Luis Velázquez Escenarios
UNO. Saña y barbarie en Veracruz
En el sur de Veracruz, en Agua Dulce, el paisaje es igual que al resto de la entidad jarocha. El 29 de mayo del año que corre, unos vecinos descubrieron una nueva fosa clandestina. Tres cadáveres sepultados con sigilo. La vida de todos, prendida con alfileres. “La vida (en Veracruz) no vale nada” cantaría José Alfredo Jiménez.
En todos lados, el mismo paisaje. De “la noche tibia y callada” de Agustín Lara al fosario descrito por el sacerdote José Alejandro Solalinde, siempre enalteciendo su apellido, Guerra, y en guerra.
Los vecinos, a la expectativa. Inverosímil saber, estar consciente, de que la barbarie y la saña se han adueñado de su pueblo.
En el duartazgo, Agua Dulce y Las Choapas y Coatzacoalcos y Minatitlán y municipios anexos y conexos, brincaron al estrellato nacional por las fosas clandestinas.
La más famosa, entre otras, donde fuera sepultado el reportero Gregorio Jiménez luego de su asesinato y que originara una marcha de reporteros sureños y de la Ciudad de México, llegados ex profeso para la solidaridad humana.
Todavía hoy, el mismo camino al Gólgota.
DOS. Veracruz, poblado de cadáveres
Desde el duartazgo, los caminos de Veracruz se volvieron cementerios clandestinos y públicos de los carteles.
Cadáveres en ríos, lagunas y arroyos. Pozos artesianos de agua dados de baja.
En las carreteras y a orillos de los caminos de terrecería. Entre los cañaverales. En calles y ciudades.
Cuerpos sin vida arrojados en los pueblos, a veces, cubiertos con una sábana, otras, decapitados.
Incluso, hasta los pintores de cada pueblo modificaron el contenido de sus cuadros y lienzos y los sustituyeron por cadáveres.
Por vez primera, los niños de la escuela primaria hablando de los cadáveres aparecidos la noche o el día anterior en sus vecindades.
Las conversaciones familiares han tenido como asunto central los cadáveres tirados a diestra y siniestra.
Ahora mismo, en la ciudad de Veracruz hay una exposición fotográfica de los desaparecidos y que antes estuviera en Orizaba y Córdoba, retratando la angustia de cientos, miles quizá de madres y madres de familia con hijos secuestrados y muchos años después ignorado su paradero y destino.
TRES. Vivir en el infierno
Pareciera a que ninguno de los 212 municipios quedó exento de fosas clandestinas.
En el dato oficial de la yunicidad existían 45 demarcaciones con fosas clandestinas.
Pero como desde entonces muchas más en número incalculable han descubierto multiplica la percepción social de que todo Veracruz estaría sembrado de fosas clandestinas.
Y de ser, solo con vislumbrar la posibilidad la angustia y el síncope cardiaco en el corazón social.
Inaceptable que con el visto bueno de la autoridad suprema encarnada, y de entrada, en la secretaría de Seguridad Pública, la alianza de los jefes policiacos y policías con los carteles, en Veracruz se haya cometido, todavía quizá, el delito de lesa humanidad con que está calificada la desaparición forzada.
Cientos, miles de madres de familia, rastreando la pista de los suyos en una búsqueda frenética bajo el grito universal de “Vivos se los llevaron y vivos los queremos”.
Veracruz, con las “Colinas de Santa Fe”, el fosario más grande de América Latina.
Ningún ciudadano o familia víctima de esta guerra, tampoco quienes la han librado al momento, quisiera esta guerra, la guerra de la policia y los carteles, pues en todo caso, esta guerra no es nuestra.
Allá, en todo caso, los políticos profesionales que con su ineptitud trasmiten al país y el extranjero la imagen que Veracruz tiene hoy.
Y ni modo, hemos de acostumbrarnos a vivir en el infierno…