- Triste destino…
Luis Velázquez/ Escenarios
Veracruz.- UNO. Soledad de Doblado, sin símbolos patrios
En el pueblo, Soledad de Doblado, los símbolos patrios se han perdido desde hace muchos años.
Por ejemplo:
Según la historia, allí fueron firmados los Tratados de la Soledad por Manuel Doblado, en nombre de Benito Juárez, para la salida del ejército francés y el arreglo de la deuda externa.
La firma fue suscrita en una colina conocida muchos años después como “El fuerte”.
Y algunos años se conservó, al natural.
Pero los años, el deterioro, la negligencia, el descuido y la indiferencia oficial originaron que un día “El fuerte” amaneciera en cero.
Desaparecido. Nada.
De acuerdo con la historia, en algún tiempo desfavorable de su vida, Antonio López de Santa Anna, tres veces gobernador de Veracruz y once presidente de la república, anduvo huyendo y se refugió en una cueva en el pueblo conocida como “La cueva de la tía Chana”.
Incluso, el historiador Enrique González Pedrero lo consigna en el libro “El país de un solo hombre” sobre Santa Anna.
El rastro de la cueva, sin embargo, se ha perdido por completo.
DOS. Un alcalde depredador
En el cementerio del pueblo había un roble gigantesco y sobre su piel, su corteza, las parejas escribían sus nombres encerrados en un corazón.
Y al ratito, el árbol aquel parecía un museo levantado a la pasión juvenil y al amor eterno.
Un día, la autoridad dio la orden de tirar el roble, quizá, acaso, misógino.
En el parque existía un kiosco con planta baja y alta y en donde cada sábado en la noche la orquesta de “El cabito”, así llamaban al director musical, amenizaba un baile popular y en donde varias generaciones se daban cita y aprendieron a bailar en el ejercicio más puro de la democracia
pues nadie era discriminado y hasta las trabajadoras sexuales se mezclaban y entremezclaban con las chicas casaderas.
Entonces, llegó al palacio municipal un alcalde que ordenó quitar el kiosco y se lo llevó a su casa para instalarlo en el patio para que sus hijos y amiguitos jugaran.
El pueblo era atravesado por el río Jamapa, entonces, el más tranquilo del mundo en la primavera y uno de los más impetuosos en tiempo de lluvia.
Sobre el pueblo, una parte del río tenía un cauce largo y amplio que terminaba en la orilla de una playa donde todos jugaban el deporte favorito.
Más adelante, había una poza riesgosa y peligrosa pero que significaba un atractivo para los expertos en natación.
Y a la vuelta estaba lleno de piedras donde las mujeres solían lavar la ropa familiar.
El río ahora está seco. Los años causaron el peor estrago del mundo.
TRES. El recuerdo y la nostalgia
En el siglo pasado, dos casas de cita competían con daifas jóvenes que llegaban cada fin de semana de otros pueblos.
Uno se llamaba “El burro” y otro “El cafetal”, donde el mayor atractivo era una cortesana quien sólo aceptaba a jóvenes de 15 años y de cariño le apodaban “La quinceañera”, pues inició en las artes amatorias a los adolescentes y quizá nadie se le habría escapado, pues, además, parece que hasta los padres gustosos se los llevaban.
Ahora, ni uno ni el otro. Uno, desaparecido por completo, y el otro, si existe, sin la calidad de entonces.
El presbítero don David Constantino García promovía el deporte de niños, adolescentes y jóvenes y gente madura en la única cancha de basquetbol y beisbol en el pueblo.
La cancha retumbaba con las pasiones deportivas, por ejemplo, cuando jugaban los equipos “Argos” y “Zigzag”, legendarios en su tiempo, pues hasta efectuaron recorridos en el país en jornadas competidas y competitivas.
Ahora sólo el recuerdo y la nostalgia.
Don David Constantino impartía clases de catecismo cada sábado en la mañana y siempre llevaba a los mejores discípulos a Xalapa para competir en un certamen estatal convocado por el Obispado.
Y su oficina en el curato la tenía lleno de un montón de diplomas que los niños habían ganado.
Incluso, hasta integró el Frente Infantil Católico, el FIC, para fomentar el espíritu cívico y deportivo y la disciplina estudiantil.
Ahora, nada de nada.
CUATRO. El pueblo olía a serenata
Cada fin de semana, las noches y las madrugadas olían a serenatas.
El trío de los hermanos Fernández y el trío de Renato Cortés acompañaban a los jóvenes enamorados para la serenata tradicional a la amada.
Y con frecuencia, se lograba el abrazo de Acatempan y los dos tríos se unían y entonces era como una orquesta sinfónica y los amaneceres eran fascinantes, imborrables, inolvidables, y fueron varias las novias que salieron de sus casas y de plano huyeron con el novio.
Pero con los años fue quedando la nostalgia de los días idos y Renato Cortés, por ejemplo, terminó de cantor en las misas de la iglesia, convertido al catolicismo, lejos de aquellas pasiones humanas.
Era el tiempo cuando varias cantinas del primer cuadro de la ciudad competían por las mejores botanas y por cada cerveza ofrecían una botana más, sustanciosa y jugosa.
En el palacio municipal había una oficina tipo recámara Infonavit. Un alcalde instaló, digamos, la primera biblioteca municipal. Cuatro anaqueles con libros desde el piso al techo, una mesa larguita y unas sillas.
Por fortuna, la variedad de libros era buena.
Pero más aún, el presidente municipal se coordinó con los directores de la escuela primaria y secundaria y llevaban a los alumnos en las mañanas y las tardes para, de entrada, hacer sus tareas, y luego, leer una media hora, una hora, un librito.
Años después, otro edil levantó una biblioteca más grande a la orilla del parque y sabrá Dios…
Los símbolos patrios, ni modo, se perdieron en el pueblo.