Luis Velázquez | Expediente 2021
14 de junio de 2021
El legado histórico de Ernest Hemingway cada vez se impone en Veracruz. El novelista de “El viejo y el mar”, Premio Nobel de Literatura, se quitó la vida de un escopetazo a los 61 años de edad. Y aquí, en la tierra jarocha, el número de suicidas se dispara como los ácaros y la humedad.
Hay suicidas de la primera infancia y la adolescencia. También, ancianos. Desde luego, de edades intermedias.
De acuerdo con la estadística, el mayor número de suicidas se está dando entre las mujeres. 7 de cada diez personas que se quitan la vida son mujeres. Tres, hombres.
Unos se han quitado la vida de la forma tradicional. Por ejemplo, colgándose de una viga en la recámara de casa. Otros, de un árbol frondoso en el patio. Y en la madrugada.
Otros, tirándose del piso número diez de un edificio para que la caída, digamos, sea mortal, como la canción de Rosita Alvírez con los tres tiros.
Otros más, cortándose las venas en la madrugada para sangrar, solitarios, en la alcoba, sin que ningún familiar lo advierta.
Antes, en el siglo pasado, era común suicidarse cortándose la yugular. Pero la estrategia, el método, ha variado.
En la novela de Ana Karenina, de León Tolstói, la protagonista se quita la vida arrojándose a las vías del tren cuando el ferrocarril se acercaba.
En un viaje depresivo, Hemingway se levantó a las 6 de la mañana y descalzo, sin pantuflas, se fue al sótano donde guardaba las armas y en tanto la última esposa, Mary Walsh, dormía, se pegó un tiro en la boca.
Sea cualesquiera la forma de suicidarse, alarma como bomba nuclear el aumento de suicidas de norte a sur y de este a oeste de la tierra jarocha.
Y, bueno, se ignora si habrá estudios sicológicos de alguna universidad pública o privada para explorar las razones del suicidio.
Pero en términos generales, y sin entrar en debate, alguna persona, así sea menor de edad, se quita la vida cuando ha perdido toda razón para vivir y siente, huele, presiente, está segura, convencida de que ningún caso tiene seguir viviendo.
Es cuando, digamos, el mundo se viene encima y la cruz camino al Gólgota se vuelve pesada.
ÚNICAMENTE LOS VALIENTES SE SUICIDAN
A cada rato, en la prensa escrita y noticieros las notas sobre suicidios en algún lugar de Veracruz.
A primera vista se entendería cuando, digamos, se trata de personas de la sexta, séptima, octava década, pues con frecuencia la vida se vuelve una frustración, sueños, utopías, dejados en el camino.
Pero resulta difícil comprender cuando un niño se quita la vida, aun cuando bien pudiera establecerse como premisa universal el descuido y desatención de los padres.
Además, se vuelve más complejo en el caso de los niños pues en términos generales para suicidarse se necesita mucho, muchísimo valor y decisión.
El simple hecho de planear el suicidio implica un proceso anímico desgastante donde únicamente se llega al final cuando se mantiene la firmeza.
Hemingway, por ejemplo, quien había manifestado el deseo suicida, durante varios meses fingió ante su esposa y los amigos que estaba recuperado de la depresión y les mintió diciendo que escribía una novela.
Y cuando estuvo convencido de que la familia le creía con “lealtad ciega”, incluso, hasta el siquiatra de cabecera, se pegó tamaño escopetazo en la boca.
Por eso, planear un suicidio está reservado para los valientes, muy valientes, sean niños, adultos y/o seniles.
Más, mucho más, cuando son niñas, adolescentes, chicas, ancianas.
EL MUNDO ENCIMA…
Una persona, resume el sicólogo, se quita la vida cuando ha perdido la emoción social, las ilusiones, las esperanzas, las ganas de vivir.
Y cuando siente que el camino es un largo y gigantesco túnel sin ninguna velita que por ahí se encienda para alumbrar la noche fatídica.
Y cuando en cada nuevo amanecer siente que el mundo “se le viene encima” porque por ningún lado encuentra solución a sus pendientes, sean grandes o chicos.
Y cuando de igual manera puede estar rodeado de la familia, de la pareja, de los hijos, pero al mismo tiempo, se siente solo, pues nada carcome tanto los días y las noches como la soledad de adentro, la soledad interior.
Entonces, la persona se ubica en el umbral del suicidio y vive con el deseo de la primera oportunidad cuando nada ni nadie la haga dudar ni retroceder.
Más, mucho más sucede cuando la persona es depresiva, considerando, además, que la depresión es genética, hereditaria, y camina de manera violenta en la vida humana.
Desde luego, el desempleo, el tiempo de las vacas flacas, la adversidad, el desencanto sentimental, el abandono de la pareja, entre otros, son factores y circunstancias reincidentes y ha de vivirse siempre con la pupila vigilante sobre la familia y los suyos, pues la depre, por ejemplo, es una enfermedad silenciosa que llega a la vida sin avisar y cuando lo advierte está poseída por los demonios.
Tantas personas se quitan la vida en Veracruz que bien podría crearse la Secretaría de Suicidios con delegaciones en cada municipio, coordinada con los alcaldes.