Otro de los saldos más devastadores de la elección presidencial, concurrente con la elección de las cámaras del Congreso federal y múltiples procesos estatales, fue el agudo descenso del PAN en votación, credibilidad, identidad y pérdida de espacios gubernamentales y legislativos. La alianza con el PRI y el PRD, un amasijo de contradicciones ideológicas, fue un esquema de suma negativa, donde todos perdieron. Se cumplió aquel viejo adagio de la sabiduría popular: en política hay sumas que restan.
No dijimos que fue un descenso abrupto porque en realidad fue la continuación de un proceso histórico de marcado declive, desde que su dirigencia nacional decidió olvidar principios, programa, proyecto y trayectoria, para abrazar un pragmatismo desnudo, materialista, feudal y de estrechez de miras. Pero, además, un pragmatismo fallido: al repartir posiciones, canonjías y territorios con los aliados de ocasión, la pieza de caza en lugar de crecer se encogió, se redujo para todos.
Lo peor es que el PAN, un partido que contribuyó a la construcción de la democracia abierta y competitiva en México, se alejó de su militancia histórica y se desdibujó frente a los ciudadanos sin partido, ese abultado sector de la población que esperaban atraer masivamente en esta elección axial.
Este diagnóstico de una alianza contrahecha, contra natura y fallida, en sus líneas generales, lo han hecho ya muchos y destacados militantes de ese partido. Tanto, que los principales aspirantes a la nueva dirigencia en gestación podrán tener muchas diferencias programáticas y de enfoque, pero tienen un denominador común: la certeza de que aliarse con su adversario histórico, su némesis ideológico, fue un error de cálculo, de ética y de visión estratégica. Perdió más el PRI, como veremos en la siguiente colaboración, pero también perdieron ellos.
Las cuentas electorales no dejan lugar a la interpretación. Hablan por sí solas.
1) La actual dirigencia nacional del PAN recibió un partido que en la elección presidencial y legislativa de 2018 obtuvo cerca de 12 millones de votos, 22 por ciento de la votación nacional. Va a entregar en los próximos meses a la siguiente administración poco más de 9 millones y medio de votos, apenas 16 por ciento del sufragio nacional.
2) La actual dirigencia recibió, producto de esa elección federal de hace seis años, 129 diputados y 38 senadores; en esta elección de 2024 el PAN ganó solamente tres distritos por sí solo, ni una sola senaduría de mayoría y, gracias al criterio de representación proporcional y primera minoría, solamente tendrá un total de 22 senadores y 68 diputados.
3) Cuando inició la dirigencia nacional que está por fenecer, el PAN gobernaba 12 estados de la República. Hoy sólo gobierna cuatro, la tercera parte. Perdió la emblemática Yucatán y estuvo a punto de perder Guanajuato. Las ocho entidades que dejó de gobernar, junto con Yucatán son: Baja California, Baja California Sur, Durango, Nayarit, Tamaulipas, Puebla y Quintana Roo. Fue un retroceso territorial de tres décadas: en 1995 el PAN presidía cuatro estados y en 1997 seis.
4) El PAN gobernaba, hasta hace apenas unos años, varias capitales de los estados y algunas de las ciudades de mayor padrón electoral, como Guadalajara, Monterrey, Puebla, Tijuana, Culiacán, los municipios más grandes del norte del estado de México, el llamado corredor azul, e importantes alcaldías de la Ciudad de México. Hoy sólo son historia.
5) El PAN ganó dos veces la Presidencia de la República en este mismo siglo. Actualmente no sólo perdió toda perspectiva de triunfo en el gobierno federal y retrocedió 30 años territorialmente, sino es apenas tercera fuerza parlamentaria en la Cámara de Diputados del Congreso federal y no tiene asegurado el segundo lugar en el Senado.
Pero no sólo son las cuentas matemáticas, los balances electorales. No sé qué dirían de las alianzas y la crisis de identidad del PAN, pero seguramente nada positivo, sus fundadores e ideólogos más eminentes, como Manuel Gómez Morín, Rafael Preciado Hernández, Adolfo Christlieb Ibarrola y Carlos Castillo Peraza, entre otros.
Hoy el desafío del PAN es doble: recuperar la identidad ideológica, de derecha moderada y en algún tiempo derecha ilustrada y pensante, y reposicionarse política y territorialmente. En esta elección presidencial tenía cuadros competitivos que por sí solos podían haber entregado mejores resultados, como Santiago Creel y otros, pero optaron por la mercadotecnia del momento, con una candidatura difusa que pretendieron hacer pasar por ciudadana.
La suerte del PAN, un partido fracturado, desorientado y dividido, no sólo importa a la militancia de ese instituto. La democracia mexicana requiere de un sistema de partidos políticos sólido, con referentes ideológicos claros, una cartografía donde el ciudadano sepa con certeza quién es quién, más allá de los intereses políticos de sus dirigencias, muchas veces contrarios a los principios de sus propios partidos y, sobre todo, contrarios a los intereses nacionales.