En 1976 las elecciones fueron una muestra del agotamiento o ratificación social que tenía el régimen de la revolución mexicana. A pesar del tiempo, no se ha observado adecuadamente y menos comprendido, el proceso electoral que llevó a la presidencia, probablemente, al presidente más trágico de la historia del siglo XX: el último presidente de la revolución mexicana se autonombró.
Y dejó sendas memorias respecto de una administración y un sistema político que desnudaba la corrupción endémica y el autoritarismo gubernamental. De igual modo, quedó en evidencia la debilidad del Partido Oficial frente a los Estados Unidos y el gran capital. México recibió al lopezportillismo con una especie de agotamiento social, por una parte, la población participó en una de las campañas más intensas y corporativas de las que se tenga memoria;
por otra, los partidos políticos comprendieron que era imposible confrontar un régimen corrupto hasta la médula y que controlaba la mayor parte del orden público en forma de absolutismo o dictablanda. El transfuguismo que está recibiendo la campaña de Claudia Sheinbaum parece asemejarse a esta situación. El colapso del sistema político ha llegado a tal grado que, nada más, falta que Ricardo Anaya, Felipe Calderón y Vicente Fox se sumen a la Cuarta Transformación.
Es seguro que los recibirán. Con todo, el lopezportillismo estableció un resurgimiento ideológico de la revolución mexicana (quién sabe para qué) y el asentamiento de una reforma electoral que reconfiguró el sistema de partidos en una correspondencia que simplemente había llegado al absurdo.
La reforma electoral inició un largo camino de aprendizaje entre un gobierno lleno de incompetencia y corrupción para con una oposición derechista que se aprestaba a tomar el poder. Para la oposición de FAM XX, simplemente se acumula el desastre y la desconexión de la realidad. La coyuntura es semejante para con esa época, incluso si Joe Biden gana será tan timorato y dañino como Jimmy Carter; pero igual o peor de dañino para nuestro país.
Resulta poco agradable el sistema político que se advierte, es innegable que el agotamiento institucional y el fracaso de las promesas neoliberales requirieron a alguien como Andrés Manuel López Obrador. La utopía –el clásico ya merito de la administración de la abundancia- se confirma con Sheinbaum. Tiene todo para ganar como nunca y gobernar como siempre.
López Portillo pudo haber construido el Japón que los gringos no quieren abajo del Río Bravo. El narcotráfico en pie de guerra no es equiparable a la guerrilla de aquella época. Hubiese querido Lucio Cabañas algunas armas de las que frecuentan los mal llamados Cárteles para combatir al maldito Rubén Figueroa en igualdad de condiciones.
El anticomunismo imperialista dejó a los guerrilleros como el ejército insurgente de Vicente Guerrero, esa idea sirve para entender la forma en que se arman ahora los grupos del trasiego de psicotrópicos. Sin embargo, la situación no deja de ser equiparable, semejante, se precisa de una reforma electoral como la de 1977 para incluir una serie de fuerzas sociales que reclaman inclusión y que –aún con el apoyo de Estados Unidos- a veces confrontan al Estado Mexicano con una violencia que ha llegado al extremo y puede tornarse en un conflicto civilizatorio.
Después de Sheinbaum quizá venga la resaca de la breve noche populista. Lo ideal hubiera sido que el Estado de Bienestar del lopezobradorismo se mantuviera como el periodo neoliberal, pero ningún capitalismo lo soporta, ni siquiera el de Estados Unidos. El fracaso de los partidos políticos se refleja en una candidatura que sube como la espuma y suma cualquier tipo de adhesiones. A lo mejor, pronto, sale alguna encuesta veraz que le asigne el 99.9 por ciento de los apoyos populares para Sheinbaum como a Don José.
Incluso un gobierno como el Lopezportillista es el mejor escenario para la derecha mexicana, pues tendrán la posibilidad de su retórica empresarial y capitalista, del trabajo arduo y dirigido para que el trabajador flojo y ladino produzca, sólo los gachupines de Cholula saben cómo hacer las cosas. En tal sentido, lo prudente será hacer de lado el curso electoral, dejar que triunfe Sheinbaum y esperar que venga el Papa Bergoglio para que Dios nos agarre confesados. Y que AMLO se prepare para ir más lejos que su rancho.
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