- El poder absoluto
Barandal
Luis Velázquez
16 de agosto de 2017
ESCALERAS: “El sistema político en México es profundamente corrupto”. Así lo cree Porfirio Muñoz Ledo. Y lo peor se está viviendo y padeciendo ahora. El Peñismo, por ejemplo, dice, está exhibiendo como su mayor victoria y triunfo el encarcelamiento de sus propios gobernadores. Entre ellos, claro, Javier Duarte.
Todavía peor: el mismito presidente del CEN del PRI, Enrique Ochoa Reza, ejemplificó a Duarte como el símbolo nacional de la corrupción.
Y todavía de ñapa, lo llamó asesino.
Nunca antes en la historia, la misma elite priista había exhibido a los suyos como políticos ladrones y pillos.
Y más, como en el caso de Enrique Peña Nieto, quien hacia el principio del sexenio puso de ejemplo de la nueva generación política a tres (ex) gobernadores que ahora están en el descrédito. Duarte, de Veracruz, preso en el Reclusorio Norte de la Ciudad de México. César Duarte, de Chihuahua, prófugo de la justicia. Y Roberto Borge Angulo, de Quintana Roo, preso en Panamá en vía de extradición.
Según Muñoz Ledo (El Universal), la cúpula priista, los jefes máximos de Los Pinos, buscan así limpiarse a ellos mismos de toda la carga de corrupción.
Pero oh paradoja, y al mismo tiempo, nada hacen para cambiar el sistema político.
Por ejemplo, un Sistema Nacional Anticorrupción que fue lanzado como una cesárea, sin titular, incluso.
Y lo peor, Enrique Peña sigue conservando las llamadas facultades metaconstitucionales que le permiten actuar como un tótem, como el inminente caso que está a punto de darse con la elección del candidato presidencial.
Y ni se diga la dependencia de los Poderes Legislativo y Judicial, tanto a nivel federal como en cada una de las entidades federativas, pues también los gobernadores son dueños del trono imperial y faraónico… que al mismo tiempo favorece el poder absoluto.
PASAMANOS: Ningún político encumbrado, dueño del día y de la noche, intenta cambiar el sistema político.
Y es que así como está los convierte en jefes máximos en sus estados.
Una Comisión de Vigilancia en el Congreso, por ejemplo, al servicio del Poder Ejecutivo.
Un Órgano de Fiscalización Superior, a su servicio único.
Una Contraloría y una secretaría de Finanzas y Planeación, a sus órdenes.
El equipo de contralores en cada dependencia, a sus pies.
Los auditores internos y externos, tirados al piso.
Más aún: el caso de Mauricio Audirac, un genio químico para los giros negros de la contabilidad mañosa, funcionaba al mismo tiempo como titular del ORFIS y como dueño de un despacho que aseaba las finanzas municipales.
Lo hizo, por ejemplo, con Alberto Silva Ramos como presidente municipal de Tuxpan, listo para ser ungido como secretario de Desarrollo Social del duartazgo, tiempo cuando asumiera el cargo y pidiera a sus fans que lo dejaran de llamar “El cisne” porque ya era pavo real.
Y es que el sistema político así lo permite.
Habría de recordar el casi sexenio de Javier Duarte, en que sin rendir cuentas absolutamente a nadie cambió a 87 funcionarios, manejando el aparato gubernamental a su capricho.
Y es que por sus pistolas, cada mandatario en turno hace y deshace y de igual manera como puede encumbrar a un colaborador o refundirlo en el limbo también puede encarcelar a inocentes y liberar a culpables.
Y en donde los más favorecidos son los lacayos y los bufones porque todos los días rinden pleitesía al jefe máximo.
Así está hecho el sistema, y por eso mismo, aun cuando todos proclaman un cambio, nadie lo empuja, porque en automático perderían cotos de poder.
CASCAJO: La fama pública lo consigna: cada sexenio y cada cuatrienio municipal suelen aparecer nuevos ricos, nuevas fortunas familiares.
Y aun cuando muchos políticos (caso Gabriel Deantes Ramos y Édgar Spinoso Carrera) arguyen que su riqueza es herencia familiar, nadie les cree, y lo peor, ninguna autoridad los toca, y continúa el saqueo.
Insólito: en cuatro meses, los presidentes municipales de Veracruz entregarán el poder edilicio a los sucesores.
Y de pronto, zas, la LXIV Legislatura otorgó créditos a cerca de 40, 50 alcaldes, que para terminar, o de plano, iniciar, una obra pública.
Y a los diputados locales les valió el sentido común, luego, incluso, de que el coordinador de la bancada panista, He Man Sergio Hernández, fue acusado de desviar el erario para “borracheras, drogas, mujeres y orgías” y de que se repartieran el presupuesto de los medios de comunicación para favorecer a sus medios amigos.
Y con todo y la denuncia de los diputados Fernando Kuri Kuri y Cinthya Lobato Calderón, nada pasa.
Quizá por eso mismo en el siglo pasado, José López Portillo acuñó su frase célebre cuando dijera que los políticos estaban a punto de volverse unos cínicos.
Todo en nombre del “sistema político profundamente corrupto” como dice Muñoz Ledo.
Más todavía si se considera que de diecisiete ex gobernadores en la guillotina la mayoría son priistas y la elite tricolor se lanzó en contra de ellos para convertir el vicio de la corrupción en una virtud que ahora, en el penúltimo año del sexenio, los Peñistas persiguen con la cárcel, lavándose las manos, igual que Poncio Pilatos.
Según los historiadores, Plutarco Elías Calles, Alvaro Obregón, Abelardo L. Rodríguez y Miguel Alemán Valdés han sido los ex presidentes de la república más corruptos.
Pero en el hándicap de la corrupción, igual que Layín, el alcalde de San Blas, Nayarit, cada quien roba al erario lo que puede.
Layín, claro, dijo, “robé poquito porque poquito había”.
El sistema político lo permite. Y nadie se salva.