- Parábola del Obispo
Escenarios
Luis Velázquez
VERACRUZ.- UNO. El Monte de las Cruces
En 1810, Miguel Hidalgo llegó a las goteras de la Ciudad de México con un ejército de 80 mil indígenas y campesinos, y sus mujeres, y acampó en el Monte de las Cruces para sopesar si entraban “a balazo limpio”.
Ahora, la iglesia de Veracruz aprovechó la Semana Santa para crear y recrear en la imaginación popular su Monte de las Cruces, como la canción de Antonio Molina de que “están clavadas dos cruces en el monte del olvido”.
En la lógica del obispo de la Diócesis de Veracruz de nombre kilométrico, Luis Felipe Gallardo Martín del Campo, hay en la tierra jarocha varias cruces clavadas:
Primera cruz: la violencia.
Segunda cruz: la injusticia.
Tercera cruz: las desapariciones.
Cuarta cruz: las extorsiones.
Quinta cruz: la droga.
Sexta cruz: la desigualdad social y económica.
Séptima cruz: la pobreza y la miseria.
Dijo, sin ataduras, en el ejercicio pleno de la libertad:
“Son las principales cruces que cargan los veracruzanos”.
En la Nunciatura Apostólica, el mismo obispo entregó una terna de candidatos para relevarlo en el cargo, pues ya está en edad de jubilación, y no obstante, sigue con el látigo de Jesús en el templo, ocupándose de los feligreses que sufren el paraíso perdido.
DOS. Del paraíso al infierno
Ene número de veces, algunos obispos de Veracruz y el arzobispo de Xalapa y los presbíteros se han ocupado de la incertidumbre y la zozobra que flagela más el paraíso perdido.
Y la vida, no obstante, es un infierno.
Ahora, el obispo Gallardo se recrudece con su parábola y habla de las siete cruces (casi casi, las siete visitas obligadas de Semana Santa en el ritual católico) para ejemplificar la tensión social de los 8 millones 112 mil 505 habitantes del estado jarocho.
Se ignora si la parábola tendrá incidencia en “el gobierno del cambio” y serviría, digamos, para redoblar el esfuerzo oficial en el combate contra los siete cárteles (siete cruces, siete días de la semana) disputando la jugosa plaza Veracruz, con todo y su autopista de sur a norte de la nación, los tres puertos marítimos, las pistas clandestinas y la proclividad policiaca para aliarse con ellos.
Además, del consumo creciente de la droga, “un problema, dice el obispo, de salud pública que debe afrontarse porque actúa contra la dignidad humana”.
TRES. La cruz más pesada
Las siete cruces son pesadas. Por eso, quizá el obispo y varios feligreses cargaron la cruz en la Procesión del Silencio, cuando antes, mucho antes, tiempo de José Guadalupe Padilla y Lozano, por ejemplo, él solito la cargaba en la caminata sobre las avenidas 5 de mayo e Independencia.
Pero de las siete cruces, la más pesada es la desigualdad social y económica, aun cuando la cruz de la violencia es fatídica, porque como dicen el arzobispo Hipólito Reyes Larios y el obispo de Córdoba, Eduardo Patiño Leal, “todos los días hay ejecuciones”.
Pero la cruz de la desigualdad se traduce, entre otras cositas, en lo siguiente:
A: Doscientas familias en Veracruz son dueñas de más del 60 por ciento de la riqueza estatal.
B: Una de cada tres personas económicamente activas viven del changarro en la vía pública, desde un puestecito de picadas y gordas hasta la venta de pollos rostizados.
C: El sostén de la economía local está en las remesas del millón de paisanos en Estados Unidos, por encima, y lejos, de los ingresos derivados de las industrias de la caña de azúcar, el café y los cítricos.
Hoy, cuatro candidatos a la gubernatura de Veracruz debaten en el carril electoral, pero nada, absolutamente nada indica que el paraíso perdido pueda recuperarse para la mayoría poblacional.
Es la cruz más pesada del obispo Gallardo.
CUATRO. La cruz de la frivolidad
Quizá habría de agregarse una cruz octava. La cruz de la frivolidad. Y de la frivolidad política.
Su dimensión estelar fue alcanzado por el expriista y ahora panista, el cacique de Las Choapas, Renato Tronco Gómez, candidato del PAN, PRD y MC, a diputado federal.
El 30 de mayo trepó en su caballo y fue a la playa en Coatzacoalcos, cargando entre las manos la bandera azul, prometiendo a los turistas y locales el paraíso terrenal.
Incluso, populista mesiánico, sin bajarse del caballo, pidió a todos estar pendiente porque en el cierre de su campaña electoral se trepará a un entarimado playero para debutar como cantante, y con lo que de ganar los comicios haría mancuerna con “La güereja”, quien también es candidata al Congreso de la Unión.
Frívolo toda su vida, Renato Tronco solía llegar al Palacio Legislativo de Xalapa trepado en su caballo, unas veces, y otras en su batimóvil que abría, según, al pueblo, para la audiencia pública.
La política, como un circo.
Circo, por ejemplo, que el ex panista Rafael Acosta Croda, “El loco” Acosta, se haya afiliado al PRI y las elites rojas felices.
Circo, por ejemplo, que Manuel Rosendo Pelayo, acusado de desvío de recursos por el presidente municipal de San Andrés Tuxtla, sea candidato a diputado federal por el PVEM.
Circo, el peor circo, que el diputado local, Vicente Benítez, fue nombrado representante de José Antonio Meade en Veracruz, a la altura, digamos, del senador Héctor Yunes Landa.
Circo, que el presidente del CDE del PAN, Pepe Mancha, impusiera además de a He Man, a su esposita, como candidata pluri a diputada local.
Circo, que la alcaldesa de Córdoba, Leticia López Landero, se haya ido a Las Vegas luego de imponer a su hija como candidata al Congreso local.
La cruz de la frivolidad origina y siembra el peor hartazgo en el corazón, el hígado y las neuronas de los ciudadanos.