. “La vida loca” le llama Ricky Martin en una de sus canciones exitosas.
Su vida, ilumina. Y su recuerdo se engrandece. Lo malo es que luego de su muerte jamás existió una continuidad en la iglesia del pueblo.
Pero como decía Max Weber, con sólo una persona que haya sido transformada para el bien la tarea social de un hombre está cumplida.